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MARLA NIETO
gijón.
Martes, 31 de marzo 2020, 01:47
No es miedo lo que sienten los usuarios a quienes atienden las empleadas de Aralia, empresa de ayuda a domicilio; sino sorpresa al verlas llegar con las mascarillas para evitar el contagio debido al coronavirus. Algunos son conscientes de lo que ... está pasando, otros no tanto. Ellas tratan de normalizar la situación y que les resulte lo menos chocante posible a sus pacientes.
«Les decimos que vamos vestidas de gala, y que mientras esto dure mantendremos las distancias, pero que luego volveremos a la normalidad y charlaremos como siempre. Los usuarios que más temían por esta nueva situación, directamente suspendieron el servicio», indicó la secretaria del comité de empresa de Aralia, Mercedes Díaz.
La semana pasada, la Plataforma de Auxiliares de Ayuda a Domicilio (Sad), cedió a la plantilla de Aralia 200 mascarillas. Ayer, recibieron más de servicios sociales, así como gel hidroalcohólico. «Nos han dado cuatro mascarillas FFP2 para cada empleada. Ya les hemos dicho que tienen que estirarlas mucho. Nos dará para unas tres semanas, aunque ya solicitamos más». Además, algunas disponen de pantallas que les cedió el centro Maker de Cristasa.
En estos momentos hay unas 175 auxiliares en activo y realizan una media de cuatro a cinco domicilios a diario. Tal y como reflejó Mercedes, «en una semana se incorporarán entre diez y quince auxiliares que estaban en cuarentena».
Llegan al domicilio, se ponen la mascarilla, los guantes, dejan sus cosas lo más alejadas posibles de quienes estén en la casa -de hecho, les recomiendan que al irse pasen una bayeta con lejía-, se ponen el uniforme y proceden al aseo de los usuarios. «Cada persona requiere su tiempo de limpieza, pero en estos días intentamos que sea el menor posible. Si antes nos sobraban cinco minutos que dedicábamos a hablar con ellos, ahora los evitamos, y también procuramos pasar poco tiempo en la calle, que los desplazamientos de un lugar a otro sean rápidos».
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Algunas, como Isabel Fernández extrema las precauciones: «Yo llevo mis guantes, me lavo las manos con ellos puestos, y sobre ellos me pongo otros. Hay que tener cuidado por que son personas muy vulnerables».
Cuando todo esto pase, dijo Díaz, espera que les valoren más: «Ojalá la gente deje de vernos como 'la que va a limpiar', 'la que viene a lavar a mi madre' o 'la que hace la compra a mi suegra'». Tienen claro desde el minuto uno que son un servicio esencial, y que no pueden dejar a sus usuarios abandonados. «Somos profesionales y lo demostramos, no solamente en estas circunstancias, sino día a día».
Ellas, teniendo que exponerse al salir a la calle y contactar con la gente, tampoco sienten temor. «Solo algunas auxiliares que tienen alguna patología».
Además del trabajo presencial, también llevan a cabo el seguimiento y acompañamiento telefónico de los usuarios que suspendieron el servicio. «La experiencia es muy bonita, porque se emocionan al escuchar nuestra voz. Somos personas de confianza, nos ponen cara», detalló Carmen Diego, secretaria de la Plataforma del Sad. A aquellos que no tienen familia, ellas les van a hacer la compra.
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