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Veinte hombres compraban a diario en un piso de Palencia el cuerpo de Ava, una adolescente nacida en Colombia que fue captada por una mafia para trabajar como prostituta. Poco importaba que fuera una menor, tuviera una discapacidad intelectual y la dieran cocaína para reforzar ... los grilletes invisibles de la esclavitud. Cuando la liberaron despedía un olor nauseabundo. Aún hoy sufre secuelas psicológicas imposibles de sanar.
Ava es el nombre de una esclava sexual y el título del cortometraje que ha dirigido Mabel Lozano, cineasta que ha investigado en el mundo oculto de la trata. El trabajo cinematográfico se está exhibiendo en festivales de cine, donde está recibiendo una cálida acogida del público. Y eso que las vicisitudes de Ava no pueden ser más sórdidas. Su abuela era prostituta; su madre, también. Las dos acabaron trabajando en un burdel y las dos estaban enganchadas a la cocaína. Con esos antecedentes no es extraño que la niña se criara en un burdel. El chulo golpeaba con saña a su madre y su abuela y apagaba cigarrillos y cerillas en la cara de la menor. Su abuela se apiadó de su nieta y la envió a un orfanato cuando cumplió seis años. Fue allí donde su madre adoptiva, María, la conoció.
«Después de una experiencia así, con drogas, desafección y violencia, ¿cómo se sale? Pues se sale con trastornos autolíticos, esquizofrenias y trastornos de doble personalidad», cuenta Mabel Lozano, que no solo se sirve del testimonio de la madre en el cortometraje, sino también de expertas de la Guardia Civil y la Policía que han desmantelado alguna de estas redes de trata. Para preservar el anonimato de Ava, la madre solo presta su voz al documental, sin que por ella pierda fuerza el resultado final, preñado de dolor y crudeza.
Ava llegó a España con su historial de horror a cuestas. Había sido víctima de un parto traumático, circunstancia que le ocasionó una secuela neurológica, y un trastorno emocional derivado de la traumática experiencia vivida en su país natal. Y aún así el drama seguía acechando: a los 17 años fue captada a través de las redes sociales. Recibió un código QR en el móvil con la promesa de ingresos fáciles y se subió a un autobús en dirección a Palencia.
En un dúplex frente a la catedral palentina, un hombre la conminó a olvidarse de su madre y abrazar a su nueva familia, otras chicas como ella, todas españolas, salvo una dominicana. Le quitaron el móvil, la documentación y le procuraron lencería sexy para recibir a sus clientes. Ava penas disponía de tiempo para comer. Su único sustento era una triste sopa y cocaína para soportar jornadas de trabajo extenuantes. No es raro que sufriera desnutrición. Lozano habla con conocimiento de causa: como documentalista, ha visto trabajar a destajo a mujeres prostituidas cuando la borrasca Filomena no daba tregua.
«¿De verdad alguien puede pensar que ese es el sueño de un ser humano normal? ¿De verdad un hombre piensa que una mujer desea y elige estar jodida y apaleada, violada y violentada, sin poder salir?», denuncia Lozano, a quien le sorprende que haya personas que crean aún que la prostitución es fruto del libre albedrío.
La chica pudo librarse de la explotación gracias a la obstinación de María, una madre coraje que no cesó en el empeño de dar con el paradero de su hija. El chulo fue condenado y sentenciado, aún sigue en la cárcel, aunque María y Ava tuvieron que pagar un peaje. Abandonaron Madrid, la ciudad donde vivían, para huir del miedo y el estigma. «María salvó a su hija dos veces. La salvó de niña, porque en Colombia no existen orfanatos. Cuando los niños cumplen ocho años, si nadie te ha adoptado, te vas a la calle. María salvó también salvó a su hija de mayor y la salva cada día».
Ni Ava ni ninguna de sus compañeras de enclaustramiento y violencia tenían fuerzas para salir del prostíbulo. ¿Cómo hacerlo si la poca voluntad que tenían la absorbía la cocaína? No hay datos estadísticos de las mujeres y menores explotadas sexualmente que padecen discapacidad intelectual, pero tanto la Policía Nacional como la Guardia Civil aseguran que las víctimas de trata suelen carecer de referencias maternas. «Cuando este proxeneta salga de la cárcel, sus víctimas entrarán en ella. Es lo que pasa con la violencia de género: la mujer es aprisionada por el miedo».
Mabel Lozano no ha querido hacer pornografía del sufrimiento y, en coherencia con deseo, eso se ha abstenido de ilustrar el cortometraje con imágenes actuales de Ava y su madre. «Si me hubiera puesto muy pesada, la hubiera podido sacar alguna escena con María. Pero su presencia no aportaba nada más. Eso me ha permito experimentar con la imágenes», concluye.
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