M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Lunes, 22 de febrero 2021, 08:24
«Eso no se olvida nunca. Objetivamente fue una situación muy grave, no solo por la preocupación que teníamos dentro sobre cómo podía terminar aquello, sino también por el desconcierto por lo que pudiera estar pasando fuera». Ludivina García Arias tenía 35 años cuando ... Tejero entró en el Congreso de los Diputados aquel de 23 de febrero de 1981 en que ella ocupaba escaño. Socialista nacida en México hija de refugiados, tenía dos hijos -de uno y siete años- y la angustia instalada en el cuerpo. Estaban aquel día colocados por orden alfabético los parlamentarios según su procedencia, de modo que los asturianos se ubicaban junto a los aragoneses. Hablaban bajito y compartían cualquier noticia que llegaba a la vuelta del baño o la enfermería. Fueron momentos de irrealidad: «Fue como una escena teatral, como si estuviéramos en el túnel del tiempo. Tejero entró, empezó a disparar, nos mandó tirarnos al suelo y cuando nos pudimos levantar vimos cómo empezaban a ocupar ordenadamente aquellos guardias civiles que iban vestidos de militares en maniobras la sala plenaria», rememora. Le vienen a la cabeza episodios muy tensos, como cuando Gutiérrez Mellado se enfrentó a los asaltantes y le zarandearon, o «cuando sacaron del pleno a Felipe González, Carrillo, Guerra o Rodríguez Sahagún, porque no sabíamos a dónde los llevaban y qué iban a hacer con ellos».
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En un mundo tan hiperconectado como el de hoy es difícil imaginar la sensación de desconexión absoluta con el mundo que vinieron los parlamentarios retenidos en la carrera de San Jerónimo. «Recuerdo ver en el otro lado sentado a Abril Martorell tan tranquilo. Él tenía un transistor y, aunque se suponía que no podíamos comunicarnos, se iba haciendo una cadena de información que nos iba llegando un poco a todos». Ejemplo, el asturiano Horacio Fernández Inguanzo, 'El Paisano', del PCE, que estaba enfermo del corazón y lo llevaron a enfermería. «Volvió y nos contó que los ujieres le habían dicho que habían metido dentro por las ventanas del Congreso la edición de 'El País' que anunciaba el fracaso del golpe».
Imposible dormir. Ella fue al baño y vio lo siguiente: «Me topé con dos ocupantes que debían ser oficiales que habían dirigido la operación. Uno llevaba ese traje de maniobras caqui que se corresponde con el Ejército, y el otro el verde oliva, que se correspondía con la Guardia Civil, y estaban hablando con Blas Piñar. Cuando se dieron cuenta de que me acercaba se separaron y, cuando yo regresé al pleno, Blas Piñar desapareció, y reapareció por la mañana, cuando acababa todo, con la cara desencajada y la gabardina en el brazo». Y lo que narra no es cuestión menor ni baladí: «Comento esto porque creo que la trama civil no fue investigada. En aquella época, este tipo de delitos seguían correspondiendo a la jurisdicción del Ejército y la investigación la hizo un fiscal militar», afirma la exdiputada asturiana.
Imposible olvidar el instante en que el guardia civil al mando del control del plenario ordenó destripar las sillas de los taquígrafos y sacar el serrín para ponerlo encima de la mesa y amenazar: «Al menor movimiento, fuego». La angustia era infinita: «Los guardias civiles nos iban mirando y nos identificaban a todos, ahí está menganito, ahí fulanito. Nos miraban y nosotros los mirábamos a ellos. Los primeros momentos estaban en posiciones autoritarias, pero, según iba pasando la noche y veían que el golpe había fracasado, se convirtieron en gente amable y por la mañana entraron con pan de molde y mantequilla preguntando quién quería desayunar. Estábamos todos alucinados».
Son muchas las historias que se amontonan. Un momento especial fue la salida del Congreso -las mujeres lo hicieron primero- y por fin saber: «Estaba todo acordonado y, cuando se acercó un periodista de la cadena SER a preguntarnos, vimos que había terminado». Ese micro fue revelador de que no había nada que temer. «Nos dirigieron al Hotel Palace, donde se había establecido como una especie de cuartel de campaña, y, poco después de entrar, alguien dijo: 'Ludivina García Arias, la llaman desde México por teléfono'. Era mi madre, y, claro, ya después llamé inmediatamente a mi exesposo, Juan Luis Rodríguez-Vigil, que me contó que mis hijos habían pasado la noche en casa de su abuela».
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Llegaron después días raros. Se respiraba un ambiente extraño en Madrid. «Hubo una reunión del grupo socialista y Alfonso Guerra nos dijo que nos iba a llamar el fiscal militar para interrogarnos, pero que se había decidido que era mejor que no hiciéramos declaraciones individuales. La situación seguía siendo muy delicada, y aceptamos la declaración conjunta». Y llegó el momento de firmar: «Algunos firmaban sin leerla y algunos la leímos, y yo vi que lo que se había declarado era exclusivamente lo que había sucedido los pocos minutos que estuvo transmitiendo la televisión y lo que siguió grabando la SER y decidí no firmar», relata.
Dice Ludivina que esa decisión de callar «no fue inteligente, pero sí comprensible». Ahora lo lógico sería mirar atrás y ver lo que no se vio: «Hasta que no se desclasifiquen los documentos que no hayan sido destruidos no se sabrá más y todo lo que sucedió en las distintas provincias», reflexiona. Y se refiere a Asturias, donde -pudo saber a través del testimonio directo de un alto mando del Ejército-, aunque no figuraba entre las zonas que Tejero mencionó como una de las adheridas al alzamiento, «la situación fue delicadísima y estaban proclives a sumarse al golpe de Estado». Solo su fuente y otro oficial eran contrarios. Esas incógnitas hay que despejarlas ya. Su petición es clara: «Que se permita a los historiadores acceder a las fuentes».
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