Día de Nuestra Señora del Carmen, Torazo Muséu del Pueblu d'Asturie

Carne y luz para los difuntos, una tradición también asturiana

Apaciguar a los muertos en su tránsito a al más allá era el objetivo de unas costumbres que, censuradas por la Iglesia católica en el siglo XVI, entroncan con aquellas que dieron lugar al Halloween o Samhain

Jueves, 31 de octubre 2024, 20:41

A priori, todo podría parecer un divertimento artificial, propio solo de los tiempos modernos. La palabra 'Halloween' no apareció en EL COMERCIO hasta 1974, y en aquella ocasión ya remitía a una fiesta yanqui. Aún más recientes son las referencias en nuestro diario ... al vocablo gaélico 'Samhain'. Pero, al igual que los espíritus que, según la tradición, vagarán por las calles esta noche en busca de la eternidad, también la verdad acaba saliendo a la luz.

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Esa es la clave: la tenue luz surgida de las velas, ora puestas en una calabaza, ora iluminando las sepulturas en esta Noche de Difuntos o de Ánimas. Esos términos sí eran conocidos por los asturianos, que tenían sus propias costumbres -y muy asemejadas a las de otras tierras del Arco Atlántico- para la víspera de Todos los Santos, la noche en que «salen los muertos de sus sepulcros para vengar agravios o castigar a sus matadores».

La cita es de un cuento publicado en marzo de 1879 en la Revista de Asturias por un tal Hans Czolvaec. Era el seudónimo del avilesino Estanislao Sánchez Calvo (1842-1895), quien no hacía sino dramatizar creencias existentes desde tiempos inmemoriales. Ya en el siglo XIX, Francisco de Paula Mellado alude, en sus Recuerdos de un viaje por España (1849-1851) a la costumbre de la oblada, que en muchos pueblos asturianos consistía en colocar comida frente al cadáver en su conducción al sepulcro. Varias fanegas de trigo o de maíz, en el caso gijonés, o, en el de Piloña, «una ternera joven, que no hubiese parido», y que iba en cabeza de la procesión fúnebre, «conducida por un criado delante del féretro».

La costumbre se repetía, junto con velas prendidas, en el cabo de año y en la Noche de Difuntos, cuando se creía que los espíritus podían salir a vagar en búsqueda de la paz que aún no encontraran en la otra vida. Debían, por tanto, ser apaciguados con comida o con velas que les ayudasen a vislumbrar su camino. Por si los sustos, que ya se sabe que quien ve a la Güestia pasar tiene un pie en la sepultura. ¿Acaso no recuerdan estas costumbres a las del Halloween estadounidense? De aquellas dádivas a los difuntos pudo haber surgido el trick or treat, y de la obsesión por llenar de luz a los días que en estas fechas comienzan a acortarse, y tirando de un fruto que se cosecha en otoño para salvaguardarla del viento, las calabazas con una vela dentro.

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Tampoco es que nosotros inventáramos nada. La tradición ya estaba ahí. En 1785 el poeta escocés Robert Burns titulaba Halloween (el nombre procede de All Hallows' Eve: la víspera de Todos los Santos) inspirándose en las costumbres que mamara de crío. Unas muy parecidas a «las bacanales de antaño» que estudió el folklorista ovetense Constantino Cabal. En sus tiempos -vivió entre 1877 y 1967- las costumbres en torno a la Noche de Difuntos habían comenzado a desaparecer tanto en Asturias como en Cantabria, si bien en algunos pueblos aún seguían colocándose ofrendas de «sebosos cuartos de carnero, rancio vino de Málaga y panes de dulce álaga» sobre las sepulturas, alumbradas al efecto.

Todo, desde el Halloween de Burns al magüestu de difuntos de Mellado, quien citaba el testimonio de una mujer de Tereñes (Ribadesella) sobre la costumbre de dejar parte de la cosecha de castañas para los difuntos, respondía a una tradición común. Eso creía Menéndez Pelayo, que aludía, a finales del siglo XIX, al origen céltico. El mismo que aún hoy defiende el etnógrafo Alberto Álvarez Peña, que ha recogido no pocos casos de decoración de calabazas muy anteriores a la propagación de la costumbre americana. Acompañando a los testimonios orales están también los documentales: en 1541, el obispo de Mondoñedo, Antonio de Guevara, disponía en sus Constituciones Sinodales que se prohibiese que los niños anduviesen a las puertas pidiendo comida, «por ser rito gentil y no cristiano». No cuajó: casi quinientos años después, los críos siguen pidiendo chucherías en la Noche de Ánimas. La tradición, mal que digan, es también nuestra y de los difuntos que nos precedieron. Los mismos que hoy, si las calabazas no lo remedian, vagarán sin rumbo recomendándonos que andemos de día, «que la nuechi ye mía». Advertidos quedamos.

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