El gran problema de las universidades no es dónde estamos, que no estamos tan mal, sino dónde vamos a estar. O se toman decisiones de calado cuando aún se está a tiempo o nos veremos, sin duda, abocados a reconversiones traumáticas en el futuro
Juan Carlos Campo
Lunes, 5 de octubre 2015, 20:29
Las universidades se ha centrado tradicionalmente en crear, transmitir y conservar conocimiento lo que ha dado lugar a tres ejes básicos de acción de los que solamente merece la pena centrarse hoy en día en los dos primeros: docencia e investigación, puesto que la conservación de conocimiento ha perdido peso progresivamente durante el pasado siglo y de forma abrupta con la irrupción de Internet.
Hemos tenido en España excelentes universidades desde el punto de vista docente. El paso por nuestras universidades siempre ha dejado una huella indeleble en las personas. Hoy en día de nuestras universidades salen titulados que no tienen nada que envidiar a sus homólogos europeos. Sin embargo, empiezan a surgir competidores: universidades exclusivamente centradas en la docencia, que tratan de emplear métodos de enseñanza más flexibles, más centrados en el alumno, con fuerte utilización de medios digitales y horarios más adaptados al cliente. En este contexto se enmarcan desde los cursos masivos on-line surgidos de spin-offs de universidades tradicionales- hasta nuevos modelos como el Huni Hotel School de Llanes. Modelos de universidad con bajo coste por alumno matriculado, menos selectivos, especialmente interesantes para hacer negocio, pero que no pueden obviar las universidades tradicionales, cada vez más preocupadas por sus cuentas. Todo parece indicar que el futuro de algunas universidades, también públicas, pasará por la especialización en la docencia.
Sin embargo, la gran piedra angular de las universidades tradicionales, curiosamente poco conocida por el grueso de la sociedad, es la investigación. En nuestras universidades se ha hecho un esfuerzo titánico por situarse, en poco tiempo y con recursos muy limitados, en puestos notables. No tenemos premios Nobel, pero tenemos una buena masa de investigadores bien formados, incluso internacionalmente. Una universidad enfocada hacia la investigación contribuye directamente a la generación de tejido productivo de alto valor añadido. Sin embargo, tenemos una estructura universitaria nefasta para dar un salto cualitativo en la investigación: una endogamia crónica que estimula poco la competencia, una estructura de personal de apoyo extremada deficiente con una gestión poco profesional, fragmentación de los grupos de investigación sin alineación con objetivos estratégicos de la propia universidad o estructuras de gobierno, dirección y gestión anacrónicas.
Quizás, el gran problema de la Universidad es la falta flexibilidad, pues si bien parece que sobre el diagnóstico de los problemas es relativamente fácil e incluso las soluciones técnicas, parece poco menos que imposible llevar estas soluciones a la práctica por la enorme rigidez de todo el sistema.
El gran problema de las universidades no es dónde estamos, que no estamos tan mal, sino dónde vamos a estar. O se toman decisiones de calado cuando aún se está a tiempo o nos veremos, sin duda, abocados a reconversiones traumáticas en el futuro. En particular si es que queremos estar en una universidad investigadora donde, cada vez más, o se está en la cresta de la ola o se queda uno arrollado por ella.
Juan Carlos Campo es Director de la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón -EPI Gijón
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