Marta Álvarez y su hijo Adrián Viejo, en su casa de Proaza. J C. ROMÁN

Ante una desescalada indiferente

Los Valles del Oso y los Oscos. Ellos pueden ser los primeros asturianos en entrar en la fase 2 de desescalada, pero cuentan que, en la práctica, «los cambios serán pocos»

GONZALO DÍAZ-RUBÍN / ANDREA ARRUÑADA

Viernes, 8 de mayo 2020, 02:42

Rosa Puente está pasando la cuarentena «entretenida con la huerta», con una culebra, un gatín, el bidé y una visita de los Bomberos. Pero mejor empecemos por el principio. En Proaza, 744 habitantes, para muchos vecinos entrar en la fase 2 del desconfinamiento directamente este lunes, como ha propuesto el Principado al comité de expertos del Ministerio de Sanidad, «no significa nada». En los cuatro concejos de los Valles del Oso (Teverga, Santo Adriano y Quirós, además de Proaza), la movilidad entre municipios se ha mantenido durante estas últimas semanas, aunque solo sea para las causas previstas en el decreto del estado de alarma: hacer la compra, trabajar o cuidar del ganado, aunque solo sea porque en este rincón de Asturias para echar gasolina, comprar tabaco o ir a la farmacia es habitual cambiar de concejo.

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De Quiros a Villanueva viaja la hija de Manuel Vázquez Viejo «casi todos los días», aunque él apenas ha salido «a El Árbol a Trubia o al Coviram un par de veces». Su hermana María Teresa ni eso: «Iba una vez al mes al HUCA a revisión, pero me daba un poco de miedo». Justo a los pies de su casa está el bar El Patio, que ahora regenta su hija. Si los valles avanzan en la desescalada, los locales podrán abrir su interior y no solo parte de las terrazas a los clientes. El Patio no abrirá: «Para qué, con los que somos (288 vecinos) no da, hasta que no pueda venir la gente de Oviedo o de Gijón, nada», dice Manuel desde la ventana de su casa.

De vuelta a Proaza, Antonio Fernández y Maruja Seijas están a la hierba. Recogen la pación del prado anexo a la Casa del Oso «para el ganado». «Aquí no podemos estar más tranquilos», dice el primero en una pausa que aprovecha para descansar la espalda, de la que «anda fastidiado». «Las vacas no dan descanso», explica de una rutina en la que ambos echan de menos las visitas de su hija: «Anda teletrabajando en Oviedo y no puede venir, además somos mayores y miu madre, más». Así que la fase 2, «no nos dice nada», resume Maruja. Tampoco alterará la vida de José Ramón Bernal, que llena el depósito de su tractor. Este trabajador de la EMA, la empresa de aguas de Gijón, viene todos los días a cuidar del ganado que pasta en San Martín y ha perdido la cuenta de las veces que le ha parado la Guardia Civil en esta cuarentena, pero la rutina le permite mantener el contacto con sus padres, ambos vecinos de la capital del concejo.

Rosa Puente, la de la culebra, el gato, el bidé y los bomberos, (no, todavía, no) se arregla el pelo en casa, pero Ramón Quiles, portorriqueño en Proaza, ya le ha pedido hora a Marisol Fernández, mientras avisa de que en su país se «están contagiando con la gente que llega de USA». «Las raíces, después de 56 días, están a tope», bromea Alba Martínez Feijoo, sentada en la peluquería Estilistas Uría. El negocio hace un uso optimista del plural: «Estoy sola y voy lenta, claro; solo pueden entrar de una en una», explica su propietaria, la citada Marisol Fernández, que cada día viaja desde Posada de Llanera para atender a sus clientes. Y bien: hay mascarillas y capelinas desechables, un cañón de ozono y solución hidroalcohólica. «Lo pedí todo por internet», aclara. La cita previa se pide por teléfono o por Whatsapp «y trabajo estos días no falta».

Tampoco a Alicia Madrid ni a Tania Mora, que atienden el supermercado local: «Redujimos el horario, pero igual ahora nos lo vuelven a ampliar hasta las ocho de la tarde», aventura la primera como única posible novedad en la desescalada. Fuera hay algo de cola, de distancia social y de mascarillas, «aunque no constan casos, porque los que haya habido no se registraron aquí», razona Marta Álvarez, profesora interina, «este año, en La Corredoria». Hasta que se suspendieron las clases, claro. Pero quien echa más de menos el colegio en casa no es ella, sino su hijo, Adrián Viejo, de cuatro años. En la escuela rural, «son 22 niños, son como una familia y se echan mucho de menos; cuando se ven en la senda de paseo es duro». A cambio, «hacen las clases completas por internet, el colegio funciona muy bien» y en caso de que el curso que viene haya que aumentar las distancias en clase, «hay aulas de sobra», dice Álvarez. Ella, como casi todos, echa en falta a la familia, «así que tiro de videollamada».

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Rosa Puente habla «casi todos los días con sus hijos, ingenieros en Arcelor», dice con orgullo, a los que lleva «dos meses sin ver». Ellos fueron los primeros en saber lo del gato, el bidé, los bomberos y la culebra: «Estaba cuidando un gatín y se me metió por el desagüe del bidé, estuvo cinco horas miagando y no fuimos a sacarlo», explica. Del rescate, se encargaron los Bomberos del parque local. Para lo de la culebra, no hicieron falta. «Se me metió por debajo de la puerta el sábado, le tiré encima un saco de patatas. No perdí la calma y la saqué con la escoba. A mí me pasan muchas anécdotas como para aburrirme».

Una situación similar viven en la comarca Oscos-Eo, donde el anuncio de una desecalada a mayor rapidez que el resto de la región apenas ha perturbado sus quehaceres diarios.

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Los panaderos siguen dejando su rosca en la puerta de casa y las confidencias de los paisanos, en lugar de en el bar, se escuchan a través de los huertos. Los hosteleros ni se plantean abrir hasta que haya movilidad. Pedro Martínez es un veterano en el negocio en Santa Eulalia de Oscos y sabe que «no compensa abrir para cuatro cafés». «Es buena señal que no estemos infectados, pero todavía es precipitado», apunta. Según se vaya avanzado en las fases, anima a visitar los pueblos. Eso sí, con responsabilidad para que la zona no se convierta en un foco de contagios.

A 40 kilómetros, en Grandas de Salime, tampoco las tienen todas consigo. «Pasamos de aislados a protegidos», ironiza Rosa Monjardín, desde la asociación cultural El Carpio. Para la presidenta del colectivo grandalés sin una apertura total de fronteras en una ansiada vuelta a la realidad supondría la «asfixia». «Nosotros mismos somos incapaces de dinamizar económicamente la comarca. Somos muy pocos», remata. La 'fase 2' está por llegar, pero en el fondo, poco cambia.

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