Doña Letizia, en una cena de gala en el Palacio Real. CHEMA MOYA

¡Dios salve a Letizia!, la Reina -consorte- que nunca habíamos tenido

El que se haya convertido -al aunar en su ejecutoria modernidad, tradición y pragmatismo- en la principal valedora de la institución monárquica propicia una reconversión del aforismo que, sin duda, le haría más justicia: «Yo y el Rey»

MANUEL JESÚS ÁLVAREZ GARCÍA

Miércoles, 14 de septiembre 2022, 16:34

Hace cuatro años los rectores de EL COMERCIO me invitaron -lo cual avala su contrastada generosidad, poniendo en cuestión, eso sí, su criterio- a reflexionar sobre la figura de Leonor de Borbón, en el momento en el que se producía su llegada a nuestra región ... para, coincidiendo con el Día de Asturias, participar en su primer acto oficial como Princesa y, corolario necesario, heredera al trono de nuestro país.

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Entonces planteaba una serie de interrogantes con los que pretendía establecer el sentido último del siempre febril debate monarquía-república: ¿Somos monárquicos -o republicanos- convencidos o tan sólo somos pragmáticos? ¿Hablamos de una forma de organizar la jefatura del Estado o hablamos de ideología? ¿Es admisible que Elena de Borbón no sea hoy nuestra monarca y sí lo sea su hermano Felipe? ¿Leonor I es una alternativa, o un necesario mal menor frente a Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo, Yolanda Díaz, Santiago Abascal o Inés Arrimadas -que el tiempo corre veloz, Sic transit gloria mundi, lo atestigua el que en esta prelación, en aquel momento, figuraban Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias, ¿se acuerdan de ellos?- al frente de la Jefatura del Estado de nuestro país? ¿Seguirá España siendo España entonces? Junto a ello, procedía a reflexionar sobre dos rasgos -en principio contradictorios- que caracterizan hoy a la institución en nuestro país: modernidad y tradición.

Preguntas y reflexión, que mantienen su vigencia en el momento en que Letizia, nuestra actual Reina consorte, celebra, este quince de septiembre, su cincuenta cumpleaños. En las líneas que siguen trataremos de reflexionar, eso sí, de forma breve, sobre una figura que, lo adelantamos ya, consideramos fundamental para el mantenimiento y la consolidación de la Monarquía en nuestro país. Y ello, al menos esa es nuestra intención, intentando no caer en un grosero 'presentismo' -tan dado a obviar el siempre necesario análisis histórico-, ni en la socorrida 'boina' -la ligazón de Letizia con su, nuestra, Asturias es obvia- y, sobremanera, en el ampuloso 'todismo' -de la noche a la mañana, sin ningún rubor, tenemos la tentación de convertirnos en los mayores expertos en cualquier materia o disciplina, pontificando sobre el sistema educativo, la idoneidad de los fichajes realizados por el Fútbol Club Barcelona o, en su defecto, la calidad de la primera sidra del año-.

Al igual que entonces seguimos sosteniendo que el presente, también el futuro, de la Monarquía ante la cada vez mayor volatilidad de una sociedad sujeta al 'imperio de lo efímero', no estaría tanto, pese a lo que inicialmente pudiera parecer, en el republicanismo y el independentismo, sino en saber conjugar los dos rasgos precitados -modernidad y tradición-, al que se une un tercero, pragmatismo, que Letizia, no de forma casual y en absoluto contradictoria, aúna en su ejecutoria 'profesional'.

Es desde hace ocho años -en junio de 2014, la abdicación de Juan Carlos I en su hijo Felipe la convertía en Reina consorte- que nuestra protagonista es, muy por encima de su marido, la principal valedora de una institución, la Monarquía, siempre cuestionada y mucho más después de los 'años horribles' que devastaron, aún hoy lo hacen, a la Familia Real. ¿Recuerdan lo que de ella dijeron al oficializarse su compromiso matrimonial con el entonces Príncipe de Asturias, no pocos agoreros y sesudos 'todistas', disfrazados de expertos en la institución?

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¿Modernidad? Letizia Ortiz Rocasolano es, al menos lo era, 'plebeya' -la primera esposa de un Rey de España que no pertenece a la realeza-, licenciada universitaria -cursó Ciencias de la Información en la madrileña Universidad Complutense-, independiente -periodista de profesión con desempeños, antes de su matrimonio, en distintas cadenas televisivas- y, algo que se suele obviar, divorciada -tras un matrimonio civil que concluía en 1999-. Si ello no fuera suficiente, ¿qué puede resultar más actual que, en un país en el que los corruptos han campado en una importante medida a sus anchas, su cuñado acabase cumpliendo condena, o algo parecido, en un centro penitenciario del suelo patrio? ¿Tienen aún presente en su memoria aquella didáctica discusión familiar entre las dos reinas consortes -Letizia y su suegra Sofía-, digna del mejor programa televisivo de sobremesa, con la que todos logramos entender, por fin, el significado último de la palabra protocolo? ¿Qué podemos decir de su asistencia apenas hace unas semanas, junto a sus hijas, a los conciertos de Harry Styles o Rosalía?

¿Tradición? ¿Saben ustedes que el Rey percibirá este año un sueldo de 258.927 euros brutos y la reina consorte de 142.402 euros? ¿Qué ocurriría si nuestros actuales monarcas decidiesen ser padres por tercera vez y dieran a luz a un varón? ¿Somos conscientes, Letizia sin duda lo es, de las condiciones que el 'inamovible' texto constitucional le impondrá a su primogénita Leonor, la futura Reina, en el momento en que decida casarse?

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¿Pragmatismo? ¿La educación y el 'blindaje' al que una siempre vigilante Letizia ha sometido a sus hijas no chocan con los nuevos roles que las mujeres, incluyendo la propia Reina consorte, han logrado conquistar tras años de lucha? En este sentido, ¿existe una mayor lección de pragmatismo que el que la madre de nuestra futura Reina fuese en su juventud, según reza una arraigada 'leyenda urbana', una ferviente republicana?

Hace años, el denostado Rey emérito, convertido en un lastre demasiado pesado para la institución, repetía una frase que, aunque tenía poco que ver con la realidad, la sabiduría popular pronto convirtió en chascarrillo: «La Reina y yo». El que Letizia se haya convertido -al aunar en su ejecutoria modernidad, tradición y pragmatismo- en la principal valedora de la institución monárquica propicia una reconversión del aforismo que, sin duda, le haría más justicia: «Yo y el Rey».

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Nunca un no Borbón hizo más por los Borbón. Después de todo lo señalado, ¿no sería de justicia que las cifras de los sueldos cobrados por nuestros monarcas se invirtiesen? Como diría un viejo monárquico, «Dios salve a Letizia». Sí algún día llegase la III República, y la dejasen discurrir, ¿no sería la actual Reina consorte la mejor candidata a presidirla? Ante las posibles alternativas, quien esto signa la votaría sin dudarlo. Como diría un viejo republicano: «Salud y Letizia».

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