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La iglesia de Santiago de Duesos.
Caravia: romeros, templarios y trasgos por el Camín Real
HISTORIAS DEL CAMINO DE SANTIAGO

Caravia: romeros, templarios y trasgos por el Camín Real

Vestigios del misterio y lo sagrado. Perviven en la playa de La Beciella con un gran túmulo y frente a iglesia de Santiago de Duesos, donde se halla una estela castreña

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Domingo, 14 de noviembre 2021, 10:29

El peregrino se adentra en Caravia cruzando el arroyo de La Reguta y seguirá bordeando la costa por el trazado del Camín Real que parte en las inmediaciones del arenal de Morís para ir asomándose a los otros del concejo: La Beciella, El Visu, Mocarey y La Espasa. Los pasos y la presencia del ser humano por estas tierras se remontan al menos hasta el paleolítico, época en la que se datan los abrigos rupestres de Les Vaques y La Pongueta, próximos al lugar de Duyos.

Hay enclaves donde, además de la huella de las poblaciones que lo habitaron, perviven los vestigios del misterio y lo sagrado. En la mencionada playa de La Beciella desemboca el Río de los Romeros, un hidrónimo que evoca a los caminantes xacobeos que lo atravesaban y donde se cree existió una hospedería vinculada a la Orden del Temple, según algunos autores como el caraviense Aurelio de Llano. Formaba parte del antiguo monasterio de Santiago fundado por el conde Munio Roderici en el siglo XI. A escasos metros de la Beciella se localiza un gran túmulo dolménico, prueba de que las riberas de ese regato que baja de las estribaciones del Sueve a unir sus aguas con las del mar debían ser lugar propicio al encuentro con lo sobrenatural. No es la única piedra notable y con enigma de las dos Caravias: frente a la iglesia de Santiago en Duesos se exhiben en una urna de cristal los fragmentos de la Estela castreña que se descubrió hace casi un siglo semienterrada en la sacristía del templo. Observando el tamaño de estas piezas es posible visualizar las colosales dimensiones que hubo de tener la estela discoidea donde se engarzaban alrededor de un círculo solar. La decoración geométrica es de la misma factura que la hallada en cerámicas y otros restos del castro prerromano del Picu, excavado por De Llano.

El polígrafo De Llano Roza de Ampudia fue un personaje curioso en todas las acepciones del término. De formación autodidacta, se interesó por la arqueología y la practicó sacando a la luz el poblado fortificado del Picu'l Castru, habitado desde la Edad del Bronce hasta la primera centuria antes de Cristo. Estudió y recopiló la cultura oral tradicional recorriendo Asturias de cabo a cabo en un ingente trabajo de campo. La propia historia de su concejo natal y parte del fruto de sus investigaciones directas las recogió en el volumen 'El Libro de Caravia'. De la memoria oral que le transmitieron sus propios paisanos, en 'El Folklore Asturiano' recoge dos historias, ambas protagonizadas por el trasgu, ese ser del trasmundo asturiano, travieso, malvado e inocente a partes iguales, como un niño. En todos los relatos que se cuentan de él sale escaldado de sus burlas y en los que anota don Aurelio no se libra mejor.

En el primero de los cuentos, el trasgu se manifiesta en lo que hoy los aficionados a los fantasmas y al cine de miedo llaman un caso de 'poltergeist'. Y es que en una antigua casona de Caravia la Alta, la de San Lorenzo, andaba todo revuelto por causa de uno de estos seres y el jaleo insoportable que armaba en el desván. El ruido era tal que las vacas corneaban las sebes de los prados, las pitas se alborotaban como si anduviese cerca el raposo y nadie conseguía dormir entre aquellas paredes. Un grupo de mozos decidió pasar la noche allí con la intención de atrapar al autor de los sobresaltos. Pronto escucharon unos pasos en el desván y luego un estrépito ensordecedor. En medio de él escucharon una voz como de rapaz que decía: «¡Birle a la izquierda! ¡Je, je! ¡Cuatreada!». Era el trasgu que estaba jugando a los bolos. Se rió de los mozos cuando subieron a intentar atraparlo, lanzándolos en medio de su particular bolera. Solo logró escarmentarle una mendiga -acaso una peregrina- arrojándole a la cara un copín de linaza, que tiene para los trasgos el mismo efecto que el ajo para los vampiros.

La otra historia habla de un trasgu llambión que le arrebataba a una mujer de Duyos la torta que cocía en el llar mientras ella hilaba, y así día tras día. Harta del ladrón, convence a su marido para que se vista con sus ropas y lo espere poniendo en el fuego una piedra en lugar de la masa de harina. El trasgu cae en la trampa y se abrasa, pero no sin antes darse el gusto de burlarse un poco del guardián: «¿Tienes barbes y files? ¿Files y non salives?».

Huyó trepando por les calamiyeres (las cadenas) del llar y no se volvió a tener noticia de él en Caravia. Bueno, no es así. De vez en cuando volvía en la memoria de los peregrinos que transitaban por el Camín Real contando historias de paso a Santiago Compostela.

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