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Gonzalo Bosch
Sábado, 24 de agosto 2024, 09:29
Cenizas y escombros. Olor a humo y silencio. Sobre todo silencio. Seis meses después, el edificio de la calle Rafael Alberti número 2, en el barrio de Campanar, permanece prácticamente igual que aquel momento en el que el cuerpo de Bomberos de Valencia dio por ... extinguido el fuego. Lejos empiezan a quedar ya aquellos momentos en los que los vecinos recibían las pocas cosas que se habían salvado de las llamas. Lejos queda también el milagro de Coco, el gato que apareció vivo en el interior de la finca una semana después de la tragedia. En la actualidad, pladur, cables y doble techos inundan rellanos y viviendas en las que ya no queda nada.
Cuando uno se adentra en el interior de ese gran esqueleto de 45 metros de altura, lo primero de lo que se percata es que el portal, en la planta baja, sobrevivió de la misma manera que el local comercial sobre el que descansaban las 138 viviendas. El polvo y las marcas de humo inundan la estancia de recepción, aunque la estructura en general permanece casi intacta. Hasta las butacas que presidían el descansillo donde se encuentran los ascensores siguen ahí, como si estuvieran esperando a que alguien vaya a darles uso.
Tras el descansillo, un pasillo a mano izquierda alberga una puerta que da acceso a las escaleras. Éstas aportan indicios de cuánto se extendió el fuego en esta salida de emergencia. Los escalones en las dos primeras plantas siguen en muy buen estado, pero conforme se llega a la segunda planta, las marcas de humo en las paredes dibujan los azotes de las llamas contra este punto de acceso a las zonas superiores. Una vecina abre paso a es periódico mientras explica lo que los ojos pueden ver mientras la mente trata de imaginar. Muchos vecinos bajaron esas escaleras para salvar su vida.
Llegados a la segunda planta, de la luminosidad de las escaleras se pasa a una profunda oscuridad. Los rellanos no tenían ventanas. La poca luz que entra en estos largos pasillos actualmente se cuela por los huecos de las puertas de cada vivienda, ahora inexistentes. Uno no puede evitar pensar en Julián, el conserje que trató de avisar a todos los vecinos llamando puerta por puerta. Todo el cableado de los telefonillos, la fibra óptica y electricidad en general se escondía por encima del falso techo del rellano. Ahora, todo este cableado se encuentra completamente visible. Ese falso techo se esfumó, ahora es sólo ceniza.
De las viviendas, tan sólo queda la estructura, en buen estado y que permitirá rehabilitar el edificio sin necesidad de echarlo todo abajo. Gracias a la colocación de las vigas, aún es posible interpretar la disposición de una de las viviendas a la que tiene acceso este periódico. A mano derecha se encuentra la cocina, donde los escombros se amontonan pegados a la pared, en lo que se interpreta que son los restos de todo el mobiliario que allí se encontraba. Además, lavavajillas y lavadora siguen presentes en el habitáculo, aunque calcinados.
Un pequeño pasillo separaba dos habitaciones y dos baños, además de un salón que daba acceso a una amplia terraza. En esa vivienda una abuela y su nieta estaban en casa cuando comenzó el fuego. Padre y madre de la niña vieron las imágenes en internet y avisaron a la anciana para que salieran de casa. Una vez se encontraban en la calle, su casa también comenzó a ser víctima del fuego. En la terraza había macetas, juguetes de la niña o una gran pérgola de madera. Ahora todo eso hay que imaginárselo, puesto que todo ha quedado en ceniza.
El silencio que invade todas y cada una de las viviendas del edificio de Campanar es abrumador. Pasear por los pasillos del edificio con tan sólo el sonido de pisadas sobre trozos de techo y cables llega a quitar la respiración. Rememorar lo que ocurrió aquel 22 de febrero entre esas paredes resulta difícil de digerir. Las puertas de los ascensores de acero se unen a un libro de Elísabet Benavent y otro de La Vecina Rubia como las únicas cosas que parece que alguien haya colocado allí, como si no hubieran estado rodeadas de fuego durante horas. Tras seis meses, resulta complicado ver como el proyecto de tantas familias ha quedado reducido a eso, cenizas, escombros y silencio. También a humo, ese predominante y desolador olor a humo.
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