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AZAHARA VILLACORTA
OVIEDO.
Jueves, 22 de octubre 2020, 00:10
«Esto está a punto de estallar porque no da para más. Hay 1.352 personas hacinadas. 1.100 de ellas están durmiendo en el suelo, en tiendas de campaña en las que solo tienen una manta, mientras que otras 200 duermen al raso, y no paran de llegar pateras», alerta, «muy cabreado», el fotoperiodista asturiano Javier Bauluz, que lleva trece días con sus trece noches en los que apenas ha comido apostado en el muelle de Arguineguín, al sur de Gran Canaria. Es el último polvorín migratorio, donde se ha montado un campamento para acoger a quienes llegan de África -la mayoría, ciudadanos marroquíes- ante el colapso de la red asistencial de la isla, que hace tiempo que no da abasto a pesar de la decisión de contratar complejos turísticos como albergues.
Las cifras son apabullantes: los 507 inmigrantes rescatados ayer por Salvamento Marítimo elevaron a 2.498 las personas que han llegado en patera, cayuco o embarcación neumática a las islas a lo largo de los últimos siete días, tantos como todas las contabilizadas durante todo 2019 (2.698). Y Arguineguín es la punta del iceberg, una bomba de relojería que el Pulitzer y sus colegas no pueden fotografiar porque, por primera vez en una carrera que comenzó hace un cuarto de siglo y en la que ha captado conflictos en todo el planeta, se ha encontrado con que «Interior está impidiendo que los periodistas tengan paso a la pasarela de desembarco para poder documentar esas llegadas».
Ciento cincuenta metros y una valla custodiada por la Policía Nacional separan a los fotoperiodistas de los migrantes. «Una distancia» -explica Bauluz- «que no permite fotografiar personas, seres humanos, sino solamente bultos con patas lejanos, grupos oscuros y amenazantes».
«Es surrealista. En veinticinco años que llevo cubriendo migraciones es la primera vez que un ministro del Interior se atreve a poner a los periodistas a una distancia que no es fotografiable. Nos han colocado una valla y aquí estamos, perdiendo el tiempo y la paciencia y cabreándonos mucho», relata el asturiano, que ha intentado razonar con las autoridades, pero «parece que hablando no se entiende la gente», así que ya prepara «una protesta formal» con sus colegas.
«Lo que pedimos es tan sencillo como acercarnos a ocho o diez metros sin molestar a quienes están trabajando, porque esto es muy grave ya», cuenta el fotoperiodista, al que solo se le ocurre una explicación: «Intentan ocultar la llegada de migrantes y que no se vea a estas personas, lo que va contra el derecho de los ciudadanos a ser informados, a que seamos sus ojos. Y no solo es aquí. También en Ceuta, Tenerife y en otros lugares en los que hay órdenes de no facilitar el acceso a la prensa».
Pero el tiro puede salirle a Interior por la culata: «Querer minimizar el fenómeno de la inmigración, que se vea y se hable lo menos posible de ello, como si no existiera, es estúpido. El no poder mostrar a estos seres humanos como personas individualizadas, con sus ojos, sus caras, sus gestos... Cómo llegan, con miedo, con dolor, con sufrimiento... Y, en lugar de eso, mostrarlos como bultos lejanos, amenazadores, es darle alas al discurso del odio de la extrema derecha».
Y, como recuerda, «ese discurso xenófobo y fascista está creciendo a una velocidad de vértigo en todo el mundo e infectando almas, corazones y votos a pasos agigantados. Mientras que, si muestras a la gente como lo que es, madres separadas de sus hijos, padres, personas con necesidades y con sueños, lo único que generas es empatía. Deshumanizaron a los judíos y acabaron en campos de concentración y yo mismo he visto las consecuencias de ese odio en Yugoslavia o Ruanda, donde la mitad de la población salió con un machete a matar a la otra mitad».
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