M. F. ANTUÑA
Viernes, 7 de abril 2017, 05:09
Es una confesión serena y valiente. José Antonio Arrabal mira a cámara sin apenas moverse desde el sillón del salón de su casa y lo cuenta todo. Sin miedo y sin dudar resume su vida y su muerte: que tiene 58 años, que está casado, que tiene dos hijos. Y que en 2015 fue condenado a muerte. No fue un juez, sino un médico quien leyó su sentencia: le diagnosticaron ELA (esclerosis lateral amiotrófica) y desde entonces vio cómo su existencia se deterioraba paso a paso. Hasta que dijo basta.
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Electricista nacido en el pueblo abulense de Riocabado, afincado durante los últimos treinta años en Alcobendas, el domingo pasado puso fin a su vida en su casa mediante un cóctel de medicinas que él mismo adquirió en internet. Y ayer el vídeo que grabó -difundido por 'El País'- contando el porqué de su adiós recorrió España conmoviendo a todos y reabriendo el siempre exaltado y controvertido debate sobre la eutanasia y la muerte digna. «Si estás viendo este vídeo es que he conseguido ser libre», arranca. «Ya no puedo ni levantarme de la cama ni acostarme», continúa. Y habla después de que ni puede comer solo, ni vestirse y que su deterioro es tal que no quiere vivir. Pero no puede poner fin a su vida como él cree que debería hacerse: «Me parece indignante que no esté legalizado el suicidio asistido», clama. Porque -explica- de estarlo, un médico le proporcionaría los fármacos que precisa para su adiós «y moriría dulcemente».
Está solo en casa. Y sobre la mesa se advierten una taza con una pajita y tres botes. Está todo preparado: también ha dejado allí su historial clínico, su DNI, una carta para el juez, su testamento, un papel en el que dona su cerebro para la investigación y una petición expresa de no reanimación. «Es indignante que tu familia se tenga que marchar de casa para no verse comprometida con el tema y acabar en la cárcel», dice con una tranquilidad abrumadora antes de lanzar una demoledora advertencia: «Hoy soy yo, pero en el futuro pueden ser tus abuelos, tus padres, tus hermanos, tus hijos, tus nietos o tú». Es entonces cuando con su mano derecha, aún con movilidad, coge los frascos cuyo contenido sorbe con una pajita.
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