Luis Villa, en Nueva Zelanda, donde lleva residiendo doce años.E. C.
«De haber hecho como Nueva Zelanda, España tendría 20.000 muertos menos»
Luis Villa, epidemiólogo asturiano que trabaja en Nueva Zelanda ·
«La estrategia en salud se adaptó al número de test disponibles y ese es un error muy grande. Se actuó justo al revés de lo que sería lo ideal»
LAURA MAYORDOMO
GIJÓN.
Viernes, 15 de mayo 2020, 02:25
Licenciado en Medicina por la Universidad de Oviedo, Luis Villa (Mieres, 1961) trabajó durante quince años para Médicos Sin Fronteras y dos más con la Organización Mundial de la Salud (OMS) hasta que, por amor, decidió instalarse en Nueva Zelanda. De eso hace doce años. Desde hace casi seis trabaja como investigador de salud pública en el hospital Middlemore, en Auckland. Su país de acogida, el de su mujer, es uno de los menos afectados por la pandemia del nuevo coronavirus. Con cerca de cuatro millones y medio de habitantes, solo ha habido 21 muertes y en torno a 1.500 contagios. «Ante lo que ocurría en Italia y España se le vieron las orejas al lobo y se actuó rápido», explica el epidemiólogo.
-Nueva Zelanda ya ha puesto fin a la transmisión local del virus. ¿Cuál es la situación actual?
-Llevamos tres días con cero casos. Ha habido muy pocos, la verdad. El día que más, fueron unos cincuenta. En total, contagios llevamos mil quinientos. Y 21 fallecimientos. Si en España hubiera habido el mismo control, y con el mismo éxito, que aquí en Nueva Zelanda, habría ahora mismo 20.000 muertes y 200.000 contagios menos. Es decir, estaríamos hablando de unas seis mil o siete mil muertes y no de 27.000 como hay ya.
-¿Cómo se explica ese mínimo impacto de la pandemia allí?
-La clave fue que se tomaron medidas muy rápido, cuando todavía no había transmisión en el país sino que los casos eran importados. La primera medida fue suspender los vuelos con China. Y cuando la pandemia se extendió por el sudeste asiático y por Europa, se cerraron las fronteras.
Seis semanas confinados
-También han estado confinados...
-Sí, y frente a los que protestan y piden libertad, lo que se ha demostrado es que el confinamiento funciona. Aquí lo iniciamos el 26 de marzo, duró seis semanas y finalizó este miércoles. Ahora entramos en la fase dos, en la que se puede hacer casi de todo, pero limitando a diez el número de personas que se pueden juntar, igual que en España.
-¿Cómo se ha previsto la desescalada allí? ¿De una forma homogénea o por territorios como en España?
-No, aquí vamos todos a la vez. Y somos un poco más lógicos -(ríe)- porque en España se le llama desescalada pero se cuenta hacia arriba. Aquí es desescalada y se cuenta hacia abajo. Empezamos en la fase cuatro, estuvimos dos semanas en la tres y ahora estamos en la fase dos. La apertura se está haciendo de forma escalonada. Hoy -por ayer- empezaron las tiendas y los restaurantes. El lunes empiezan los colegios y el jueves abren los bares de copas.
-¿Cuáles son las recomendaciones allí?
-Se hace mucho énfasis en mantener la distancia de dos metros y las medidas higiénicas, como el lavado de manos. Pero no se recomienda el uso de mascarillas ni de guantes.
-El Principado pide que las mascarillas sean obligatorias. ¿Usted qué opina? ¿Las aconsejaría, las haría obligatorias?
-Hay evidencia a favor y en contra así que, como no está claro, yo, como profesional de salud pública sí las recomendaría en el transporte público o en lugares con gran agrupación de gente como medida de protección. Eso sí, bien usadas.
Pruebas de detección
-Hacía antes la comparativa entre Nueva Zelanda y España en cuanto al desigual impacto de la pandemia. ¿Qué falló aquí?
-Lo primero es que se llegó tarde, eso es evidente. Aunque yo lo disculpo. Creo que se pagó el precio de ser los primeros, junto con Italia. Precisamente, algo que en Nueva Zelanda influyó mucho a la hora de tomar decisiones tan rápidas fue ver la situación de España e Italia, cómo estaba muriendo gente. Lo que se hizo muy mal en España fue cómo se trató a los sanitarios. Nadie quiere ser un héroe, sino hacer bien su trabajo y los sanitarios para ello necesitan, lo primero, protección. Ahí se falló tremendamente. Y con los test igual. Es inaceptable que ocurra eso en un país como España. La única forma de controlar una epidemia es buscar la gente que está infectada y los contactos y aislarlos para frenar la transmisión. Y la única forma de hacerlo es con test.
-¿Es partidario de pruebas de detección generalizadas o limitadas?
-Limitadas, pero mucho más extendidas de lo que se hicieron allí. Se debe hacer por focos, pero también hay que hacerlas a los contactos y hacerlo de forma amplia, generosa. Lo ideal en salud sería establecer una buena estrategia y luego tener los test para llevarla a cabo. Pero lo que pasó en España fue completamente al revés: la estrategia se adaptó al número de test que había y, claro, eso es un error muy grande.
-¿Tendremos que acostumbrarnos a vivir en el futuro más pandemias?
-Probablemente sí. Hay muchas razones. Una de ellas, que estamos empujado al medio ambiente a unos límites como nunca habíamos hecho y eso tiene consecuencias como ésta, la aparición de nuevas infecciones. Quizá esto sirva para replantearse un poco eso, hasta dónde podemos llevar ese desarrollo.
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