Nueva capital administrativa en construcción en Egipto. Reuters

Con la capital a cuestas

Cuatro países están construyendo una nueva capital. Es un proceso largo y costoso obligado por la superpoblación, la amenaza del cambio climático o asuntos políticos

Domingo, 31 de diciembre 2023

Hay ciudades que no dan más de sí. Que han crecido tanto, o tan mal, que la única solución para convertirlas en un lugar agradable pasaría por arrasarlas y construirlas de nuevo. Y si son la capital del país el problema es doble, porque pueden ... acabar afectando al rendimiento del Gobierno y al buen funcionamiento del Estado. Sucede en Egipto con El Cairo, que perfectamente podría llamarse El Caos. Es una megalópolis que ha crecido al libre albedrío sobre una infraestructura tercermundista que no puede dar respuesta a las necesidades que en el siglo XXI tienen más de 15 millones de habitantes.

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Por eso, hace una década, el país africano apostó por una opción poco habitual, pero no inédita: construir una nueva capital, algo que trece países han hecho desde 1920.

La megaciudad se levanta ahora 50 kilómetros al este de El Cairo y aún ni siquiera tiene nombre: nueva capital administrativa, la llaman. Y la están construyendo en superlativo, siguiendo un modelo que combina el rebuscado estilo arquitectónico de los emiratos del golfo y la megalomanía china, un país que se encarga de una parte relevante de las obras.

Si el presupuesto no se dispara más, costará en torno a 55.000 millones de euros, se convertirá en la sede de los órganos del Legislativo y del Ejecutivo, acogerá el rascacielos más alto de África, y albergará a unos siete millones de personas. Si se pueden permitir una vivienda en la ciudad, claro, porque una de las principales críticas que recibe viene motivada por los elevados precios del sector inmobiliario.

Nusantara

Yakarta ya tiene el 40% de su territorio bajo el nivel del mar. Reuters

Unos 9.000 kilómetros al este de la capital egipcia, en la de Indonesia también se están mentalizando para hacer la mudanza. Pero en Yakarta todavía pueden esperar a empaquetar sus bártulos, porque hasta 2045 no estará lista Nusantara, el salvavidas con el que se pretende mantener a flote la principal megalópolis del país. Literalmente, porque Yakarta se está hundiendo. Concretamente, la sobreexplotación de sus acuíferos provoca una subsidencia que se ha medido en una media de 6,7 centímetros al año.

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El 40% de su territorio está ya por debajo del nivel del mar y, si esto se suma a los efectos del cambio climático, la ciudad se encuentra entre las que más catástrofes naturales pueden sufrir. Por eso, el Gobierno decidió diversificar y trasladar el poder político a otra parte del país. Se tuvieron en cuenta multitud de propuestas, la mayoría en la isla de Java, que es el tractor económico del país. Pero, finalmente, el Ejecutivo de Joko Widodo se decantó por Borneo, uno de los pulmones del planeta. De ese hecho surge, precisamente, la crítica más dura contra el proyecto: la construcción de la nueva capital, en la que Indonesia invertirá al menos 35.000 millones de dólares, acentuará la ya preocupante deforestación provocada por la explotación de sus recursos naturales.

Sejong

Aviones militares surcoreanos sobrevuelan Sejong. EP

La segunda capital asiática que tiene planeado cambiar de ubicación tiene poco que ver con las dos anteriores. Seúl es una ciudad moderna, limpia y ordenada. Sin embargo, está superpoblada y, algo no poco importante, queda a tiro de artillería de Corea del Norte. El paralelo 38 que divide la península en dos queda a poco más de 30 kilómetros. Por eso, en 2007 el gobierno surcoreano comenzó a trabajar en el traslado de la capitalidad a Sejong, situada 125 kilómetros al sur. Varios ministerios ya se han establecido allí -incluido el de Defensa- y otros irán siguiendo los mismos pasos en los próximos años.

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Sin embargo, no ha sido fácil materializar este cambio, que se propuso por primera vez en 2003. De hecho, nada más nacer, la idea acabó en los tribunales y escaló hasta el Constitucional, que finalmente dio luz verde al plan, que busca atraer inversiones a través de zonas económicas especiales para levantar fábricas y centros de I+D en el extrarradio. Porque si algo se ha demostrado en estos proyectos para trasladar la capital, es que la población necesita que exista vida económica, social y cultural para aceptar el cambio.

Naypidó

Naypidó, el búnker de los militares golpistas de Myanmar. AFP/Reuters

Y esas son exactamente las condiciones que no se han dado en Myanmar, la antigua Birmania, donde los militares que gobiernan el país con mano de hierro decidieron arrebatarle la capitalidad a Rangún para llevarla en 2005 a la insignificante localidad de Naypidó, escondida en la jungla. Su razón era política: alejarse de la ciudadanía de forma literal, para evitar así que les salpiquen revueltas como la que se produjo dos años después o la que actualmente tiene en jaque al Ejército.

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Casi dos décadas después del traslado, Naypidó continúa siendo una ciudad fantasma, con una terrible planificación urbanística que se plasma a la perfección en carreteras de ocho carriles totalmente vacías, un transporte público inexistente, y una vida cultural nula. Incluso los diputados viajan a Rangún siempre que pueden para disfrutar de una existencia digna. El Gobierno dicta sus órdenes desde allí, pero, más que una ciudad, Naypidó es una fortaleza desértica diseñada para proteger a una dictadura.

Astaná

Astana, conocida como Nursultán durante tres años. AFP/EP

Algo parecido sucede en Astaná, que nació en 1997 con polémica porque se fundó en una zona muy aislada cercana a Siberia, donde la temperatura puede caer hasta los 50 grados bajo cero. «La capital más extrañas del mundo», sentenciaron el diario The Guardian y CNN al referirse a la capital de Kazajistán, que nació como un experimento de arquitectura excéntrica y exuberante en honor del entonces todopoderoso presidente, Nursultan Nazarbayev. Por eso, cuando dejó el poder despúes de tres décadas, su sucesor y actual presidente decidió rebautizarla como Nursultán, una denominación que se revirtió a finales de 2022 por las protestas que, precisamente, denunciaban el poder que aún ejerce en la sombra Nazarbayev y que dejaron más de 200 muertos.

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En cualquier caso, la nueva capital kazaja es un ejemplo de que puede tener sentido construir una nueva capital si se hace bien. Ya cuenta con un millón de habitantes, todavía 700.000 menos que la antigua capital, Almaty, pero mucho más que las previsiones iniciales, que afirmaban que la gente nunca viviría en ella y que estaba condenada a ser una ciudad fantasma.

Ciudad de la Paz

Plan urbanístico de la nueva capital de Guinea Ecuatorial. FAT

El cuarto país inmerso en la mudanza de su capital es uno con herencia española: Guinea Ecuatorial. Y, en este caso, lo más extraño es la ubicación de la antigua: al norte de una pequeña isla que queda más cerca de Camerún que del territorio continental del país. Por eso, la nueva Ciudad de la Paz se situará en el centro de ese último, y, en este caso, estará diseñada por un estudio de arquitectura y urbanismo portugués: Future Architecture Thinking (FAT). Eso sí, como sucede en Egipto, la construcción correrá a cargo de empresas chinas como CSEC, cuya presencia en el continente africano es cada vez más evidente.

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La ciudad será una de las nuevas capitales más modestas, porque está diseñada para acoger a unas 250.000 personas, pero también por ello más manejables. Según los planos del proyecto, contará con un centro denso enmarcado en ríos y rodeado por diferentes barrios con abundancia de zonas verdes, en las que se incluirán infraestructuras de ocio y cultura, así como algún lago artificial. Tanto el palacio presidencial como el parlamento y la sede del Tribunal Supremo se concentrarán en un área de 3,6 kilómetros llamado el 'eje de la vida urbana'. El principal problema, como sucede a menudo, está en el elevado coste del proyecto para un país en vías de desarrollo.

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