isabel ibáñez
Jueves, 7 de enero 2016, 10:22
Si los propios cascos azules desplegados en la República Centroafricana han sido capaces de exigir sexo oral a niños hambrientos a cambio de comida, según ha reconocido la ONU, qué podría esperarse de los terroristas del Daesh, que obligan a las mujeres a convertirse en esclavas sexuales si quieren seguir con vida. No han inventado nada, a lo largo de la historia la violación ha sido un arma de guerra utilizada por todos los ejércitos. Y si eso sucede en el siglo XXI, cómo serían las cosas echando la vista atrás... Esta semana el protagonista ha sido Japón, país que ha tenido que pedir perdón a las vergonzosamente llamadas mujeres de confort, unas 200.000 jóvenes asiáticas secuestradas para integrar un gigantesco harén con el que satisfacer los impulsos sexuales de sus soldados. Fue durante las invasiones coloniales de la primera mitad del siglo XX hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Violadas por decenas de hombres cada día, golpeadas, torturadas... muchas de ellas perecieron. Las que lograron salvarse escondieron esa etapa de su vida hasta que se destapó todo. El problema es que el Gobierno japonés ha reconocido solo a las víctimas de Corea del Sur, uno de los países más afectados, donde quedan 46 supervivientes. Los estados han llegado a un acuerdo que supone 7,6 millones de euros en compensaciones económicas para «restaurar la dignidad» de estas mujeres.
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Pero la satisfacción inicial se ha convertido en malestar. En primer lugar, entre las propias coreanas, que piden responsabilidades legales por este crimen de guerra. También entre los demás países afectados, que se quejan de haber sido excluidos de esta iniciativa. Porque además de Corea del Sur, las mujeres de confort fueron raptadas en China, Taiwan, Tailandia, Vietnam, Malasia, Filipinas... En 1992, Tokio admitió el daño causado y dos años después creó el Fondo de Mujeres Asiáticas para satisfacer a todas las afectadas, pero muchas rechazaron las ayudas: procedían de donaciones privadas, así que no lo consideraron un perdón oficial, sino un mal sucedáneo.
El último reconocimiento tuvo lugar el lunes, Día de los Inocentes, una macabra broma para la china Zhang Xiantu, fallecida hace solo un mes a los 89 años, mientras esperaba las disculpas. Contraria a aceptar el dinero del fondo, Zhang denunció al Gobierno nipón en el año 2000 junto a otras 15 compatriotas, algunas de las cuales aún malviven en zonas rurales del gigante asiático. «Antes de expirar, animó a sus hijos a seguir con la demanda contra el Estado japonés. Morir sin conseguir una disculpa fue una vergüenza para la anciana», explicó tras su fallecimiento Zhang Shuangbing, un maestro de Primaria sin parentesco con esta mujer. Este profesor chino lleva mucho tiempo investigando y entrevistando a las esclavas sexuales, a las que ha convertido en su causa. Así supo que, una mañana de 1942, soldados japoneses entraron en la casa de Zhang Xiantu rompiéndolo todo. Ella tenía 16 años, acababa de casarse y trató de huir. Pero no podía correr bien con sus pies deformes: como mandaba la tradición, se los habían vendado de niña para que no crecieran. Y fue capturada. Durante 20 días fue violada repetidamente. «Casi muero del miedo», decía sin ganas de recordar. Y tuvo suerte. Su padre vendió las ovejas para pagar el rescate que le pedían. Tan afortunada fue que llegó a tener hijos y nietos.
Pero este final no es el más habitual entre las mujeres de confort: muchas acabaron estériles por la brutalidad de las violaciones y las enfermedades. La coreana Hwang So-Gyun relata uno de los momentos más atroces: «Un día, una chica nueva llegó al compartimento contiguo. Ella intentó resistirse a los hombres y mordió a uno de ellos en el brazo. Fue llevada al patio y frente a todas nosotras le cortaron la cabeza con una espada. Después despiezaron su cuerpo en trozos pequeños». Su compatriota Chong Ok-Sun también aporta su testimonio: «Tuvimos que atender a más de 5.000 soldados japoneses como esclavas sexuales todos los días, hasta 40 hombres venían a la habitación por día... Cada vez que protestaba, me golpeaban o me metían trapos en la boca. Una vez acercaron una cerilla a mis partes íntimas hasta que yo obedecí. Una niña coreana contrajo una enfermedad venérea por ser violada tan a menudo y, como resultado, más de 50 soldados japoneses fueron infectados. Con el fin de detener la propagación de la enfermedad y para esterilizar a la chica, le pusieron una barra de hierro candente en sus partes íntimas».
Cuestionando el drama
Lee Yong-Soo se convirtió en la primera superviviente coreana en revelar su pasado. Hoy tiene 88 años y es una activista incansable. «Me pregunto por qué nos llamaron mujeres de confort. No fuimos por voluntad propia, fuimos secuestradas. Eso fue una matanza de seres humanos, no un lugar de confort. Hasta niñas de 11 años fueron reclutadas. Era mejor morir que vivir». En 1942, un compatriota y un japonés la secuestraron y la llevaron al noroeste de China, «a un lugar donde había otras chicas. Me obligaron a tener sexo con muchos hombres. Intenté escapar, pero me atraparon y me pegaron una y otra vez», cuenta mientras enseña sus heridas de cuchillo en brazos y pies. Perdió parte de su capacidad visual y auditiva, y por culpa de los tratamientos contra la sífilis quedó estéril. «Me sacaron de mi casa cuando era niña. Mi derecho a ser feliz, a casarme, a tener una familia... Todo me fue arrebatado».
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Y aún hay quien niega el relato de estas mujeres con el argumento de que las relaciones sexuales con los soldados fueron consentidas a cambio de dinero. El exjefe de la fuerza aérea japonesa Toshio Tamogami se atrevió a decir que Lee Yong-Soo y otras como ella adornan su testimonio a instancias del Gobierno de Corea del Sur para sacar dinero a Japón. Parece obviar al general Okamura Yasuji, fallecido en 1966, primer oficial en confirmar la existencia de estas esclavas sexuales. Y al médico japonés Masayoshi Matsumoto, 93 años hoy:«Me siento coo un criminal de guerra. Pero tengo que hablar, es mi propósito ahora, por eso se me ha permitido vivir tanto». Atendió a varias mujeres que sufrieron enfermedades venéreas después de ser obligadas a acostarse con más de 300 soldados. «No tenían otra opción. Negarse habría sido su sentencia de muerte».
Durante su primer mandato, el primer ministro actual, Shinzo Abe, puso en duda en 2007 que estas mujeres hubieran sido coaccionadas, desatando la indignación de los países implicados. Luego lo matizó. Hasta llegar el reconocimiento de esta semana, que no ha hecho más que enojar a la coreana Lee Yong-Soo.Se queja de que no hayan consultado a las víctimas. Y desde sus 88 años advierte: «La lucha continúa». Aunque algunas, como la china Zhang Xiantu, se vayan quedando por el camino.
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