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Alfonso Urrutia y Paloma Bombín podrán contarlo. Él es un salmantino de 49 años, con experiencia en espeleología y que se dedica a hacer trabajos verticales. Ella, de 38 años, es profesora de FP y aficionada también a meterse en cuevas. El sábado se internaron en una de Soba (Cantabria) y se desorientaron. Quedaron atrapados, sin saber cómo salir y para rescatarles se movilizaron 113 efectivos entre Protección Civil, la Unidad Militar de Emergencias y los guardias civiles del Grupo de Rescate e Intervención en Montaña (Greim).
Fueron siete los agentes de las bases de Cangas de Onís y Mieres que impulsaron la expedición, y dos más los que ya iban de refuerzo. «Entramos el domingo a última hora de la tarde y los localizamos alrededor de las 12.00 del lunes; son unas cuentas horas», cuenta Pablo Villabrille, teniente de la Guardia Civil, jefe del GREIM y que ha pasado por distintos equipos de rescate en montaña desde 2004.
«Todos los que son para ayudar a un espeleólogo son de los que te quedan, te hacen historia», narra. Cuando recibieron el aviso se percataron que esa justamente no era una cueva que conocieran. El mapa topográfico reveló que «sin ser un gran sistema, era una cueva técnica, que exigía formación. Es una zona con muchos recovecos, bifurcaciones, como un queso gruyere». La entrada obliga a descender 500 metros sobre la cota exterior, y tiene un ramal que baja hasta la 700.
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El domingo el primer intento de dar con las víctimas consistió en recorrer la travesía principal, confirmando que no había por ahí rastro de ellos. «Vimos así que para dar con ellos había que meter gente y preparar el operativo para una evacuación de emergencia», relata el teniente.
Entraron cuatro equipos de cuatro especialistas cada uno, por distintas entradas, a buscarlos en recorridos secundarios. Iban por «los lugares más improbables, zonas sin salida; si no estaban en la principal pensábamos que se habían salido».
Uno de los agentes con base en Cangas de Onís iba lanzando pitidos y esperando respuesta. «La propagación en la cueva era muy mala, pero algunos metros ganabas». Cuando oyeron la respuesta, los tenían ya cerca.
«Nos dijeron que sabían que tarde o temprano daríamos con ellos», reproduce el teniente.
Vilabrille observa lecciones en esta historia. Las víctimas hicieron varias cosas bien. Avisaron a un familiar del sitio al que iban, ordenándole que diera aviso a las autoridades si no tenía noticias de ellos a partir de determinado momento; eso permitió montar la operación. La pareja se salió de la ruta principal y se desorientó. En vez de perder los nervios «optaron por quedarse quietos, conservar energías y esperar». Eso sí, el final feliz no oculta que «la espeleología es una práctica muy compleja, que exige un gran conocimiento previo de la zona, sólida formación y para la que es mejor ir con guías profesionales», aconseja.
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