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GLORIA POMARADA | CARLA VEGA | PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Lunes, 29 de noviembre 2021, 02:05
El pasado verano, desde las páginas de este diario se daba la voz de alarma sobre la posibilidad cercana de que Asturias baje del millón de habitantes, cumpliéndose el pronóstico vaticinado en su día por el observatorio Sadei que fijaba entre los años 2022 y 2023 esa caída más que simbólica. La crisis demográfica que nuestra comunidad sufre hace décadas se habría agravado con la caída de la natalidad producida durante la pandemia, unida a una serie de factores socio-laborales que afectan especialmente a los más jóvenes y, en concreto, a las mujeres en edad de procrear. Si la progresión es lineal, la fecha en la que se podría producir ese grave descenso estaría en junio del próximo año.
Josefa Álvarez, a sus 92 años, vive sola en su casa en Agüera (Belmonte de Miranda). El pueblo cuenta aproximadamente con una docena de habitantes en la actualidad. «No llegamos a los veinte cuando vienen visitas», explica. La vecina recuerda cuando el lugar contaba con dos tiendas, médico, e incluso con la visita de peluqueras o esteticistas. «Ahora para todo hay que ir a Belmonte, y yo, que soy mayor, tengo que pedir un taxi. Son veinte euros para ir a hacer cualquier trámite o una compra. Menos mal que el pescadero, el frutero, y algunos otros siguen pasando por aquí», señala.
«Antes éramos muchos, igual doscientos. Ahora quedamos nueve y la mayoría viejos ya. Hay veces que ando el pueblo entero y no encuentro a nadie, no tengo con quien cruzar palabra». El panorama del núcleo piloñés de El Fresnedal lo traza Valentín Santos. A sus 77 años, sigue residiendo en la localidad que le vio nacer y ha sido testigo en primera persona de la transformación experimentada en las últimas décadas: «Antes no había teléfono ni luz, una que la prendías y no se veía ni para cantar. El campo también cambió mucho, en las faenas el primero que acababa siempre ayudaba a los otros». Ahora, la agricultura es testimonial, apenas «se siembran cuatro patates y un poco de maíz». También la vida social ha dado un giro, pues, pese a que periódicamente llegan nuevos habitantes, muchos terminan desistiendo de asentarse. «No hay futuro en las aldeas. No puede venir nadie porque no hay servicios», resume Valentín.
La despoblación no solo avanza por las alas de la Asturias interior, concejos situados a media hora o una hora de la capital están entre algunos de los más dañados por la pérdida de habitantes. Es el caso de Yernes y Tameza, el concejo con menos habitantes del Principado: 133 vecinos empadronados, una media de edad de 54,55 años y una población menor de 18 años de seis personas, según los datos oficiales. Los reales -facilitados por los responsables del Ayuntamiento- cifran en unos 55 el total de quienes residen de forma permanente, entre ellos no hay ningún niño en etapa escolar y la media de edad de los residentes es algo más elevada que la del conjunto censal. Ciertamente, el municipio más pequeño de la región -con una superficie de 31,63 km2- nunca ha tenido una gran densidad poblacional, pero los datos actuales contrastan con el pico que llegó a tener en 1930, 892 habitantes, o los 564 que contaba aún en 1960, iniciado ya el éxodo rural.
Los testimonios recogidos coinciden en que los fines de semana o en periodo vacacional los retornados de núcleos urbanos acercan la población a las cifras oficiales -niños incluidos-, pero en la mañana de un día laboral en Yernes el ritmo cotidiano no parece haber variado mucho al de 1930 o 1960. María Rivera y su hijo Juan Luis Fernández conducen al establo sus vacas desde el puerto con la primera nevada. José Manuel Martínez y Clemente Suárez acaban de matar un cerdo -estamos en el mes de San Martín- y lo alzan a una viga para abrirlo en canal. El siglo XXI reaparece al entrar en La Bolera, el único chigre del concejo. Joana López, una joven madre de Grao, se hizo cargo de él hace cinco años y vive en el pueblo. «Ya tenía un bar abajo y, según están las cosas, ¿a qué te dedicas? Si me preguntas por qué no hay gente de mi edad, ¿qué iban a hacer aquí y más con críos?», expresa, cansada de responder acerca de qué la llevó a instalarse en el pueblo. En la barra, Rubén y Juan Carlos, los dos operarios municipales, aportan un nuevo dato: «En todo el concejo seremos catorce o quince solteros y dos solteras».
La alcaldesa, María Díaz Fidalgo, ofrece su visión general, poco halagüeña: «Llevamos tiempo luchando para atraer gente pero es complicado, no hay buena conexión a internet y la telefonía falla para alguien que quiera trabajar desde casa o dedicarse al turismo rural. Estamos a media hora de Grao, pero, mire, sacamos una plaza de auxiliar administrativo por un año y quedó desierta. Tenemos un presupuesto de poco más de 200.000 euros y no subimos impuestos, con eso hay que dar servicios básicos. Con las administraciones hay que insistir mucho, ser pesados, porque somos los últimos de la fila y estamos donde estamos», asegura.
A tiro de piedra de Oviedo y conectado al resto de España por la Autovía de la Plata, el concejo de Mieres -como otros de las cuencas mineras- acusa la sangría de la despoblación, especialmente en su zona rural. De los 71.092 habitantes que tuvo en 1960 -en pleno esplendor de la industria hullera- ha pasado a los 37.537 actuales, casi la mitad. Ángel Luis Rubio, presidente de las asociaciones vecinales y coordinador de la del valle de l'Agüeria San Xuan, habla claro al respecto: «A nivel municipal perdemos casi 500 habitantes al año. L'Agüeria es un caso significativo. Cuenta con 311 vecinos en el extrarradio de Mieres y 1.400 en la parroquia de Santa Rosa, que incluye Rioturbio, donde pasamos en veinte años de más de 1.500 vecinos a menos de 900. Hay muchas carencias, el 85% del valle no tiene saneamiento, la cobertura de internet y teléfono es muy deficiente. Así no hay opción al emprendimiento en la zona rural, que sufre un gran abandono por todas las administraciones». En La Envernal, Beatriz Delgado, 46 años, minera prejubilada de San Nicolás como su marido, Miguel Ángel, de 55, vive allí con sus dos hijos de 11 y 19 años. Son los únicos vecinos estables junto a una señora mayor. «Para los que tenemos nenos son todo dificultades, empezando por el transporte escolar. Si no hay tres alumnos, te quitan la línea y no todas las familias pueden desplazarse, o la brecha digital: en la pandemia la señal de internet no llegaba para que el pequeñu bajase los programas. Y sin críos los pueblos van muriendo. Para la gente mayor, lo mismo. Si tienen que bajar por medicinas o necesitan una ambulancia, no tienen los servicios que en Mieres. Estamos muy marginaos», denuncia.
Mari Carmen Vázquez (64) y Perfecto Jiménez (68) residen en el casco urbano, pero vienen a La Envernal a diario. La casa donde nos reciben fue el chigre que atendieron durante años: «Cerramos porque lo que sacábamos iba todo en pagar impuestos. Cuando vinimos aquí en el 78 toles cases taben habitaes y de Rioturbio pa acá había más de doce bares. Al cerrar la minería cayó todo en picao. L'Agüeria ta quedando vacío, la gente ye mayor y había que mirar más por les necesidades que tienen, tampoco se dan facilidades a los chavales. Si no se tomen medides, el futuro de los pueblos ye mui negru».
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Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
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