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PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Domingo, 6 de junio 2021, 16:10
Apenas una semana antes, los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York habían cambiado el mundo, pero los habitantes de Bulnes recuerdan más nítidamente aquel 17 de septiembre de 2001 en que la llegada del funicular cambió la vida del pueblo para siempre. «En realidad de lo que más nos acordamos es de cómo teníamos que subir hasta ese día», coinciden en observar varios vecinos cuando están a punto de cumplirse los veinte años de la entrada en funcionamiento del tren cremallera que les conecta con Poncebos y el resto de Asturias a través de un túnel de 2.227 metros excavado en las entrañas de la Peña Maín. El trayecto actual, de ocho minutos, a una velocidad de 5 metros por segundo, los lleva irremediablemente a evocar la penosa travesía que muchos de ellos y generaciones de bulniegos debían de recorrer caminando por la Canal del Texu. Recién estrenado el siglo XXI, su lugar natal era el único núcleo habitado de la región sin acceso por carretera.
Arantza Martínez tenía once años cuando se inauguró el funicular en el que trabaja desde hace trece. A sus treinta y ún años, es una de las 'veteranas' en la plantilla, formada por jóvenes de la zona como ella. Reside en Arenas y de aquel día guarda memoria del ambiente festivo que se vivió en Bulnes, el pueblo de su familia. Hoy está contenta de tener un empleo estable al lado de casa y de los suyos. A escasos metros de la salida de la estación, su madre y su tía cocinan en dos de los restaurantes de La Villa -el barrio de abajo-, y poco más arriba, en El Pueblu, viven sus abuelos Hortensio Mier y Rosa Guerra. «Hombre, claro que nos cambió la vida, fue una ayuda muy grande», afirma el primero con rotundidad y su mujer matiza: «Más nos hubiere cambiao si hubieran hecho la carretera, pero dentro de lo que hay, é verdad que fue un aliviu». La lucha por conseguir un acceso viario que mantuvieron los vecinos durante décadas sigue siendo una espina clavada en la mayoría de ellos, aún cuando reconozcan los beneficios que ha traído la actual alternativa. Así lo expresa Rufino Mier, alcalde pedáneo, curtido en bregar con las distintas administraciones durante años: «Lo mejor habría sido la carretera, pero como eso no daba dinero para amortizarlo hicieron esto para explotación turística. Lo que trajo é claro. Ahí están las 120.000 personas que vienen a Bulnes. Pero esto cierra a las ocho de la tarde desde junio hasta el Pilar y el restu del añu a las seis estás encarceláu, aunque siempre haya alguien de guardia por si surge un problema pa un vecinu o un turista. Los dos vecinos que somos ganaderos podemos subir el forraje y los piensos en el vagón de carga, aunque en unos cuantos viajes. Mejor era que nos lo subiera un camión, pero é lo que hay», opina.
Además de la cifra de visitantes citada por su alcalde o reconocimientos como la reciente incorporación de Bulnes a la red de Pueblos Más Bonitos de España anunciada en Fitur, el balance positivo de estas dos décadas para la localidad nadie parece ponerlo en duda. El cambio de vida a mejor tiene aquí nombre y apellidos. Alberto Fernández, propietario del restaurante Mirador de Lallende, exhibe en su local viejas fotografías familiares: en una de ellas su abuela Esperanza lo sostiene en brazos y en otra su abuelo Rafael conversa con un grupo de montañeros, ambos eran pastores -como la práctica totalidad de sus vecinos- y su casa es hoy el negocio que abrió el 5 de agosto de 2016, la fiesta de la Virgen de las Nieves. Nació aquí, se crió con una tía en Arenas, emigró de joven a Alemania y tras regresar, se quedó en el paro. «Me decidí a levantar esto por el funicular y sigo abierto gracias a él y a una ayuda del banco que aún estoy pagando. El turismo aquí te da para vivir. Sin el funicular, de veinte casas que hay ahora no sé si quedarían cuatro o cinco, porque todas estas que ves por aquí -señala desde la terraza del bar a las ruinas que lo rodean en El Pueblu- un día tuvieron tejáu y gente que vivía en ellas».
Abajo, en La Villa, sentada a una mesa del bar restaurante Bulnes, Mercedes Mier encarna a otro de esos cambios vitales producidos por la llegada del tren cremallera. «A los pocos días de inaugurarse volví de Canarias donde tenía mi trabajo para hacerme cargo de este negocio que mis padres tuvieron toda la vida. Si no, habría seguido fuera, porque no quería que mis hijos conociesen lo que yo viví en carnes. Ahora tengo a mi hijo Sergio trabajando conmigo», relata. De aquellos días, evoca una anécdota con la que ilustra décadas de desconfianza de los bulniegos a los responsables de la administración: «El consejero de turno había prometido que en navidades traerían el turrón en el funicular, y efectivamente, en nochebuena subieron cuatro políticos con turrón, lo dejaron y se volvieron a marchar. Se armó la de San Quintín, como es normal», rememora. La hostelera reside en el pueblo durante todo el año y manifiesta que, aunque el nuevo medio «solucionó muchas cosas y no cabe duda de que el turismo es bueno para Bulnes y se puede vivir de él, no es el transporte ideal para el día a día, sobre todo por la restricción de horarios. Y seguimos teniendo muchas carencias: falta de limpieza y arreglo de los caminos, el tramo de salida de la estación está intransitable para personas y tractores, lo mismo el puente de madera por el que se accede al pueblo, no hay señal de teléfono y la cobertura de internet es mala». Sobre esto último avisa con humor a sus clientes un cartel sobre la barra: 'No tenemos wi-fi. Hablen entre ustedes'.
Adolfo Campillo nos muestra el otro puente de madera que cruza el río Texu. Lo construyeron él y Sergio, el hijo de Mercedes Mier. Corredor de maratones de montaña con un amplio medallero, decidió hace cuatro años transformar una antigua casa familiar en albergue. «El funicular trae a muchísima gente y vi que podía tener futuro si lo trabajaba yo. Hubo que hacer una inversión buena porque si abajo te cuesta 50.000, aquí son 80.000 o más. Preparo los desayunos y cenas para los clientes y por el día vendo bocadillos y refrescos a la gente que viene. Estando uno solu se saca para vivir, aunque ahora con la pandemia, de dieciocho plazas que tengo, solo puedo meter un 30 por ciento», detalla. Al igual que otros vecinos y hosteleros bulniegos lamenta las deficiencias visibles en el inicio de la temporada de verano como el estado del puente de madera principal con un boquete abierto en el entramado o el tramo de pista a la salida de la terminal: «Es un peligro tanto para los turistas, sobre todo si viene alguien en silla de ruedas o con un coche de bebés, como para nuestros tractores. Los caminos están también muy abandonados», denuncia. En cuanto al servicio del funicular expone una propuesta compartida por otros negocios de alojamiento: «Debería hacerse una especie de bono o precio especial para la gente que se queda aquí y que no tuvieran que pagar el billete completo cada vez que suban y bajen. Tal como está solo tenemos reservas de una noche, si se quedan más tou son problemas para ellos», afirma.
Entre las razones que llevaron al joven deportista a abrir el albergue Villa de Bulnes, admite el peso de ser nieto de Guillermina Mier, la llorada pionera del turismo rural en la zona. Su ausencia se nota y duele especialmente en el negocio que fundó hace más de medio siglo con su marido Rafael, el bar y albergue Casa Guillermina. Al frente de él, su hijo José Manuel Martínez, se emociona al mostrar la foto en la que la matriarca, junto a él, saluda al entonces ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, el día de la inauguración del funicular. De lo que aportó al pueblo es categórico: «Cambió muchísimo todo, gracias al turismo tamos aquí. En tiempos de mi madre la vida era dura, por eso aquí tamos acostumbraos a lo bueno y a lo malo. Esto fue siempre un hospital pa montañeros, los vecinos socorríanlos a todos. La pena é lo abandonáu que está. El pueblu más guapu d'España y unos por otros, no se cuida nada», se queja. Guillermina, desde otra de las imágenes que cuelgan en su casa, parece suscribir las palabras del hijo. Se fue un 20 de septiembre de hace tres años. En este de 2021 muchos en Bulnes la recordarán al celebrar el aniversario del día en que llegó el tren del futuro aquí.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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