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Al cumplirse este 31 de enero las cuatro décadas, que ya venimos conmemorando, de la entrada en vigor de nuestro Estatuto de Autonomía, se me aúnan los recuerdos y los deseos de futuro, desde la certeza, frente a cualquier atisbo de ingenuidad, de que el ... autogobierno, por sí mismo, no solventa muchos de los problemas que el Principado tiene aún pendientes. Ni el actual texto ni el que, eventualmente, lo reforme en lo venidero. Los Estatutos, especialmente en las comunidades más reivindicativas -por decirlo delicadamente- aportaron paz y minimizaron la llama independentista durante años, pese a tener que convivir con un terrorismo refractario a la democracia y a los derechos humanos. Y satisficieron reivindicaciones de gestión propia de servicios esenciales debidamente financiados en las transferencias, por no hablar de los regímenes forales.
En el caso asturiano, en el que no peligraba el sentido de pertenencia a esa «patria común e indivisible» de la que habla la Constitución, a mi entender la apuesta por contar con un Estatuto propio se debió a tres razones. La primera, que la norma fundamental de 1978, aunque a dos ritmos y con muchos interrogantes, apostaba por una regionalización de todo el país; la segunda, emulativa, por no ser menos que otros, aunque finalmente se aceptara transitar por la vía lenta al autogobierno y la postrera, por acercar los servicios a una ciudadanía que dependía de un centralismo incrementado por la condición periférica del territorio y sus pésimas comunicaciones. Quedaba aún año y medio para abrir parcialmente la autopista del Huerna, que no se vio completada hasta 1997. De la autovía del Cantábrico, mejor ni hablar. Y la Variante ferroviaria de Pajares, sigue en lista de espera pese a toda la obra faraónica terminada años atrás y pese a los sucesivos augures y profetas que, ni a tiros, aciertan con la fecha de la entrada en servicio.
La autonomía asturiana nació, como todas las que la siguieron por la llamada «vía lenta» (salvo Canarias y Valencia) sin competencias en dos materias cruciales: la educación y la sanidad. Pero, me consta personalmente, la joven Comunidad Autónoma se preparó con antelación y hasta con leyes, para que la recepción de esas competencias -lo que ahora es el SESPA, por ejemplo- supusiera una transición ordenada con previsión de numerosas eventualidades organizativas y técnicas. En cuanto a las atribuciones que pudieron traspasarse, algunas también de la absorbida Diputación Provincial, debe elogiarse, sin mezquindad, el esfuerzo de los sucesivos gobiernos asturianos por vertebrar internamente la región. Son legión las actuaciones que se llevaron a cabo dentro de Asturias, ya que los transportes y comunicaciones supra o extracomunitarios no eran, ni son, de incumbencia del Principado. Como la solución de las grandes crisis económicas. Sé que existen todavía problemas de carreteras, muy particularmente en el suroccidente. Y pueblos mal comunicados en las zonas más montañosas de la otra ala. Pero hay que tener confianza, igual que con el mantenimiento y mejora de las redes educativa u hospitalaria que tantos recursos consumen.
Y, al margen de un incremento en el apego a la simbología propia, estos años han servido para contemplar el despegue del arte asturiano; de sus museos, teatros, bibliotecas, archivos... Verdaderamente, en el sector de la cultura, la autonomía asturiana ha coincidido con un auge literario y plástico enormemente sugerente y competitivo. Y en ese despegue no deben restarse méritos a la Comunidad Autónoma que, también, viene siendo un ejemplo en la recepción y potenciación de los derechos de última generación y en el cuidado de sus espacios naturales, empezando por una costa sin parangón.
Viví la redacción y aprobación del Estatuto, salvo algún período vacacional, en Bolonia y Madrid. De aquella, sin Internet ni acceso a una inexistente televisión regional, me enteraba por mi relación con mi maestro Francisco Sosa Wagner, que fue uno de los padres de la criatura estatutaria y, cuando ya estaba en Madrid, por algún diario regional que podía localizar, porque los medios nacionales no cerraban por no publicar nada de Asturias. Como ahora, más o menos.
En breves fechas, Sosa Wagner, con los Presidentes del Principado y de la Junta General, presentará el libro 'Asturias: 40 años', que ha coordinado desde la Real Academia Asturiana de Jurisprudencia y con el apoyo de las instituciones autonómicas. Allí se relata la aventura de estos cuarenta años en muy distintos sectores de la actividad pública y privada de la región. Sé de la preocupación asturianista por lo que pueda pasar ante una reforma estatutaria. Pero, sinceramente, creo que comparar la Asturias de 1981 con la actual, es prácticamente imposible. Hemos mejorado, como pueblo. Y no poco.
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