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AZAHARA VILLACORTA
Domingo, 3 de mayo 2020, 01:30
Rubén Villar (Salas, 41 años), heredero de una saga de transportistas que empezó con su güelu y sus tíos, conduce un trailer de 16 metros y medio, pero llora como un guaje al hablar de su madre: Consuelo García. «Perdona que me emocione, pero es que mamá es la número uno. La que tira por toda la familia, la que siempre va pa' lante, la que mira por la empresa y por todo. Ella es la emprendedora de verdad. Ymi padre, mi hermano David y yo siempre estamos que si mamá hay que hacer esto o hay que hacer lo otro». Y Consuelo –que empezó a trabajar de muy joven y que hace años que regenta su propia tienda de deportes en su Salas natal– tira. «Y, además, le gusta». «Tanto –cuenta su hijo menor–, que, si fuese por ella, no tendríamos un camión cada uno:tendríamos una flota de cincuenta».
Así que cómo no se va a emocionar Rubén hablando de Consuelo, «una todoterreno con alma de empresaria». Una mujer incondicional con los suyos que, como casi todo el país, hoy celebrará el Día de la Madre alejada de sus dos hijos y sus nietos, y Rubén se quedará sin probar la ensaladilla y el arroz con leche de sus sueños. «Siempre estoy pensando en que quede algo en la fuente y poder rebañar», bromea antes de reconocer que los tápers de su madre son, a veces, la única alegría en carretera. Ymás en estos tiempos en los que los transportistas son uno de esos colectivos que una sociedad asustada y confinada ha elevado a la categoría de héroes de la pandemia. Una distinción de la que él reniega:«No somos héroes. Lo de héroes queda muy épico, pero no es real. Mujeres como ella, que siempre están ahí, que son el motor de todo, sí que son nuestras heroínas».
Porque, para ser sinceros, Rubén Villar está un poco harto:«Yo no quiero que me aplaudan. Yo lo que quiero es que, cuando llegue a un bar de carretera, esté abierto para poder tomarme un café y calentar la garganta. Oque, cuando llegue a las tres y media a una empresa a descargar, no me digan que ellos cierran a las tres y que espere allí hasta mañana, con un baño de feria y sin poder bajar del camión, porque, si bajo, me multan».
De todo eso está pendiente en la distancia Consuelo. Y, si hay que expresar alguna diferencia, lo hace:«Ella tiene muy claro que vale más ser yunque que martillo. Es raro que se enfade, pero, sin que te des cuenta, ella te lleva. No tengas miedo, que enseguida te vuelve al sitiu».
Mónica Martino | Conductora de autobús
La que también va al volante, pero de un autobús, es Mónica Martino, conductora de la línea 1 de EMTUSA, la empresa municipal de transportes urbanos de Gijón.
Ella cuenta que, cuando se interesó por ser conductora, su madre, Rosa Blanco, no podía creerlo, pero se enorgulleció en secreto. «Cuando me saqué el carnet, ella no me dijo nada, pero yo supe que estaba muy contenta porque la oí contándoselo a alguien por teléfono».
De su madre, Mónica ha aprendido el coraje. «Ella es muy echada para delante, aunque lo esté pasando mal. Es una mujer fuerte. Aparenta que es muy dura…». Y lo es aunque la procesión, a veces, vaya por dentro. Por no preocupar, ya se sabe. Así que, al reflexionar sobre eso, los ojos se le llenan de lágrimas y se ríe con un poco de vergüenza: «¡Ay, que me estoy emocionando!».
Y, con el ánimo erizado, hoy Mónica la echará mucho de menos: «¡Qué ganas de verla, de volver a la normalidad y de comer su comida, tan rica!». La que a veces se lleva también en un táper durante sus jornadas en el autobús.
Cristina Pérez | Guardia civil
Será igualmente un día extraño este domingo en casa de Cristina Pérez. Porque ella y sus cuatro hermanos saben lo especial que es para su madre, Ana María Remis, ver a todos sus hijos y nietos reunidos alrededor de la mesa.
Sin embargo, este 2020 el coronavirus ha obligado a posponer la cita. «Es un año diferente», resume esta agente de la Guardia Civil cuyo servicio a la sociedad le impide celebrar una fecha que para ella tiene doble sentido, puesto que es hija y madre.
Y, aunque al igual que a muchos de sus compañeros el confinamiento no le está resultando sencillo, Cristina, en primera línea, regatea la soledad impuesta por el virus como puede. «Nos organizamos para, aunque sea en la distancia, sentirnos juntos. Mi hermana le compró un regalo y haremos una videollamada cuando lo reciba, para ver cómo lo abre y felicitarla todos juntos».
Carlos García | Bombero
Entiende perfectamente de lo que habla Carlos García, quien, por primera vez en muchos años, no comerá hoy junto a su madre, Olvido Miranda, y el resto de la familia. «Solíamos juntarnos todos, pero me tendré que contentar con llamarla. Esperemos que lo podamos celebrar en verano», confía sin esconder la decepción que le causa no poder abrazar a su madre. «Te da pena no poder estar con ella en un día así, pero lo primero es protegerla».
Su trabajo como parte del cuerpo de Bomberos de Asturias le obliga a estar también a la vanguardia de la batalla contra el virus. Yeso, sumado a los problemas de salud que arrastra su progenitora, hace del todo imposible el encuentro. «Hablo con ella casi a diario y le dejo la compra a la puerta, pero verla sería correr un riesgo innecesario», se lamenta quien espera con ansia los test rápidos. «Nos van a dar mucha tranquilidad a los que estamos tan expuestos», reconoce.
Como Carlos, todos en el parque de bomberos de La Morgal cuentan los días para la vuelta a la normalidad. Están acostumbrados a jugarse la vida por los demás, pero a esa compleja misión se suma ahora tomar las precauciones para evitar llevarse el virus a casa. «Nos centramos en hacer nuestro trabajo lo mejor posible, pero es imposible no pensar en si lo habrás cogido, si vas a contagiar a tus seres queridos…», explica, mientras visualiza el momento en que pueda volver a abrazar, sin ninguna preocupación de por medio, a su familia. Y, sobre todo, a ella.
Amelia Menéndez | Auxiliar de enfermería
Más suerte tendrá Amelia Menéndez (Gozón, 1955), que se sabe afortunada. Y no solo por mantener su trabajo en plena pandemia laboral provocada por la crisis sanitaria del COVID-19. Ni tampoco por haber dado negativo en el test que le realizaron hace dos semanas. Amelia Menéndez se sabe afortunada por otro motivo muy distinto: «Tengo a mi madre sana y conmigo».
Esta auxiliar de enfermería de la residencia pública Los Canapés, en Avilés, es de las pocas privilegiadas que pasará el Día de la Madre con la suya, porque está confinada con ella.
No fue una decisión fruto del estado de alarma. «Mi marido, César, y yo vivimos en un piso en Luanco con mis padres, Amelia y Manolo». No ocurre lo mismo con el resto de hijos de la matriarca. Uno vive en Tenerife, otra en Andorra y un tercero en Avilés. El cuarto, que también reside en Luanco, es una de las visitas diarias «por la ventana».
«Le da mucha pena no poder darles besos ni abrazarlos, pero es lo que toca». Una pena que siente la propia auxiliar. «Pese a que vivo con ella, no le puedo dar un beso. Desde que empezó todo esto, guardamos todas las precauciones». Porque se sabe personal de riesgo. «Lo hemos pasado muy mal. Afortunadamente, en Los Canapés todos hemos dado negativo en COVID-19, pero la tensión es máxima, porque no estamos libres de que pueda pasar».
Una tensión que la lleva a «limitar al máximo» sus salidas: «Solo a trabajar y a por el pan». Y que la obliga a todo un ritual de limpieza: «Cuando salimos del trabajo ya nos limpiamos al máximo y lo hacemos de forma escalonada, para no coincidir. Al llegar a casa, ya tengo el gel en la entrada y me voy directamente al baño a quitarme la ropa y asearme. No veo a nadie hasta que acabo el proceso».
Y esa rutina de seguridad ha logrado que todos estén sanos y permitirá que hoy la fiesta «se celebre como merece»: «Será con tarta y todo, porque mi madre ye muy llambiona». Ycon los sentimientos a flor de piel:«Es imposible no llorar todos los días cuando salimos a aplaudir».
Sonia Contreras | Empleada de supermercado
Si de emociones hablamos, quien no oculta que es sensible y «mimosa» por naturaleza es Sonia Contreras (Carbayín, 41 años), que trabaja como reponedora en un supermercado y que tiene en su madre, Mercedes López, a su máximo referente:«Es una supermami». Esa que, cuando llega del trabajo, es la primera que la llama para preguntarle qué tal ha ido todo y pedirle «que tenga mucho cuidado», preocupada porque en la empresa ha habido ya siete contagios y porque la carga laboral ha aumentado con las bajas. «Y ponte los guantes y la mascarilla y échate gel», repite.
«Además de muy alegre, es trabajadora, luchadora, fuerte, siempre positiva. Siempre vivió por y para sus hijos. Ya quisiera yo ser la mitad de lo que es ella. Estoy orgullosísima», habla con total admiración Sonia de su madre. Y no es para menos, porque Mercedes –que sufrió los rigores de la posguerra y que emigró a Asturias desde Granada para convertirse en «la andaluza» y que el hombre trabajase en la mina como picador– crió a nueve hijos mientras trabajaba y hoy, ya viuda, disfruta tras jubilarse como empleada de la limpieza en el Ayuntamiento de Pola de Siero.
De esas mujeres a destajo «que siempre se levantan las primeras y se acuestan las últimas», explica Sonia, que recuerda una infancia en la que «la encontrabas planchando a las tres de la mañana». Una madre que a la fuerza tenía que ser estricta para lidiar con nueve chiquillos, «pero que también sabía abrir la mano».
«Era tan meticulosa que, un día, mezcló lejía, amoniaco y no sé qué más, se desmayó y tuvimos que marchar corriendo con ella al médico», recuerda con una sonrisa Sonia, que cuenta que, al volver, solo dijo:«¡Vaya limpio que quedó el portal!». Yque hoy tendrá que conformarse con verla de lejos:«No la podré abrazar, pero la veré desde la calle y le lanzaré un beso al balcón, porque cayó y ahora vive con mi hermana a menos de un kilómetro».
David Santiago | Técnico de ambulancia
Como separados por el riesgo de contagio estarán David Santiago y su madre, a la que le debe la vida y también su pasión por el trabajo. Él es técnico de ambulancia de Transinsa porque ella, María del Carmen, lo apoyó incondicionalmente.
Solo una prueba irrefutable:cuando David tenía diecinueve años, su madre fue operada de cáncer de colon. En aquel momento tan complicado, él solo llevaba un día en la empresa y, cuando fue al hospital a verla, lo primero que le preguntó fue qué tal le iba en el trabajo. Y, a pesar de haber sido operada cuatro veces desde entonces, nunca le ha permitido que pida días libres para estar con ella. «La mayor alegría de su vida es que yo trabaje en las ambulancias», reconoce David, cuya labor es tan importante durante esta crisis sanitaria y para el queMaría del Carmen siempre ha estado ahí:«Cuando me han tocado situaciones duras por el trabajo, ella siempre me ha dado ánimos para seguir adelante, para ayudar a la gente. Eso le hace sentirse orgullosa de mí».
Alejandro Sacristán | Farmacéutico
Presume igualmente de aliada Alejandro Sacristán, que se crió en la rebotica de la farmacia que su madre regentaba en Taramundi, donde jugaba a organizar las cajas de medicamentos y veía a Carmen escuchar con atención los problemas de todo aquel que traspasaba el umbral de la puerta. Sin importar si la pregunta era sobre una dosis, una dolencia o un tema aparentemente banal, siempre observó con curiosidad la cercanía con la que ella trataba a todo el mundo y la entrega con que ayudaba a los vecinos.
Lo hizo primero en aquella botica de Taramundi que llevaba trece años vacante cuando la cogió en el 82, joven y lejos de su casa en Gijón, y lo sigue haciendo desde hace tres lustros en su farmacia gijonesa de la calle Mon.
Quizá por eso su hijo pequeño siempre tuvo claro que lo suyo era emular sus pasos y hace cinco años que ambos trabajan juntos. «Intento replicar esas ganas de ayudar a la gente que siempre vi en ella», reflexiona Alejandro.
Carmen Eijo –dice– no solo le enseñó los aspectos técnicos de la profesión, sino también que ser un buen farmacéutico requiere mucho más que dispensar medicamentos. «Me inculcó la importancia de la cercanía con los pacientes, de ayudarles en todo lo posible. Desde recomendarles dónde hacerse una prueba hasta con quién hablar cuando tienen algún problema grave».
Eso hace que la relación con la gente que lleva años encontrando en la farmacia un lugar donde compartir sus preocupaciones sea casi la de una familia. «Nuestros pacientes son importantes para nosotros. Les conocemos con nombre y apellidos, crecemos con ellos. Les acompañamos durante toda su vida y sufrimos cuando se van».
Yestos días están siendo aún más difíciles y les han obligado a separarse en turnos –hace semanas que no se ven–, a instaurar medidas de protección en el negocio para garantizar la salud de trabajadores y pacientes, pero se esfuerzan cada día «por seguir dedicando tiempo a cada uno, ya que, en estos momentos de incertidumbre, lo que más agradecen es una voz fiable y formada, que les transmita tranquilidad. Una voz como la de mi madre».
Elena Andión | Enfermera
Ya Elena Andión y María José Torralba, hija y madre gijonesas, las une también una vocación inquebrantable:en su caso, por la enfermería. Elena creció escuchando las historias que su madre vivía en el HUCA, donde trabaja como auxiliar de quirófano, y así fue forjándose su futuro, ya presente, como enfermera.
«Desde pequeña, me llamó la atención. Siempre vi a mi madre en ese ambiente y hablándome de lo que hacía», cuenta Elena. Porque, aunque en su casa reinara la libertad a la hora de elegir una carrera, su madre siempre le inculcó el amor que debía poner en aquello que eligiera. «Siempre me dijo que en cualquier trabajo debía aportar y ayudar lo máximo que pudiera a la gente. Yo aprecio el respeto y el cariño con el que ella me habla de su profesión», señala.
Aún recuerda Elena cuando, estando de prácticas en el HUCA, durante la carrera, coincidía con algunos compañeros de su madre y todo eran buenas palabras. «Todos me decían que era una gran profesional, muy buena y muy trabajadora, así que parecerme en todo eso a ella, para mí, sería un orgullo. Me encantaría dejar ese cariñoso recuerdo en la gente», relata.
Entre auxiliar y enfermera es inevitable que, una vez en casa, se cuele entre sus conversaciones el trabajo. «Nos preguntamos por cómo nos ha ido el día y compartimos opiniones y distintos puntos de vista según lo que cada una ha ido viendo», explica Elena. Aunque, más allá de lo laboral, hay tiempo para todo en los ratos que comparten. «Nos llevamos muy bien, tenemos mucha confianza, le puedo contar cualquier drama», dice, entre risas. «Me ha enseñado a tratar bien a todo el mundo y a quedarme siempre con lo bueno. La quiero mucho y la admiro más todavía».
Paula Fernández | Médica
La que eligió una profesión que nada tenía que ver con la de su madre fue la ovetense Paula Fernández, quien desde pequeña tuvo claro que, algún día, sería médica. Un sueño que Mar Méndez, su madre, apoyó desde el principio. «Ella siempre apostó por mí y me apoyó para que no renunciara en los días más difíciles», cuenta.
Mar, entre tanto, regentaba un restaurante donde trabajaba muy duro, pero esos horarios no impidieron que se desviviera por su hija. «La profesión de mi madre era muy sacrificada, pero siempre se organizó para estar con su familia».
Pero a Paula la vida le asestó un duro revés cuando, en segundo de Medicina, Mar falleció. «Eso hizo que la tuviera siempre muy presente. Siempre intento dar lo mejor de mí para que se sienta orgullosa y mi padre siempre me dice que, si me viera, lo estaría». Y es que Paula y Mar eran mucho más que madre e hija. «Teníamos una relación muy cercana. Ella era mi mejor amiga sin dejar de ser mi madre. Le pedía consejo para lo que fuera. Se lo contaba todo, aunque pudiera reñirme».
Con esa figura materna fundamental en casa, no dudó a la hora de especializarse. «Nunca tuve dudas sobre qué camino escoger: quería ser ginecóloga. Me encanta la obstetricia porque implica estar en el momento más importante de una mujer. Es mágico».
Conseguirlo implicó muchas horas de esfuerzo para Paula que se vieron compensadas, aunque al final del camino le faltó tener a su madre al lado. «Me hubiera encantado que me viera graduarme y convertirme en ginecóloga». Porque Paula recuerda y recordará cada día de su vida a su madre, aunque hoy con más intensidad si cabe. Con esa misma fuerza que la impulsó a luchar hasta hacer realidad sus sueños.
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