Borrar
Una preciosa vista de la ría. Una de las calles de la Villa, bajo el orbayu.Capiteles de Santa María de la Oliva.El monumento a Carlos I. FOTOS: PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
El azaroso viaje del gaitero de Santa María de la Oliva
HISTORIAS DEL CAMINO DE SANTIAGO

El azaroso viaje del gaitero de Santa María de la Oliva

Conexión. La vía a San Salvador y a Compostela comunicó esta tierra con Europa durante siglos, da igual los ramales que prefiriesen los peregrinos

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Domingo, 12 de diciembre 2021, 19:19

El Camino de Santiago, en sus diversas rutas por Asturias y la primitiva por encima de todas, es una de las principales pruebas fehacientes que echan abajo uno de los más manoseados mitos regionales, el de nuestro histórico aislamiento. La vía a San Salvador y a Compostela comunicó esta tierra -como las vecinas- con Europa durante siglos, da igual los ramales en los que se bifurcase o los que prefiriesen por más transitables los peregrinos. Que fueron lugar de paso desde que la memoria se pierde en el tiempo tampoco debería ofrecer muchas dudas, por sentido común y por los vestigios que dan testimonio de ello. El itinerario costero jacobeo nos lo muestra en los escasos kilómetros -leguas habría que decir- que separan los templos prerrománicos de Santiago de Gobiendes en Colunga y San Salvador de Priesca, a poco de entrar ya el Camín Rial en tierras maliayesas. Quien recorre hoy ese trayecto se encuentra al andar esos hitos deslumbrantes que se topaba el viajero gascón o maguntino en los siglos de oro de las peregrinaciones.

Recorriendo el mismo trecho llegó buena parte del románico que convierte a Villaviciosa en el concejo asturiano con mayor número de iglesias de ese estilo. Al peregrino que ahora transita entre Priesca y la Villa, siguiendo con la vista muy próximo el curso de la Ría, cuando alcanza Santa María de la Oliva o del Conceyu y contempla su portada principal, no le costará sopesar que casi todo lo que ve ahí -del rosetón a la Virgen con el niño o las escenas representadas en capiteles y columnas- vinieron por la mismas ruta que él. La fecha la conocemos. Fue la misma en que otorgó Alfonso X su carta para la Puebla de Maliayo. Con los caminantes jacobeos de aquellos años viajaban canteros y escultores. Algunos de los que labraron las piedras de esta pequeña joya en la que dialogan románico y gótico en cómplice armonía dejaron su firma impresa en ellas con tanto esmero que son perfectamente visibles aún hoy. Los amigos de buscar enigmas tienen en los muros de La Oliva cancha en la que solazarse en sus elucubraciones con las cruces paté que vemos aquí o esa estrella de David que salta a los ojos de cualquier observador en un rincón de la portada. Igual de sugestivas para imaginar cualquier realidad extraordinaria son las figuras humanas que protagonizan distintas escenas en los capiteles. En ellas destacan las que representan a varios músicos tañendo sus instrumentos -a los que podríamos añadir el personaje que toca la bocina en una escena de caza-. Panderos, una xipla con tamboril, tablillas entrechocantes y la que más llama la atención: la figura barbada que sopla el fuelle y toca el puntero de una gaita. Se la considera la representación más antigua de un gaitero en Asturias.

También los músicos formaban parte del cortejo que acompañaba a los peregrinos medievales. Sus compañeros de legua, los escultores de iglesias, tenían en ellos modelos cercanos en los que inspirarse para labrarlos en piedra. El gaitero de La Oliva bien pudo ser uno de esos instrumentistas ambulantes. Un paisano de carne y hueso antes de ser esculpido, como lo fueron probablemente todas esas figuras realistas del arte medieval: el monje orondo y lujurioso, la doncella que se asoma a una torre, el cazador de jabalíes y hasta el demonio contorsionista que tal vez salió de un saltimbanqui de plaza. Aquel músico arribaría por el Camino desde algún lugar de Europa siguiendo la senda blanca de las estrellas. Ya en tierras asturianas, haciendo noche con otros viajeros, alguien aludiría a la nueva Puebla que crecía en Maliayo y a las oportunidades que ofrecía para muchos de ellos. No le 'caería embaxo' al gaitero la noticia y, avanzando ya por las faldas del Sueve, podemos figurarnos su encuentro con una pastora que regresaba de la sierra con su rebaño de cabras. Entablaron conversación en el idioma universal de Eros y él luego tocaría para ella con un requintio que estaba de moda en Rennes cuando él salió de Bretaña. Logró que la muchacha le vendiera por unas pocas monedas y unos corales media docena de pellejos de cabrito. Más adelante, él mismo cortaría a su paso por un bosque un haz de cañas de boje.

El bretón se puso a fabricar sus gaitas en una esquina del mercado de la villa. Los monjes de Valdediós compraron varios instrumentos para tañer en el coro. Otro peregrino de su misma nación le cambió en trueque una libra de tocino y una manta por un puntero de pajuela para pedir con él por los pueblos que pasaba. Mientras remataba sus trabajos, afinando las piezas, vería alzarse los muros del templo de Santa María. Abandonó la puebla antes de poder contemplar su figura inmortalizada en piedra y llegó, con el fuelle al hombro, al final de su viaje a entrar mano a mano con un tamboritero en Compostela.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcomercio El azaroso viaje del gaitero de Santa María de la Oliva