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Pablo antón marín estrada
Domingo, 22 de agosto 2021, 18:42
El peregrino que llegue a la Pola de Allande fatigado de recorrer la Sierra de los Hospitales, y antes de lanzarse a abordar la ascensión al Alto del Palo, debería quedarse al menos una jornada allí para reponer fuerzas y aprovecharla para acercarse a visitar una de las joyas del románico asturiano del suroccidente: Santa María de Zalón.
Si no está propiamente en el trayecto de la vía primitiva a Compostela, algún ramal hubo de pasar como lo sugiere la cercana iglesia de Santiago. Zalón o Celón aparece ya documentado en un pergamino del siglo XI como monasterio de 'Zalum'.
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En su interior se conserva una campana que estuvo en la espadaña del templo y que se cree anterior al recinto que conocemos de principios del XIII.
Las tallas del pórtico, los capiteles o los canecillos, que se mantienen muy bien conservados, ya valdrían el paseo hasta allí, pero el auténtico tesoro está dentro: son unos espléndidos murales renacentistas de minucioso dibujo y elegante policromía.
Otra joya digna de ver es la talla románica de una Virgen con el Niño que se encuentra en el retablo del XVIII. Zalón guarda también un misterio en el exterior, esculpido en un muro del testero: la historia de un Cuélebre y, al lado, una saetera por la que cuenta la leyenda que entraba y salía con la cola muy tiesa, amenazador.
El relato lo recoge el etnógrafo Alberto Álvarez Peña y es una variante de otros que también sitúan a nuestro dragón autóctono atormentando la santa paciencia de los frailes de un convento.
En el de Santa María de Zalón, que fundaron unos tales Tructino Enalso y Godigeva, su mujer, la vida monacal transcurría serena y sin grandes novedades. De vez en cuando, visitaba el cenobio algún peregrino que andaba la ruta a Compostela y traía a los monjes noticias de más allá de las ásperas sierras allandesas, romances o baladas que hablaban de los campos verdes de Aquitania o del caballero Lanzarote de Bretaña. El resto del tiempo, lo pasaban los frailes ensimismados en sus labores en el huerto y sus rezos. Perdieron su sosiego el desdichado día en que a un pastor que 'llindiaba' su ganado por el Monte Rozón tuvo la mala ocurrencia de echarse a dormir la siesta sobre lo que parecía una pulida peña blanquecina.
Era una tarde de calor y el sol apretaba. El rapaz eligió aquella piedra porque le daba sombra una peral –plantada allí seguramente por pastores como él en otros tiempos– y, por la forma que tenía, casi como una maraña de pliegues de cobertor. Los frutos ya estaban maduros y el 'llindiador' se entretenía en saborear los caídos que aún no habían picado los pájaros.
Se durmió así, amodorrado por el sol que se filtraba entre las ramas del árbol y el atracón de peras dulces. Lo despertó un repentino temblor que sentía bajo su cuerpo, como si aquel peñasco hubiese cobrado vida. El suelo se abrió y sintió sus piernas resbalando por una de las grietas, luego una tremenda sacudida lo arrojó de cuerpo entero al prau.
Cuando el pastor se recobró del golpe, vio horrorizado que aquella piedra en la que había estado 'apigazando' era un Cuélebre que se levantaba en equilibrio sobre la costera del monte con la boca desencajada de furia.
El rapaz contaría hasta su última hora que aquella tarde en la costera del Ronzón volvió a nacer. Nunca se le borraría la imagen del Cuélebre cuando, inesperadamente, tras lanzar un terrorífico bufido, giró sobre su propia cola y se deslizó como alma que lleva el diablo montaña abajo hasta el monasterio de Zalón.
Allí se introdujo en la iglesia por una saetera y se fue a esconder en la cripta del convento, donde enterraban a los frailes. En aquellos restos encontró su principal alimento. Cada día salía y entraba de su escondrijo para correr los campos y las aldeas aterrorizando a la gente. A la noche volvía al cenobio para seguir devorando los despojos de los monjes sepultados. Pronto agotó las reservas y comenzó a exigir a los frailes que le entregaran a alguno de ellos, los más viejos o los novicios, o, si no querían perder a un hermano, que le trajeran un rapacín del pueblo o una novilla, algo.
Los libró de su desgracia un peregrino que iba a Santiago. Los monjes le expusieron el suplicio que padecían y él les mandó que hornearan una gran rosca de pan. Cuando el Cuélebre les pidiese otro fraile se la tirarían a la boca y, mientras el monstruo la tenía azacanada en tragarla, él le clavaría una lanza.
Es la escena que aparece en el relieve de la iglesia de Zalón, una historia que recrea en este rincón a tiro de piedra del Camino, la de San Jorge venciendo al dragón.
P. A. M. E
El escritor Elías Veiga (Presnes, Allande, 1972) ha sido testigo del incremento experimentado en los últimos años del número de peregrinos en la vía primitiva a Compostela a su paso por su concejo natal, también por el vecino de Tineo, donde ejerce como bibliotecario y reside. Impulsor de diferentes iniciativas de recuperación de la cultura tradicional, no tiene ninguna duda de la importancia del Camino para el desarrollo integral de todo el occidente asturiano: «Creo que es y debe ser un auténtico motor para unos concejos que siguen estando bastante relegados. Los peregrinos, además de riqueza económica, aportan mucho más, transmiten una nueva visión abierta e internacional desde la mezcla de culturas que representan. Basta ir a cualquier albergue y allí escuchas hablar en los más diversos idiomas: alemán, italiano, japonés. El Camino es ahora el contrapunto al abandono que sufrimos y que, en materia de comunicaciones, nos hace estar como hace cincuenta años. Los peregrinos ponen esta zona en el centro del mundo cuando pasan por ella», opina.
Para Veiga, resulta evidente que la ruta jacobea «transciende lo religioso, es esa vía cultura, social, dinamizadora, y considero que el Camino Primitivo está todavía por 'explotar', en el buen sentido de la expresión, y las celebraciones de este año y el próximo pueden servir para dar esa falta de información que aún existe sobre el origen de las peregrinaciones en esta vía. Ese conocimiento le da valor y es necesario que tenga una mayor difusión». El escritor pone de ejemplo lo observado sobre el propio terreno: «Tras ser declarado Patrimonio de la Humanidad, la afluencia aumentó de forma espectacular. Se están abriendo muchos albergues privados y se ve que la procedencia de los peregrinos es ya de los cinco continentes, no solo española o europea».
Al respecto, vaticina que, «cuando pase la pandemia, va crecer todavía más. Estoy convencido de que el Camino Primitivo tiene muchísimo que ofrecer», asegura.
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