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El día se presagiaba anodino el 1 de noviembre de 2003. Rifirrafes políticos, el programa del Festival de Cine de Gijón (hoy FICX), proyectos de Aceralia (hoy Arcelor) e, incluso, casualidades de la vida, se publicaba un sondeo en el que ERC se erigía como el partido del momento en Cataluña. Se rumiaba en ELCOMERCIO una portada atractiva, aunque nada era hasta entonces demasiado extraordinario, para qué vamos a engañarnos. Fue a mediodía cuando comenzó a circular un rumor. El Príncipe se había enamorado. Más aún, el noviazgo se iba a anunciar oficialmente (algo que jamás había hecho la Casa Real con ninguna de sus anteriores parejas). Y, entonces, la cosa empezó a cambiar. Bastaba con eso para parar máquinas y cambiar toda la planificación, pero para Asturias la verdadera sorpresa estaba por llegar. En un escueto comunicado, la institución anunció que don Felipe se comprometería con Letizia Ortiz Rocasolano, periodista y asturiana del 72. Se trataba de un rostro conocido porque entonces presentaba la segunda edición del Telediario y, por todos esos ingredientes, la elección del hoy Rey dejó al mundo entero boquiabierto. Tanto que se puso en marcha la 'operación Letizia'. El 3 de noviembre fue presentada de manera oficial y el 6 se celebró la petición de mano. Rápido, sin apenas tiempo para digerir la noticia, Asturias se sintió ese inicio de noviembre más Principado que nunca. Había razones para ello. La nieta de Menchu Álvarez del Valle, la joven y brillante corresponsal que había dado el salto a la 'tele' en Madrid, protagonizaría la noticia del año, la boda del siglo.
Pero mientras todo se disponía para la feliz historia de amor que acabaría con una asturiana en el Trono, doña Letizia empezó a ser analizada desde todos los puntos de vista. Su figura y su entorno fueron diseccionados hasta el agotamiento. Todos sus gestos, movimientos, su actitud, su manera de vestir, su forma de hablar, su carácter, su papel, su pasado, su presente y su futuro se abordaron sin límites. Su familia también fue objeto de un exhaustivo escrutinio. No debió ser fácil el camino a la Zarzuela. Ni siquiera para una profesional acostumbrada a las cámaras. ¿Cómo encontrar el equilibrio entre seguir siendo una misma y ejercer un rol esencial en la más elevada institución del Estado ante tanto foco?
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Fotos: Casa Real / Texto: M. F. Antuña
S. Rodríguez
Veinte años después la respuesta la dan dos imágenes. La primera es aquella en que don Felipe se acercó al set de Televisión Española en el Hotel de la Reconquista para saludar al equipo que cubría los premios que entonces llevaba su nombre y allí estaba la que era su novia sin que nadie más que la pareja lo supiera y, la segunda, es la recreación de ese mismo saludo dos décadas después el pasado mes de octubre. En la mirada que los Reyes comparten radica su triunfo. Firmes los dos en su compromiso con España; firmes, como su apretón de manos.
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