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A. VILLACORTA
GIJÓN.
Domingo, 13 de octubre 2019, 03:55
Si a Beatriz Díaz (Boo, 1981), «la fía de Amelia y Ricardín» -maestra ella, «mineru prejubiláu y cerrajeru» él-, la pequeña de dos hermanas, le hubiesen dicho de guaja que iba a abandonar la afición a la tonada que heredó de su padre ... para triunfar como soprano en los escenarios de medio planeta no se lo hubiese creído «ni de coña». Aquella pasión por la lírica por la que aparcó la licenciatura de Biología hoy sigue haciéndole regalos como el papel de Marzelline, que debutará en el 'Fidelio' que abrirá la temporada de ópera en el malagueño Teatro Cervantes el próximo 1 de noviembre. «Hago de niña buena, pero también me encanta hacer de mala malísima. En la variedad está el gusto, ¿o no ye verdad?».
Ahí la ven estos días, dándole que te pego a la partitura de Beethoven, repasándola una y otra vez de la mano de su maestra y vuelta a empezar. «Será mi primer papel grande en alemán, que se me resiste más que el resto de idiomas», explica esta perfeccionista inmersa en pulir la pronunciación de tantas consonantes juntas y lograr, además, que suenen bonitas. Echándole codos. Porque otra cosa no, pero a cabezona no la gana nadie.
A ese tesón atribuye haberse convertido en una de las mejores sopranos que ha dado esta tierra. Para muchos, la mejor sin discusión. Una cualidad, la constancia, que ella otorga, por extensión, a todos los alleranos. «Los de 'la viga travesá' somos la gota malaya, el martillo pilón», bromea y no bromea. Y nadie mejor que ella para teorizarlo, porque es de los pocos elegidos que pueden «presumir de tener ocho apellidos alleranos».
Así que, aunque podría decir que su lugar en el mundo es cualquiera de los teatros en los que ha cosechado ovaciones -de Italia a Buenos Aires-, si tiene que elegir, Beatriz Díaz no lo duda ni por un momento: «Mi sitio no es un sitio físico. Es una raíz. Mi sitio es donde están mi familia y mis amigos, porque siento mucha lealtad hacia mi gente. Los necesito mucho». Y su gente, claro, está en Aller, donde esta cosmopolita que ha vivido en ciudades como Madrid o Venecia, que estudió con la Caballé y coincidió con Plácido Domingo («conmigo fue de lo más correcto»), ha fijado su residencia para estar cerca de los suyos cuando no anda cantando.
«La casa familiar de Boo es ese punto del globo en el que se para el tiempo, un remanso de paz donde descansar del mundanal ruido y de asfalto», cuenta. Un epicentro a dos pasos del piso de Moreda donde está criando a su hijo Luca (que ya tiene tres años y que «sabe que mamá trabaja en el teatro») junto a su marido, Jorge, bombero del Servicio de Emergencias del Principado, y con la ayuda imprescindible de los abuelos. «Ay, ¿qué sería de nosotros sin los güelos?». Una crianza como las de antes en tiempos de conciliaciones imposibles, «sin móviles ni tablets, de ir a la yerba, de subir a los árboles y salir sin reloj, hasta que te llamasen a cenar. Me da la impresión de que antes teníamos más libertad».
Pero, de repente, toca hacer las maletas por enésima vez y volver a «un ritmo frenético» (el año pasado, en una semana, durmió en cinco hoteles diferentes). Y, entonces, se le parte un poco el corazón cada vez que termina de hablar con Luca por Skype. «A los tuyos los echas muchísimo de menos cuando te vas».
Si le tocase la lotería, tiene claro que cogería un avión e iría recorriendo, uno a uno, todos esos destinos que aún le quedan por descubrir. «Viajar te abre horizontes y te hace darte cuenta de que, en cierta forma, todos somos inmigrantes». Y luego volvería como volverá el mes próximo para recoger el título del Humanitaria del Año, «uno de los mayores honores para un allerano. Esa es Beatriz Díaz, «allerana de pura cepa». Una diva de andar por casa.
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