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ANA MORIYÓN
Lunes, 30 de marzo 2020, 02:43
Han dado positivo en la prueba del coronavirus aunque, por suerte, se encuentran bien de salud y pueden pasar la enfermedad en sus respectivos domicilios. Eso sí, totalmente aislados y dependiendo de terceras personas para abastecerse de alimentos, tirar la basura o cuidar de sus mascotas. Una de sus vías de escape, reconocen, es la cita diaria con sus vecinos a las 20 horas.
La diputada nacional del PP viajó de Madrid a Asturias sin síntoma alguno y, cuando llevaba un par de días en el Principado, comenzó a sentirse mal. «Tras cuatro horas de espera» al teléfono, cuenta con resignación, pudo contactar con los servicios médicos para que le hicieran la prueba. Desde entonces está encerrada en su piso de Oviedo, donde vive sola, y sobrevive al encierro gracias a la ayuda de sus amigos. «Me han traído comida, han ido al médico a por mis recetas, a la farmacia a por las medicinas, y me lo dejan todo en el felpudo», agradece.
Gázquez entiende el colapso, pero se queja de la falta de un protocolo que tenga en cuenta las necesidades más básicas de los enfermos. «Unos días después de confirmarme el positivo me encontré especialmente mal y nadie me cogía el teléfono en el 112. Tuve una sensación de abandono total por parte del sistema porque, en ese momento, lo que uno necesita es hablar con un médico, al menos para que te tranquilice», relata. «Pienso también en las personas que están ingresadas en los hospitales, totalmente solas, así como en sus familiares, que no pueden acompañarles en esos momentos. Tiene que ser muy angustioso», lamenta.
El piragüista Walter Bouzán también se ha contagiado y está aislado en su domicilio de Ribadesella. Aunque trata de mantener las distancias con su mujer y su hijo, de apenas dos años, reconoce que es muy complicado conviviendo los tres bajo un mismo techo, por lo que para mayor precaución ninguno sale de casa. Son sus suegros, de hecho, quienes se ocupan de suministrarles alimentación y quienes se han hecho cargo del cuidado de su perro, al que ahora no pueden ni sacar a pasear.
Para Bouzán lo peor de esta situación no es el confinamiento, al que en mayor o menor grado está sometida toda la población, sino no poder acudir a su puesto de trabajo en el parque de bomberos de Cangas de Onís. «Estoy aquí como un gato encerrado, pero sin duda lo que más rabia me da es no poder ser útil en estos momentos», reconoce. «Intento aprovechar el tiempo para disfrutar de mi familia en casa, pero siento mucha impotencia por no poder echar una mano», añade.
Le han recomendado no hacer esfuerzo físico, pero para él eso también es tarea complicada. De hecho, reconoce, «sin forzar mucho» practica todos los días encima de su kayak ergómetro. Agradece también vivir en un barrio «muy animado» donde, además de aplaudir puntualmente a los sanitarios, también se juega al bingo desde los balcones y se escucha música.
Cuando supo que se había contagiado del coronavirus hizo recuento de las personas con las que había tenido algún contacto en los últimos días y las avisó de forma inmediata. Desde entonces, el consejero de Desarrollo Rural, el resto de directores generales y de jefes de servicio de esta consejería mantienen la más estricta cuarentena. Aunque reconoce que su idea inicial era ocultárselo a su madre, para que no se preocupara, finalmente resultó inevitable. «Tiene ochenta años y su primera reacción fue querer venir a cuidarme», recuerda. Lo cierto es que Begoña López apenas tuvo dolor de cabeza y algo de fiebre -raro en ella-, por lo que hace especial hincapié en pedir a la población que se mantenga en sus casas. «Aunque nos encontremos relativamente bien podemos estar contagiados y estar en casa es la única manera de frenar la epidemia», argumenta.
La directora general vive en Gijón con su marido y su hija, pero se mantiene en una habitación totalmente aislada. «Solo cuando necesito ver a alguien abrimos la puerta y charlamos un poco manteniendo las distancias», anota. No obstante, considera que es una privilegiada porque se encuentra bien e, incluso, confiesa que la semana le ha pasado volando. «Mantengo una rutina y tengo mucho trabajo que estoy adelantando», apunta.
Asegura que se está «alimentando bien» y que también saca tiempo para hacer algo de ejercicio, aunque lo que no perdona es salir a la ventana cada día a las ocho de la tarde para rendir homenaje a los sanitarios. «Estoy deseando todos los días que llegue la hora», confiesa.
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