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Así me curé del coronavirus

Así me curé del coronavirus

El Paciente 13 en la Comunidad Valenciana. Me aislé antes de tener el positivo, confiné a mi familia en otra casa y rompí la cadena de contagio. Sabía que sólo superaría esto con medidas drásticas

l. P.

Miércoles, 18 de marzo 2020, 16:08

Soy el paciente número 13 con coronavirus en la Comunidad Valenciana. Tengo entre 40 y 50 años, mujer y dos hijos. A nadie le importa mi nombre ni mi profesión. Lo mejor de esta historia es su final: estoy curado. La clave es la responsabilidad y la lealtad a un protocolo. La ejemplaridad individual es vital para el beneficio colectivo. Este relato que va desde la psicosis a la tranquilidad. No pretendo dar lecciones ni soy un héroe, sólo he sido solidario. Fui de los primeros hospitalizados en casa.

Mi historia comienza el 28 de febrero a las nueve de la noche. La Comunitat lideraba los contagios. Aún no había explotado Madrid. Al salir de trabajar mi cuerpo se rebeló. Llegué a casa, me puse el termómetro y me brindó la febrícula: 37,5. Aislé a mi familia en ese momento. Los envié a otro domicilio sin verlos. Me impuse medias extremas e inmediatas. Llamé a los teléfonos de emergencia. Una hora después y sin respuesta me presenté en el hospital General. A las once de la noche me tomaron una muestra y me mandaron a casa. Hoy ese paso camino del hospital sería un error pero en aquel momento fue la decisión adecuada. Había pocos casos, casi asintomático y necesitaba una prueba para no salir a la calle a contagiar.

A las once de la mañana del 29 de febrero sonó el teléfono: «Eres positivo». El pánico no me invadió de inmediato pero supe que me enfrentaba a algo desconocido. Informé a mi familia, en el trabajo y a personas de confianza: «Tengo coronavirus». Me llamaron de Salud Pública para aportar mis datos y con quién había estado. Catatónico en mi habitación, indefenso y paranoico. Gente cercana tocó las teclas para respuestas básicas: qué me tomo si tengo fiebre, cómo desinfecto la casa si alguien tiene que venir a por ropa, cómo he de controlar mis síntomas.

Fui de los primeros positivos recluidos en casa: ejercí durante cuatro días de paciente, médico y enfermero

Los protocolos mutaban tanto como el virus. Entre la vida normal y la excepcional había una delgada línea roja. Tomé una decisión: mi familia también se quedaría aislada sin ir al colegio ni al trabajo. Era una medida irrevocable. Teníamos que cortar una línea de contagio. Estoy orgulloso, para mí nunca fue una gripe.

El sentimiento de culpa me maniató. ¿Habré contagiado a mi familia, compañeros y amigos? Pasé cinco días al borde de la locura. Lloré mucho, muchísimo. Cautivo de la incertidumbre. La responsabilidad me podía. Estaba solo. Ningún médico se acercó a mi casa, nadie manejaba mi estado. Los primeros días fui paciente, doctor y enfermero. Me tomaba la temperatura y reportaba mi estado vía mail por la mañana y por la noche. La locura me enseñó a evaluarme. El martes 3 de marzo recibí la primera llamada de mi médico de cabecera. Bingo, el paciente 13 estaba localizado.

Al día siguiente le hicieron la prueba a mi familia y a mis contactos. Todos negativos. En ese momento explotaron mis emociones. Me derrumbé pero empecé a flotar. Me había pasado cinco días metido en una cama, comiendo sin hambre y engullendo información. Empecé a racionalizar y a dar sentido a mis rutinas. Mi confinamiento y el de mi familia fue una obligación.

El 29 de febrero fue el último día que tuve fiebre (37,3) y aquella noche me tomé el último paracetamol. Nunca tosí ni me dolió la cabeza. Positivo asintomático. Bebí mucho líquido. No me salté ni una comida y me tomé la temperatura con regularidad. Sólo me medicaría si había fiebre. Abrí las ventanas de mi habitación, que corriera el aire y me asomé al sol cada vez que pude. Tengo una casa grande y estaba solo pero limité mi radio de acción. Habitación, baño y cocina. Y limpié mucho. Con agua y lejía con secado al aire. Limité la vajilla y puse muchas lavadoras a 60º.

Mantuve contacto con mis compañeros positivos. Era importante saber cómo les iba para saber qué me podía pasar a mí. Alerta ante la neumonía. Conocer mi estado y el de mis compañeros me sirvió también para aconsejar a los positivos que vinieron después. «Vigilad la fiebre, sobre todo si es continua y de más de 38. La capacidad pulmonar es clave. Tomad decisiones». Seleccioné la información. Aparecieron apoyos fundamentales. Rosa, Concha, Mercedes, Marta, Alba, José, mis compañeros y mis más íntimos. Mis colegas positivos me han sostenido. Los malos momentos multiplican los afectos. Protegí mi identidad y la de mis hijos. La estigmatización duele más que la enfermedad.

Asistí estupefacto al jolgorio de las mascletàs, a la irresponsabilidad del 8 de marzo. Sentía que no aprendíamos nada y que íbamos a llegar tarde. Escuché declaraciones impropias de gobernantes: «el coronavirus no nos puede amargar la vida». El fin de las Fallas iba a ser el principio de los síntomas. Esperaba el caos. Todo siempre llegó tarde, muy tarde. Pase el ecuador de la enfermedad. Ni fiebre ni tos ni dolor de cabeza desde el primer día. Mi familia, con el negativo en la mano, estuvo aislada cinco días más. Apareció el apetito. Mi mujer vino a verme. Con mascarilla, guantes y con diecisiete peldaños de distancia. Mi mejoría coincidió con el empeoramiento general. Más casos y más muertos. Madrid me enseñó las claves del virus. Transita en silencio y mata después.

El viernes 13 me curé: «Eres negativo». Lloré. Con la calle envuelta en papel higiénico pido responsabilidad. No soy un ejemplo pero mi caso puede ayudar. ¡Quédense en casa! Les aseguro que curarse es posible.

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