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PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Domingo, 26 de diciembre 2021, 10:13
El peregrino que deja atrás tierras maliayesas para entrar en Gijón cuando se asoma al alto del Curviellu, si el día está despejado, tendrá a vista de pájaro una buena panorámica del camino que le espera por delante, tan completa como la que ve en su mapa. De allí, bajando por La Olla hasta la campiña de Deva, tras pasar por el puente que cruza el Güeyu del río Peñafrancia, le saluda al pasar la iglesia parroquial de San Salvador, en el solar donde se alzó el monasterio de idéntica advocación, fundado por Velasquita, la reina que repudió Bermudo II y que se cree fue enterrada allí. Del primitivo cenobio apenas queda la lápida de su consagración sobre la puerta principal y en la pared norte del cabildo una arquería ciega de piedra con parte de otra. El nombre del 'señor' de Oviedo perdura como llamando al viajero a que le visite en su ruta hacia la tumba del venerable 'criado' Santiago. Por aquí hubieron de pasar los romeros jacobeos en los siglos dorados de las peregrinaciones. De su huella en la villa de Jovellanos, el principal vestigio está en la misma manzana de su casa natal y es el antiguo Hospital de los Corraxos, al que recuerda una placa en una de las paredes del edificio de Casa Zabala.
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Corraxu es una voz que el Diccionariu de la Academia de la Llingua identifica con los peregrinos a Compostela y esa es la acepción que también le da el propio Jovino: «En Gijón a los pelegrinos (sic) y advenedizos llaman 'corraxos' y el hospital que antes fue alberguería de estos vagabundos, cuando su oficio era devoción de moda, llamaban en mi niñez 'el espital de los corraxos'», revela el ilustrado. El sabio gijonés especula son su posible etimología relacionada con el gentilicio de un pueblo prerromano que habitaba en la zona próxima a las fuentes del Ebro y barrunta que, por extensión, pudo comenzar a aplicarse como sinónimo de forastero. Sin pretender enmendarle la plana a Jovellanos, tal vez el término aluda a al cuero del fuelle, fardel o zurrón que llevaban estos caminantes.
Una de las referencias indirectas a la pronta difusión que tuvo el culto al apóstol, pocas décadas después del descubrimiento del sepulcro en tiempos de Alfonso II el Sabio, viene en la noticia que se da en las crónicas escritas sobre el reinado de Ramiro y tiene nexo con Gijón. Es la que refiere el paso frente a las costas de la antigua Noega de una flota de unas cien naves normandas en el año 844 y se apunta de ellos que navegaban hacia Jakobusland, es decir, el país de Jacobo/Santiago. Siguiendo la misma ruta, los centinelas de la Atalaya de Cimavilla verían aproximarse una flota bastante más numerosa en la primavera del 1147. Había partido del puerto de Dartmouth con más de trece mil cruzados a bordo. El historiador Juan Uría Riu los llama literalmente 'los Cruzados del Norte' y enumera la composición de las escuadras con el estilo de las novelas de caballerías: «Allí iban gentes del Rhin inferior, y de la Frisia, mandados por el Conde Arnold de Arschot, nieto del Duque Godofredo, los de Flandes al mando de Cristián Gistell, los de Norfolk, Suffolk, Ket, y Londres, respectivamente, al de Herveo de Glanvill, Sinión de Dover y André; Saherio de Archelles mandaba otros», detalla el estudioso ovetense. Que arribaron a Gijón lo contó un sacerdote sajón que iba con ellos, Osberno de Baldr, que llama a la villa y puerto Mala Rupis, vale por 'mala peña', seguramente evocando el promontorio acantilado del Cerro de Santa Catalina. Anota que dista a unas diez millas de El Salvador (Oviedo), «donde se encuentran las reliquias más preciosas de toda Hispania», y que próximo hay un monasterio, del que don Juan Uría no tiene duda de que se trata de San Salvador de Deva. Los cruzados, peregrinos armados a Jerusalén, refugiaron sus naves en aquel pequeño puerto ballenero mientras mejoraba el tiempo en la mar. El cronista Osberno hubo estar entre los que desembarcaron y la visión que recogió de lo que pudo observar en su paseo por tierra no resulta demasiado halagüeña, al menos en lo que se refiere a los nativos. De lo que hay alrededor de la villa escribe: «Región montañosa, muy celebrada por las monterías de las fieras y por la variedad de los frutos, añadiendo a continuación que sería muy deleitosa si no la tornasen desagradable sus propios habitantes». Algún tropiezo debió de tener con algún playu. No sabemos si entonces existía el Hospital de los Corraxos. Si fuese así, podemos imaginarnos al cura sajón visitando su capilla -la actual de los Remedios- y cruzándose tal vez con algún peregrino maltrecho de su misma nación. Se arrodillaría ante él para confesarle su desazón por no poder ceñir la espada y seguir el viaje de los cruzados a Tierra Santa. Su destino y su camino iban a otra misión no menos noble, la de llegar a Compostela.
P. A. M. E
gijón. El escritor y director de la Fundación Municipal de Cultura de Gijón Miguel Barrero recorrió en septiembre de 2015 el Camino Primitivo a Compostela, recogiendo su vivencia en el libro 'Las tierras del fin del mundo' (Trea). Hoy destaca el punto de inflexión que supuso aquel año para la difusión de las rutas jacobeas en Asturias: «Comenzaron a cobrar un nuevo auge cuando ese verano se declararon Patrimonio de la Humanidad. Cuando yo hice el camino, dos meses después se notaba un pequeño crecimiento, pero mucha gente con la que me cruzaba ni siquiera sabía por qué se llamaba 'primitivo'. En estos seis años, ha habido una mayor consciencia sobre esta ruta y el papel que jugó Asturias en su origen, traducida en un aumento de las peregrinaciones, y también desde aquí hemos empezado a creernos el peso de la región en ese fenómeno cultural europeo que fue el Camino de Santiago», afirma.
Respecto a su propia experiencia, Barrero –cultivador del viaje literario como muestra su último título: 'Siempre de paso'– desvela:«Hice el Camino fundamentalmente por curiosidad. Es una autopista para ir a cinco kilómetros por hora, un lugar en el que buscar la lentitud, la calma, no preocuparte más que de llegar al fin de etapa, y eso te permite poner en orden tus propios pensamientos, abrir la mente a nuevas realidades porque te vas encontrando gente muy diversa, paisajes y enclaves muy variopintos. En un mundo deshumanizado, el Camino implica volver otra vez a contactar con esa vertiente humana que llevamos dentro de nosotros mismos».
El escritor es cauto sobre el futuro de estas rutas: «Se corre el riesgo de morir de éxito como ha ocurrido con el Camino Francés, impracticable en ciertas épocas por la afluencia masiva. Creo que debe ser más una experiencia cultural que turística, una toma de conciencia respecto a la importancia de esa vía en el devenir histórico, artístico e intelectual de España y de Europa», opina.
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