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P. SUÁREZ
gijón.
Martes, 17 de marzo 2020, 02:41
Si la sensación debiera ser la de una ciudad fantasma, en Gijón, al menos, está lejos de serlo. Pese a que la mayor parte de la población permanece confinada en sus casas, tal y como establece el estado de alarma decretado por el Gobierno, las abundantes excepciones ponen la nota discordante e irresponsable al extraño día a día. Personas ajenas a la situación, o que aseguran serlo; dueños de mascotas cuyos paseos abarcan barrios enteros; ciudadanos que, sin ningún tipo de reparo, reconocen no estar dispuestos a cumplir con la norma... Sancionar sus comportamientos y concienciar sobre la importancia de quedarse en casa para evitar que el virus se propague es la función en la que estos días se centran los agentes de Policía Local.
No está siéndoles sencillo. Tan solo durante este último fin de semana fueron propuestas para sanción 60 personas que, en los primeros días de la medida, decidieron que el encierro no iba con ellos. Se suman a los 30 bares que, pese a la orden de mantenerse cerrados, se negaron a bajar la persiana con el peligro que ello conlleva tanto para los clientes como para los propios trabajadores. «Es un caos. Así es imposible que solucionemos esta situación en quince días. La gente no es consciente o no quiere serlo», lamenta para sí un agente, cansado ayer de preguntar a la gente de dónde viene, a dónde se dirige y con qué fin. «Muchos te dicen que van a comprar y no les puedes decir nada, aunque sabes que es mentira».
Durante el tiempo que ELCOMERCIO acompañó ayer a una de las diez patrullas de Policía Local que controlan cada día las calles, la radio registró una actividad atípica por lo excesivo. Los agentes registraron una media de cuatro sanciones a la hora. Una cifra que, dada la situación, arroja una perspectiva social que invita al pesimismo. La sensación de libertad inherente al ser humano se ve coartada en estos días y, pese a que la mayoría lo asume con responsabilidad, algunos se declaran incapaces. «Vamos a ver a un familiar», argumenta una familia al ser preguntada por un agente en Eleuterio Quintanilla. Son cuatro, dos adultos y dos menores. No son capaces de dar una excusa convincente para justificar su presencia en la calle, por lo que el hombre es identificado y propuesto para una sanción que puede, incluso, superar los 3.000 euros.
«La gente ya no sabe qué inventar con tal de salir a la calle», masculla el policía tras otro encuentro, esta vez con dos hombres que, aseguraron, iban a comprar a la gasolinera de Manuel Llaneza. Uno de ellos, inquirido por donde vivía, explicó que en Nuevo Gijón. La normativa contempla desplazamientos para aprovisionarse de bienes de primera necesidad, pero no rutas entre barrios distintos. Otra sanción. «Al final tienes que parar a los que es muy obvio que están incumpliendo el estado de alarma, pero hay muchos más. Si identificasemos a todos nos volveríamos locos», confiesa.
Uno de los motivos por los que se decretó el confinamiento de la población fue para proteger a aquellos grupos considerados de riesgo. Por eso, cuando una patrulla se encuentra con personas mayores transitando las calles sin motivo aparente, la frustración es mayor si cabe. «No quiero quedarme en casa. Salí a dar una vuelta», reconoce abiertamente un hombre de avanzada edad en la calle Río Eo. No intenta excusarse y el agente se muestra comprensivo, pero la sanción es inevitable. No solo como una forma de penalizar lo ocurrido, sino también para evitar que se repita. A algunos, a tenor de la reacción al recibir la noticia, les duele más la cartera que la salud.
El trabajo diario de los agentes no es un fuego a discrección. De hecho, son más los que se marchan con un aviso que los que lo hacen con una propuesta de sanción. También para los policías es una situación diferente. «Ir preguntando constantemente a todo el mundo por lo que hace o deja de hacer te desgasta mucho», explican quienes, antes de sacar el papel y el bolígrafo, optan por que la ciudadanía entienda su responsabilidad a la hora de tratar de detener el virus y acortar al máximo el tiempo confinados.
Algunos de los casos más comunes son los de parejas caminando juntas por la calle, lo que está prohíbido por la normativa, o los de aquellos padres que deciden llevar a sus hijos a la compra. En la calle Velázquez, una mujer se libra por los pelos de ser sancionada. Viene de comprar en el supermercado y lleva con ella a su hija. Dice no tener con quién dejarla. Unas calles más allá, otra pareja camina con varias bolsas. Van tapados hasta arriba con bufandas, pero caminan de la mano. Ambos casos se quedan en un apercibimiento por parte de los agentes.
Menos suerte corre un hombre que camina por la avenida de la Constitución junto a su sobrino. Interrogado por la Policía, dice venir de un quiosco cercano, donde compró algunas gominolas para el pequeño. No miente, pero los quioscos no venden alimentos de primera necesidad. Pese a sus quejas, será propuesto para sanción. «Usted, como adulto, debe dar ejemplo», le explica un agente mientras el hombre se aleja calle atrás.
Otro foco de polémica son los perros. Las autoridades, como no puede ser de otra manera, autorizan a pasear a los animales de forma individual, pero las mascotas se han convertido en un billete hacia la libertad cargado de irresponsabilidad.
En apenas dos horas, los agentes se encuentran que algunas mascotas han sido paseadas varias veces por dueños distintos, mientras que otras han atravesado prácticamente media ciudad junto a sus dueños. En los parques, para evitar que dos personas se puedan juntar, las patrullas activan la megafonía y reclaman que se cumplan las medidas. Es una situación a todas luces atípica hasta para los propios agentes.
Una de las realidades más duras estos días es la de los sintecho. «Ya casi no tengo para comer», explica uno de ellos en Marqués de San Esteban, donde toca la guitarra, aún sabedor de que esta vez no habrá monedas. Lo que hace la Policía en estos casos es tratar de ubicarlo en uno de los centros habilitados y completamente superados por la situación. Al final, sí hay algo mucho peor que estar confinado durante quince días: no tener donde estarlo.
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