Uno de los locales de ocio ubicado en Ocean Drive, la calle más famosa de Miami Beach.

Cien años de la playa más loca

Miami Beach llega a su centenario convertida en la meca residencial de millonarios castellano parlantes

chelo tuya

Viernes, 25 de diciembre 2015, 08:31

El 15 de marzo de 1915 el Jovellanos todavía era Teatro Dindurra. Proyectaba, desde las cuatro y media de la tarde y en sesión continua, Caballo salvador, Asesinato y entierro y El juramento del perjuro. Horas antes, en el Club de Regatas se homenajeaba al nuevo Práctico Mayor, Juan Cavo. Tendría mucho trabajo, ya que diferentes compañías de vapores anunciaban viajes directos desde El Musel con América. A partir de 255 pesetas, en tercera clase, se podía viajar a Cuba y Argentina. No había, sin embargo, oferta con Florida. Y eso que su condado más sureño, que tenía ya 19 años, acabaría siendo el principal puerto de cruceros del mundo. Y eso que, ese día, en ese condado sureño casi veinteañero se ponía en marcha la que acabaría siendo la playa por antonomasia: Miami Beach.

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Por South Beach, el arenal en el que conviven a diario famosos con anónimos. Anónimos que o bien quieren dejar de serlo no es leyenda urbana que las principales agencias de modelo del mundo andan a la caza de nuevas estrellas en esa playa o buscan un selfie que llevarse a la red social: «¿Ese que sale del casoplón de Versace no es Kevin Space. Corre, corre...Oh, se metió en ese cochazo de cristales tintados».

Es la playa a la que cada día, sobre todo en viernes y sábado, acuden adolescentes para hacerse las fotos de su sweet sixteen. Lo hacen acompañadas de padres y todo un equipo formado por cámara, fotógrafo, maquilladora y, también, estilista. Un equipo que también acompaña a las parejas que quieren anunciar al mundo que se han comprometido e, incluso, a las recién casadas.

Y es la playa a la que, cada noche, acuden en masa miles de personas a disfrutar de sus 150 locales de su ocio, con Ocean Drive como lugar de peregrinación. Una calle en la que las limusinas copan los aparcamientos, los mejores transformistas actúan para todos en las terrazas y en la que el Carlyle no puede, ni quiere, ocultar que, en realidad, es Birdcage, el mítico club gay de la película que bordó Robin Williams.

Es, en definitiva, la playa más loca y, ahora, la playa centenaria. Para celebrarlo ha tirado la casa por la ventana. Conciertos, exposiciones, fuegos artificiales se han convertido en un atractivo extra para los doce millones de turistas que, cada año, se calcula recibe Miami.

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Un turismo que se divide, casi a partes iguales, entre el viajero interno, el norteamericano que busca el sol perenne de una ciudad que tiene una temperatura media anual de 25 grados, y el extranjero que habla, sobre todo, español.

Fabada, 5 dólares

Porque Miami Beach, como el área metropolitana, se ha convertido en los últimos años en la meca de los millonarios castellano parlantes. «Se ha disparado la venta de apartamentos en la playa entre argentinos, venezolanos y brasileños», explica Melina Martínez-Echeverría, responsable turística de Miami para América Latina y España.

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Recuerda ella que el crac de la construcción mundial «se notó, pero no tanto», en una ciudad que tiene el skyline más joven del país los primeros rascacielos comenzaron a construirse en 2005 y en la que cien años después, se ha confirmado la buena vista de los hermanos Lummus, de Fisher y de Collins.

Porque, mientras los gijoneses acudían al cine aquella tarde del 15 de marzo de 1915, en la mañana miamera los hermanos Lummus junto a Collins empresario que da nombre a la principal avenida del distrito y Fisher comenzaban con las primeras construcciones de lo que sería la gran zona residendial. En la que hoy viven casi 90.000 personas, con una densidad de 2.223 habitantes por kilómetro cuadrado.

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Lo que no pensaban los Lummus, Collins ni Fisher es que el idioma de su ciudad no sería el que ellos hablaban. Aunque el inglés continúa como la lengua referente, en Miami, en Miami Beach, en South Beach se habla, sobre todo, español. «El saludo habitual al entrar en un local es hola no hello», dice Martínez-Echevarría, quien anima al viajero asturiano. «Tenemos mucho turista español, pero el acento asturiano se oye poco». No será por falta de reclamo. El Versailles, en la pequeña Habana el barrio cubano que copa la octava avenida ofrece en su amplia carta fabada asturiana. Tal cual. A 5 dólares el plato.

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