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Óscar B. de Otálora y Víctor Santos (Ilustración)
Domingo, 12 de febrero 2023, 00:01
En 1945, una vez derrotada Alemania en la Segunda Guerra Mundial, espías nazis recorrían España con cajas repletas de oro y cocaína que enterraban en páramos perdidos de Castilla, entregaban ingentes cantidades de divisas a sus personas de confianza en San Sebastián y otras ciudades y vendían al mejor postor todo el contenido de su embajada: máquinas de escribir, una flota de Mercedes, tecnología punta e incluso cajas de puros o neumáticos para coches. Las instituciones franquistas les apoyaban y daban cobertura a sus movimientos, que en ocasiones estaban marcados por las divisiones internas entre los propios nazis. Todo sucedió bajo la vigilancia secreta de espías norteamericanos e ingleses que seguían sus pasos por la península para evitar que hicieran desaparecer su tesoro.
Esta historia se detalla en los documentos desclasificados por el Gobierno norteamericano en los últimos años. En uno de los textos que durante años han estado protegidos, a los que ha tenido acceso este periódico, se recogen parte de los movimientos de los espías nazis en España que los servicios secretos aliados consiguieron reconstruir dentro de la denominada 'Operación Safe Haven' (Puerto Seguro, en castellano). Esta iniciativa de americanos e ingleses pretendía localizar a los nazis que habían huido tras la muerte de Hitler y también recuperar los fondos de todo tipo que tenían ocultos por Europa.
Detrás de 'Safe Haven' se encontraba el miedo de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial a que el movimiento alemán consiguiera refugiarse en algún país como España, que en su momento había simpatizado con la causa alemana, y desde allí poner en marcha un nuevo Reich. No era un temor ilusorio. Leon Degrelle, el líder nazi belga, se estrelló con su avión en San Sebastián, en la playa de la Concha, en 1945 cuando huía del avance de las tropas norteamericanas. El régimen de Franco le escondió y le protegió, pese a que estaba siendo reclamado por las autoridades belgas. Murió en Málaga en 1994 sin haber rendido cuentas ante la justicia por sus crímenes.
El documento que desvela este periódico es un microfilm con la referencia 408 enviado por la embajada americana en Madrid a Washington bajo el título 'Informe preliminar sobre la recuperación de activos del Abwehr en España'. El Abwehr era el servicio secreto alemán dependiente del Ejército y, como veremos más adelante, se encontraba en una situación muy delicada respecto a otras organizaciones como la Gestapo. Los autores del informe de la embajada no están identificados pero sin duda se trata de agentes de la OSS (Office of Strategic Services, la predecesora de la CIA), que en esa época trabajaban de la mano con los agentes ingleses por todo el mundo.
La legación americana en Madrid era clave en la persecución de los alemanes. Según el historiador norteamericano David A. Messenger –autor del libro 'La caza de nazis en la España de Franco'– en el país residían 20.000 alemanes en 1945. Para interpretar esta cifra hay que tener en cuenta que en 1941, dos años después de la Guerra Civil, estaban contabilizados 7.500 alemanes, en muchos casos, miembros de la unidad militar enviada por Hitler para apoyar a Franco –la infame Legión Cóndor que bombardeó Gernika–. Solo Suiza superaba a España a la hora de acoger a los huidos y ocultar sus fondos.
Uno de estos alemanes residentes en España en 1945 era Karl Zimmer. Este hombre fue clave a la hora de buscar los fondos nazis. Había sido el tesorero de la embajada de Madrid y por lo tanto conocía todos y cada uno de los movimientos de dinero, oro y objetos que dependían de la legación. Los espías aliados consiguieron que se convirtiera en su confidente y que aceptara delatar todos y cada uno de los movimientos de sus camaradas. Se convirtió en el topo dentro del círculo nazi de la diplomacia alemana en Madrid.
Zimmer, por ejemplo, explicó cómo los nazis habían viajado hasta el pueblo de Medinaceli, en Soria, para enterrar allí unos cajones sospechosos. Contenían, por lo menos, tres kilos de cocaína u opio que se encontraban en la embajada y alrededor de cincuenta kilos de oro. Ni el destino ni el origen de la droga se establece en el texto aunque, podría tratarse de una sustancia con la que intentar negociar en el mercado negro. Pero también es posible que fuese materia prima que los servicios alemanes buscaban en todo el mundo con el objetivo de mantener su industria farmacéutica.
Este tesoro dependía del máximo jefe del espionaje en España en ese momento, Paul Kleyenstuber. Kleyenstuber era el máximo dirigente de la Abwehr Kriegsorganisationen Spanien (KO Spanien, por sus siglas en alemán). Esta organización no solo se encargaba del espionaje sino que también creó la firma Sociedad Financiera e Industria Limitada (Sofindus). un conglomerado de empresas dedicadas a la minería, la agricultura, el transporte y otras áreas que sirvió para abastecer a Alemania de materia prima española.
Zimmer también explicó los pagos que se estaban haciendo a los espías repartidos por España. Uno los hombres claves fue Alfred Gensorowski, el miembro de la Gestapo que dirigía el espionaje nazi en San Sebastián y que controlaba la frontera con Francia. Este agente recibió en la capital donostiarra más de un millón de francos franceses, entre otras cantidades. Al cambio de hoy, esta cifra equivaldría a casi un millón de euros. No es descartable que este dinero sirviese para ayudar a los nazis en su huida hacia Sudamérica.
Otro destacado nazi que recibió dinero, según el documento desclasificado, fue el mayor Karl Erich Külenthal, a quien Zimmer entregó 80.000 pesetas, a pesar de que también contaba con un vehículo de la embajada y dos máquinas de escribir. Külenthal, amigo de Franco, es uno de los personajes más estrambóticos del espionaje alemán. La historia ha demostrado que su grado de necedad era máximo y los aliados no tuvieron problemas a la hora de engañarle en dos de las mayores operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial. Külenthal se tragó, por ejemplo, el cebo de la 'operación Mincemeat', el plan británico de lanzar un cadáver a las costas de Huelva vestido de oficial y con documentos secretos, como si se tratase de la víctima de un accidente aéreo.
'Mincemeat' buscaba que los documentos secretos del cadáver llegasen a manos nazis porque en ellos se detallaba un plan para desembarcar en Grecia. Estos preparativos eran falsos, ya que el verdadero ataque iba a tener lugar en Sicilia. Külenthal se creyó toda la historia y americanos e ingleses llegaron a Sicilia sin que la isla hubiera sido defendida. Pero su gran error fue 'Garbo'. Este nazi, junto con otros alemanes, reclutó como informador a Juan Pujol, alias 'Garbo', el doble agente que convenció a los jerarcas nazis de que la invasión de Europa iba a tener lugar en el Paso de Calais y no en Normandía. Cuando el 4 de junio las playas de Francia se llenaron de tropas aliadas, los alemanes seguían esperando el desembarco en el lugar que les había dicho Juan Pujol, a más de 300 kilómetros del lugar al que llegaban las oleadas de soldados.
Además, el contable Zimmer alertó a los aliados de más agentes alemanes desplegados en España. Uno de ellos era Erich Mainzer. Este agente de las SD, el servicio de seguridad de las SS y ligado a la Gestapo, era el encargado de la flota de automóviles de la embajada alemana y de los movimientos nazis por la Península, además de jefe del partido nazi en Zaragoza. Los aliados consiguieron localizarlo, sin que en sus textos detallen cómo lo hicieron. Los espías americanos sí que reconocen que para hacerle hablar tuvieron que recurrir a «las amenazas».
En su trabajo para la OSS (recordemos, la agencia americana predecesora de la CIA), el cajero de la legación alemana reconoció momentos de alta tensión. Uno de ellos tuvo lugar con motivo de un viaje a la embajada de Alemania en Barcelona en octubre de 1945 para conseguir información sobre el dinero desaparecido. Allí recibió insultos por parte de otros espías y confesó a sus nuevos jefes americanos que temía encontrarse ante agentes de la Gestapo encubiertos.
En este punto hay que tener en cuenta que las relaciones entre el Abwehr y las SS o la Gestapo no eran sencillas. El máximo creador del Abwehr, el almirante Canaris, había sido ahorcado por orden de Hitler en abril de 1945 por su supuesta participación en la operación 'Valquiria', el fallido intento de matar al führer con una bomba. En ese momento el Abwehr fue absorbido por la Gestapo. Esto generó un enfrentamiento interno muy delicado entre los nazis más violentos y los espías, quizás más conscientes del valor de la información que podían utilizar como moneda de cambio ante la evidente derrota alemana.
Zimmer sabía que debía tener miedo. Según el historiador David Messenger, para entonces ya se había creado en Madrid una unidad de 'werewolf' (hombres lobo). A este grupo se unieron los nazis más radicalizados que no estaban dispuestos a aceptar la derrota ni la muerte de Hitler –algunos de ellos incluso creían que el Führer había fingido su muerte para refugiarse en España–. Estos terroristas estaban dispuestos a utilizar la violencia para matar a desertores y a colaboradores de los aliados . Los 'werewolf' españoles –dirigidos por militares de alta graduación– instalaron su sede en el bar Erika de Madrid.
Según historiadores como Messenger o Perry Widdiscombe, los 'werewolf' protagonizaron varios actos violentos en España, aunque la protección de altos cargos del Gobierno del dictador permitió taparlos. Zimmer hacía bien en tener miedo, un pavor que según avanzaban las investigaciones en busca del dinero de sus camaradas se iba convirtiendo en pánico. En este sentido, Zimmer se enfrentó a una situación inédita. El hasta ese momento protector Franco comenzó a ceder a las presiones de los aliados y a actuar contra los nazis, aunque de una manera más cosmética que real.
Dentro de la 'operación Safe Haven', Estados Unidos e Inglaterra querían que cientos de nazis refugiados en España acudieran a declarar a Alemania y rindieran cuentas por su papel en la guerra. En Madrid, el ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo inició un tira y afloja con los vencedores de la guerra en el que intentaba aparentar que colaborara sin dejar de proteger a los jerarcas y espías escondidos bajo la protección de la dictadura. Una de las medidas que adoptó el franquismo fue detener a algunos espías reclamados por los aliados para simular que les perseguía. Lo que hizo fue concentrarlos en balnearios, en los que tenían libertad de acción. Los tres lugares elegidos para albergar a estos alemanes fueron el edificio de aguas termales de la localidad gerundense de Caldas de Malavella y las termas de la localidad alavesa de Sobrón y de Molinar de Carranza, en Bizkaia.
El balneario alavés se creó en el siglo XIX y consiguió convertirse en un edificio de lujo gracias a los ingresos que le llegaban por el envío de agua medicinal a Cuba. Tras la independencia de la isla caribeña en 1898, el centro vacacional siguió operando como centro de salud. Contaba con dos hoteles para 500 personas, casino y sala de baile. En el caso del balneario vizcaíno, se trataba de un edificio que vivió sus tiempos de esplendor en la década de 1920, cuando era un centro de vacaciones de la aristocracia española y sus instalaciones -unas de las más modernas de la península- eran visitadas por ministros, autoridades eclesiásticas y escritores como Azorin. En la Guerra Civil fue utilizado como hospital para los heridos de la zona republicana.
Según una serie de documentos oficiales norteamericanos, antes de que los nazis fueran destinados a Sobrón y Carranza, la embajada alemana se gastó un total de tres millones de pesetas de la época para mejorar las instalaciones. El historiador Messenger, destaca en este sentido que Franco no internó a los nazis en centros de detención sino que les envió a lugares de vacaciones en los que podían hacer una vida en total libertad y con unas comodidades palaciegas.
Para contentar a los aliados, el franquismo sí permitió la deportación de cientos de soldados y agentes de bajo rango refugiados en España. En un primer momento se creó un puente aéreo entre Madrid y Berlín en el que decenas de alemanes huidos fueron conducidos a Alemania en aviones. En una segunda fase, el puerto de Bilbao fue el lugar elegido para evacuar en barco a algunos nazis reclamados. Según algunos historiadores, de los cerca de 900 nazis ocultos en España cuya repatriación consideraban clave los aliados, tan solo se entregó a un 32%.
Zimmer, en su viaje a Barcelona para investigar los movimientos del dinero, fue testigo del enfado de algunos de los nazis escondidos en la capital condal cuando se enteraron de que el jefe de los espías, Paul Kleyenstuber, había sido internado en Caldas de Malavella. Muchos de los nazis refugiados allí veían con preocupación que el hecho de que se les llevara a estos balnearios fuese el primer paso para entregarlos a Alemania y que allí les pudieran juzgar en Nuremberg. Bajo esa presión, algunos de los nazis que habían trabajado para el servicio secreto comenzaron a colaborar con los aliados. Kleyenstuber, el jefe de los espías aceptó ser interrogado por los aliados y una de sus primeras misiones consistió en «ir a las montañas» para sacar de su escondite al responsable de las divisas de la embajada, Franzbach, según se puede leer en el documento microfilmado. No tuvo problemas en encontrarle y consiguió que se entregase a los aliados.
Franzbach se reunió con la OSS (la futura CIA) y comenzó a contar todo lo que sabía. Uno de los elementos más importantes de su declaración fue el paradero del dispositivo de rayos infrarrojos que los nazis empleaban para controlar el tráfico nocturno de barcos en el Estrecho de Gibraltar. Los americanos y los británicos querían saber el destino final de un sistema tecnológico puntero para la época desarrollado por las empresas AEG y la óptica Karl Zeiss. Franzbach, según las transcripción de su interrogatorio, aseguró haber perdido el control del material e ignoraba su paradero. La sospecha de la OSS es que había sido entregado a la Armada española para que lo custodiase y que el testimonio del agente secreto era falso.
Uno de los agentes británicos que había estado buscando estos dispositivos de rayos infrarrojos en Cádiz durante la guerra era el que más tarde sería el creador de James Bond, el espía por antonomasia: el escritor Ian Fleming. Esta autor llegó a Gibraltar como agente secreto para encargarse de las distintas tramas en marcha para impedir que, en el caso de que Alemania invadiera España, Gibraltar cayera en manos nazis. La misión más importante era 'Golden Eye', que preveía organizar una red de guerrilleros y saboteadores para atacar a los alemanes. Pero Fleming y sus compañeros también trabajaron en la búsqueda de los sistemas de visión nocturna nazis en el Estrecho puesto que sabían que ese tipo de elementos permitirían controlar todos los convoys que entraban en el Mar Mediterráneo desde el Atlántico para abastecer Egipto y a la isla de Malta. Esta misión se denominó 'operación Blake' y en ella consiguieron dar con el paradero de algunas de las viviendas en las que se enmascaraban los dispositivos de observación. Una vez que tuvo la informaci´o, la embajada bitánica llegó a protestar ante Franco por tolerar la presencia de los espías nazis y su sistema de infrarrojos.
En esa investigación, y también en el testimonio del cajero de la embajada, aparece uno de los personajes más oscuros del espionaje nazi en España, cuya figura vaticina lo que irá sucediendo con las tramas alemanas en España: Eberhard Kieckebush. Este agente nazi había sido el responsable del sistema de visión nocturna y para ello había alquilado una finca en Algeciras -Villa Isabel- en la que estuvo instalado el dispositivo. Pero Kieckebush, contra el que el franquismo no actuó jamás, se convirtió en un colaborador del general Reinhard Gehlen. Este general había dirigido el espionaje militar durante la invasión alemana de Rusia y, tras la guerra, el nuevo estado alemán en vez de perseguirle le convirtió en el jefe de los servicios de inteligencia del recién nacido Gobierno de posguerra. Por orden de Ghelen, Kieckebush, el hombre de los rayos infrarrojos, se encargó de comprar en los años 50 una finca en Ciudad Real -llamada 'El Doctor'- en la que los nuevos espías alemanes, dedicados ya a la lucha contra el comunismo (y apoyados por Estados Unidos), instalaron un sistema de escucha para controlar comunicaciones en Latinoamérica. En los años 80, estas instalaciones fueron cedidas al espionaje español y en la actualidad son uno de los centros de formación del CNI.
Mientras los espías británicos intentaban encontrar el paradero del material técnico alemán desplegado en el Estrecho, los máximos responsables del espionaje nazi comenzaron a entregar todo el dinero que tenían escondido por España a los aliados o a depositarlo en el Ministerio de Asuntos Exteriores franquista. El principal dirigente de la oficina del Abwehr, Kleyenstuber, llegó a viajar a Medinaceli para desenterrar las cajas con cocaína y oro y hacerlas llegar a la embajada americana en Madrid. La lista de material que ambos consiguieron devolver incluye desde las divisas hasta vehículos de la embajada, máquinas de escribir e incluso ruedas de automóviles.
Pero también colaboraron en uno de los aspectos más difíciles de la recuperación de bienes nazis en España: el paradero del dinero oculto en tramas empresariales. Tanto Kleyenstuber como Franzbach transmitieron a los aliados lo que sabían sobre dos empresas fantasmas cuyos nombres eran Ardia y Zaragoza. Las primera era una editorial y su nombre procede de las iniciales de Archivos de Información de Actualidad, una firma a la que se habían desviado dos millones de pesetas (algo más de un millón de euros actuales). La segunda tapadera era otra editorial, dedicada supuestamente a temas de aviación, y que también había recibido ingentes cantidades de dinero. Sin embargo, su testimonio no alude a las grandes empresas de Sofindus, el entramado creado para abastecer a la maquinaria de guerra nazi.
Zimmer comenzó a investigar este entramado de firmas -con mas de 300 empresas repartidas por la península- pero sus pesquisas no llegaron muy lejos. Uno de sus contactos le habló de una sociedad «en la que se ocultaban fondos secretos valorados en varios millones de pesetas». El contable de los espías de la embajada consiguió el nombre de una de las tapaderas de este entramado oculto: 'Anton'. En el documento que el espía que interrogó a Zimmer remitió a Washington se puede leer -escrito a mano en un margen del texto, el nombre que se encuentra tras 'Anton'. El autor de la anotación cree que se trata de Anton Whale, el nazi que desde la Guerra Civil había creado empresas como la Rowak, que se encargó de llevar a Alemania alimentos españoles y materias primas, como pago por la ayuda de Hitler a Franco para ganar la contienda civil. Era un hombre muy protegido por el franquismo, con socios que tenían acceso al entorno privado del dictador.
El miedo a investigar a Sofindus y sus entramados es ya palpable en los textos del microfilm de la CIA. En uno de los documentos desclasificados, Zimmer explica a sus interlocutores norteamericanos que ha intentado que uno de sus contactos le proporcione datos sobre estas compañías. «Me contestó que sería peligroso porque muy altas personalidades españolas están vinculadas a las empresas». Este sería el principio del fin de la investigación. El silencio que envolvía a Sofindus y la colaboración de España en la Guerra Fría hizo que el asunto nazi fuera pasando al olvido y comenzara a perderse en los archivos.
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