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Juan Pablo II, 25 años en la memoria de        Asturias

Juan Pablo II, 25 años en la memoria de Asturias

Un día como hoy de 1989 el pontífice polaco aterrizaba en la región. Llegó enfermo, pero sonriente. En la visita duró, de 30 horas, habló de fe y de trabajo y se fue elogiando este «país maravilloso»

PACHÉ MERAYO

Jueves, 14 de junio 2018, 13:54

Era domingo. Un domingo de agosto, no muy encendido por el sol, pero irremediablemente iluminado por millares de ilusiones. Hacía años que Asturias esperaba su llegada y por fin, aquel domingo, algo nuboso, el Papa Juan Pablo II besó su suelo. Por esa estampa, que pocos pudieron testificar, ya que las fortísimas medidas de seguridad, impidieron captarla, han pasado ya 25 años. Se cumplen exactamente hoy. A las 13 horas y 15 minutos. Justo cuando los relojes del aeropuerto marcaban esa hora llegaba el pontífice, un 20 de agosto como este, pero de 1989. Volaba desde Santiago de Compostela. Cuentan quienes le siguieron de cerca, como el entonces arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, o el párroco de Puerto de Vega, Manuel Antonio Díaz, por aquellas fechas abad de Covadonga, que llegó enfermo, con fiebre. Nadie lo notó. Su sonrisa disfrazó su estado real y su apretada agenda quedó intacta. Lo único que no se celebró fue una comida campestre, sobre la hierba que rodea a los Lagos de Covadonga.

Lo cierto es que llegó a ser preparada. Filetes empanados, tortilla de patata, empanada de bonito, chorizos a la sidra, caviar de oricios, queso de Cabrales y casadielles. Todo eso querían poner sobre el mantel ante el recordado Juan Pablo II. Él, más dado a almuerzos algo menos copiosos, optó por una buena merluza y solo un poco de empanada. Comió bajo techo, en la Casa de Ejercicios de Covadonga, acondicionada, como todos los lugares por los que pasó, para su visita. Se optó por evitar la comida al aire libre para cuidar su estado de salud, que tenía preocupados, se sabe ahora, a quienes le acompañaban.

Pero todo esto ocurría el segundo día de su visita asturiana. La primera jornada discurrió en parte en Oviedo y en parte en Llanera, en el aeródromo de La Morgal. Tras su llegada en avión, el Papa fue trasladado en helicóptero al Seminario Metropolitano de la capital. Allí Antonio Masip, alcalde de la ciudad en ese tiempo, y uno de los que más peleó, junto a Díaz Merchán, por lograr inyectar en la memoria colectiva el encuentro de Juan Pablo II con Asturias, le hizo entrega de las llaves de la ciudad. Se sabe que tuvo un tiempo para descansar, pero no demasiado. La cita principal de esa tarde estaba fijada para las cinco y media, en La Morgal, y antes había que hacer una visita de rigor. No podía irse el Pontífice sin posar su mirada en la Cámara Santa. La Catedral le esperó también con su mejor aspecto. La entrada había sido objeto de pequeñas obras de acondicionamiento. El recorrido, prendido solo en el recuerdo privado de sus acompañantes, concluyó con grandes elogios. A Juan Pablo II le sorprendió especialmente el Santo Sudario, pero también la hermosa arquitectura catedralicia.

A las cinco de la tarde, de nuevo subía el principal inquilino del Vaticano al helicóptero. Esta vez rumbo a La Morgal. Siempre se supo que serían miles y miles los fieles que allí se congregarían, pero las expectativas fueron superadas. Se llegaron a calcular unas 300.000 personas. El Papa las saludó a todas desde una plataforma, diseñada por los alumnos de la Escuela de Arte de Oviedo. También a sus manos encargaron el altar y la tribuna que se uso al día siguiente en Covadonga.

En ambos escenarios el esperado invitado, cuya visita se llevaba fraguando desde hacía nada menos que siete años -desde que en 1982 pisó por última vez suelo español- lanzó recados bien distintos. En Llanera habló de la cultura del trabajo y del respeto. Ante la Santina, a la que dedicó una oración escrita de su puño y letra, su mensaje fue de fe y su discurso sobre la cristiandad histórica.

En torno a ambos lugares, se habilitó un dispositivo de seguridad impresionante. 2.000 agentes de la Policía y la Guardia Civil velaron su estancia. Pero no solo la suya, también la del hoy rey Felipe VI, entonces un joven Príncipe de Asturias, que siguió los rezos del Pontífice en la gruta en primera línea. Unos rezos, por cierto, no exentos de anécdota, porque se prolongaron más de lo que el minutado del acto tenía previsto. Y ante la tardanza de Juan Pablo II para salir de sus profundas reflexiones su secretario rogó a monseñor Díaz Merchán que le invitara a abandonar su recogimiento. El arzobispo se negó a interrumpirle y trasladó la invitación a quien a él se la lanzaba. Pero ni uno ni otro se atrevieron a ejecutarla.

En realidad, la visita del Papa, que congregó en Covadonga a 48 obispos, 250 sacerdotes y 1.200 voluntarios, y que logró unir 190 voces de casi todas las corales asturianas, estuvo plagada de anécdotas. La más celebrada tiene que ver con unas zapatillas deportivas que le compraron para hacer más cómodo su paseo por los lagos. Nadie sabía qué número calzaba y nadie se atrevió a hacer visible su desconocimiento, por lo que le adquirieron unas gigantes, que solo quiso poner, tras un pequeño resbalón y que le hicieron reír al ver el tamaño. El mismo, por cierto, que el que tenían las Sandalias de San Pedro cuya réplica le regaló Antonio Masip.

Con ellas en la maleta y cumplidos los sueños de quienes llevaban meses, años, esperándole, Juan Pablo II se iba de esta tierra, no sin antes pronunciar dos buenos piropos: «Asturias es un país maravilloso» y «Covadonga, un monumento de fe del pueblo de Asturias y de España entera».

Tras la misa matutina en la basílica y el almuerzo privado, fue trasladado al aeropuerto, donde le esperaban Felipe González, con el que habló de la crisis de Centroamérica y del Líbano, y un avión DC-9 Super 80 de Alitalia. En él tomó rumbo a Roma, cerrando una recordada visita que sumó 30 horas sobre suelo asturiano.

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