O. VILLA
Jueves, 3 de junio 2021, 22:06
Una mañana de hace 7.300 años, un pastor de la última edad de piedra (el Neolítico) cuidaba sus ovejas y sus cabras muy cerca de lo que hoy es la trinchera del ferrocarril de los yacimientos prehistóricos más famosos de Europa, el conjunto ... burgalés de Atapuerca. Aquel adulto humano podía consumir la carne de sus ovejas y cabras. Usar su lana y su cuero. Pero no podía beber su leche, porque según los últimos hallazgos sobre su ADN, las poblaciones de sapiens del final del Neolítico eran todavía muy mayoritariamente intolerantes a la lactosa. La leche fresca, en el mejor de los casos, quedaba para ayudar en la alimentación de los niños más pequeños. Pero en ocasiones el hambre apretaría, y el ingenio humano, basado en buena medida en la observación, haría que aquel grupo buscase una solución para aprovechar esa leche que alimentaba a bebés y animales, pero no a los humanos adultos.
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Este jueves, el Laboratorio de Evolución Humana de la Universidad de Burgos dio a conocer el resultado de una investigación llevada a cabo en colaboración con la Organic Geochemistry Unit de la Universidad de Bristol, que demuestra que en las piezas cerámicas encontradas en el Portalón de Cueva Mayor pertenecientes al final del Neolítico fueron empleadas para contener leche fresca, pero también, dados los restos de grasa de leche encontrados, podría evidenciar la elaboración de «desde leche, yogures o semejantes, quesos, requesones, mantequillas y similares», explica la investigadora Marta Francés Negro, que puntualiza que «no podemos considerarlos iguales a los actuales».
A la vista de los restos lípidos hallados en las porosidades de la cerámica del nivel neolítico del Portalón es como si aquellos pobladores de Atapuerca «hubieran visto que la leche era un buen recurso y se hubieran obligado a sí mismos a procesarlo». Una doble evolución darwiniana, pues, se produce con el avance de la ganadería. Por una parte, sobrevive y se reproduce el que desarrolla tolerancia a la lactosa y puede aprovechar el recurso que supone la leche fresca. Por otra, también lo hacen las poblaciones que desarrollan elaboraciones de la leche que permiten su consumo a los intolerantes, al transformar la lactosa en ácido láctico.
El estudio de las cerámicas del Portalón es también diacrónico, con piezas desde el Neolíco (7270-5320 antes del presente –BP–), pasando por el Calcolítico (ca. 5294-4158 BP) y la edad del Bronce (ca. 4240-3090 BP, fecha esta última que coincide con la datación de la espada de bronce de Sobrefoz, recién donada al Museo Arqueológico de Asturias). El estudio de los productos contenidos por esas cerámicas y los de los restos de huesos de fauna del mismo yacimiento realizados por María Ángeles Galindo-Pellicena, del Museo Arqueológico de Madrid, muestran que en el Neolítico el principal consumo era de carne de rumiante (vacas u ovejas), mientras que en el Calcolítico y el Bronce el aprovechamiento ganadero era a más largo plazo y predominaba el consumo de leche y sus derivados, seguido de carne tanto de rumiante como de no rumiante. Además de la caracterización de los lípidos de los restos cerámicos, ayuda a deducir eso el estudio de los huesos. Si la mayoría son de animales jóvenes (terneros de seis meses o menos, por ejemplo), el aprovechamiento es más cárnico. Si predominan los bóvidos mayores, su uso fue más ligado al transporte, la carga pesada o las labores del campo.
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