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El otoño, esa estación que colorea los paisajes de tonos ocres, está recién estrenado. Por delante, aún quedan 80 días en los que –lentamente- las horas de luz se irán acortando al tiempo que disminuyen las temperaturas, dejando atrás los infinitos días veraniegos.
Pero que el verano acabe no tiene porqué significar terminar (o pausar) la afición senderista. Y mucho menos en Asturias, donde la estación otoñal y la luz calmada que la acompaña pintan con nuevos colores los verdísimos paisajes y los frondosos bosques, haciendo que los amarillos, los marrones, los rojos, los mostaza y los pistacho se entremezclen en perfecta sincronía para crear, sin quererlo, nuevos horizontes y perspectivas a las que (y desde las que) asomarse.
Así que, para disfrutar de todas estas maravillas que regala el otoño en Asturias, y teniendo en cuenta que al recién llegado mes de octubre aún le quedan cuatro fines de semana por delante, este articulo está destinado a recomendar cuatro rutas senderistas, todas fáciles, circulares y realizables en media jornada de caminata. Pero, lo más importante, todas ellas perfectas para recrearse y deleitarse con los contrastes, los colores, la luz y la música acuática única que trae consigo el otoño asturiano.
Hay caminos que merece la pena recorrer y este es el caso de la ruta de los molinos de Cuevas, un trayecto sencillo y de enorme belleza que muestra los restos dormidos de la que fue una próspera y sostenible industria (la molinera) que alimentó a Asturias durante largo tiempo.
Y aunque este no sea un camino de esos que lleva a altas cumbres, andarlo resulta todo un placer contemplativo lleno de matices lumínicos, verdes flúor, humedad agradable, música de aguas tranquilas y pequeñas historias prendidas de piedras que –en su día- fueron parte de la estructura de templos dedicados al aprovechamiento sabio de los recursos autóctonos.
Además, este sencillo trayecto está lleno de cosas interesantes, aparte de los muchos molinos que se van encontrando: una enorme cueva que se atraviesa al salir y al llegar, un río que muere en el Sella y que en su trayectoria tiñe las piedras de rojo, un bosque salvaje cargado de robles, fresnos, avellanos y castaños, un pueblo con una sola casa, incluso, un pequeño alto tras un tramo de carretera que –sin grandes esfuerzos- nos alza a panorámicas que contemplan el cercano mar cantábrico, la imponente sierra del Sueve y la verdosa hermosura que caracteriza a la zona rural del concejo de Ribadesella.
En definitiva, la ruta de los molinos de Cuevas del agua es un recorrido sin más dificultad que la de poner un pie delante de otro, con un trazado sin apenas desniveles, que nos introduce a través de un paseo tranquilo en retazos de la historia del lugar –con forma de ruinas de molinos- y en un bosque tranquilo dominado por la presencia -discreta pero importante- del agua del arroyo Ginestral, junto al cual caminaremos durante la mayor parte del recorrido.
Ponga es un lugar que nunca se cansa de agasajar con magia y belleza. Verde, frondosa, ubicada en una zona privilegiada, con cumbres perfectas y majestuosas y el título bien merecido de Reserva de la Biosfera, a menudo se recorre por las alturas, pasando desapercibidos pequeños caminos y sendas que se internan en sus tripas más recónditas, siempre solitarias y silenciosas pero llenas de posibilidades para andar maravillándose.
Tal es el caso de esta ruta que une Sellañu y Semeldón, sencilla pero con carácter suficiente para no dejar indiferente al que la emprenda. Marcada como PR AS 212, este sendero recorre una zona profunda y alejada de las alturas, regada-hasta saciar- de toda esa magia y belleza que caracterizan el territorio pongueto.
Además, la senda que se circula fue (a principios del s.XX) un antiguo trazado por el que transitaba un tren que se internaba en el monte Semeldón, uniendo la majada homónima con Sellañu y sacando madera de sus fértiles y plagados bosques de ribera. Hoy, apenas quedan señales del paso de aquel ferrocarril, que cayó en desuso una década después de inaugurarse. Aun así, fue un referente de la explotación forestal a nivel europeo y hoy su huella marca el devenir de esta preciosa senda.
Y por si el atractivo del bosque, el frescor, el rumor del río, el silencio absoluto, la no masificación o el caminar por una vieja vía ferroviaria abandonada y devorada por la naturaleza no fueran suficientes, en este recorrido senderista por las tripas de Ponga también se pueden conocer tres pueblos: Sellañu, Cazu y Ambingue.
En los montes del concejo de Casu, hay un sendero perfecto para contemplar el espectáculo de las aguas puras y heladas que, ruidosas e inquietas, fluyen constante desde las alturas del Cuetu Negru, llegan hasta el borde mismo de la montaña y se lanzan.
El espectáculo en cuestión es un salto acuático, un «tabayón» asturiano de sesenta metros que ruge en su caída y aterriza, violento, en un arroyo al que llaman Mongallu. Desde ahí, se desliza, fundiéndose con aguas anteriores y posteriores que viajan tranquilas a través de terrenos boscosos, pasando bajo puentes de madera, arrastrando hojas secas, moliendo sin prisa piedras, esquivando atajos terrosos… hasta encontrarse con las aguas del río Ablanosa, en el que se funden para, así, en comunión helada, ir a encontrar el Nalón un poco más abajo y, con él, viajar hasta el mar…
No es exagerar: quien no conoce el Tabayón de Mongallu se pierde uno de los paisajes más impresionantes y bellos del paisaje asturiano. Una portentosa cascada, declarada Monumento Natural de Asturias hace ya 20 años, que se ubica en los tuétanos mismos de un terreno protegido.
Para más bondades, el sendero que discurre hasta el Tabayón es bellísimo: a través de la espesura de un bosque, a la sombra de hayas, robles y castaños que parecen guardar una conciencia antigua. Y está bien marcado, con claras señales plantadas que indican la dirección a seguir, sin posibilidad de pérdida, y también con esa forma de línea ondeante de tierra, imborrable, que suele vestir a las sendas añejas, muy andadas, que –se sabe- conducen a lugares especiales.
Sin duda, merece la pena conocer el Tabayón de Mongallu: un paraje como salido de un cuento al que se llega tras una excursión sencilla atravesando un trozo del alma vegetal, viva y sabia, del siempre bello Parque Natural de Redes.
Las Foces del ríu Pendón: un sitio agreste, virgen y salvaje, en el que las agua cristalinas y los altos despeñaderos se combinan con hondos bosques de ribera plagados de hayas centenarias, robles, acebos, nogales…que dejan pasar los contraluces con maestría, tapando la visión del cielo y creando un efecto de bóveda, de refugio acogedor, donde el silencio se adorna de cánticos pajariles escandalosos e hipnótica música hídrica.
La excursión que aquí se propone recorre una gran parte de este territorio de ribera salvaje antes de remontar por laderas empinadas y adentrarse, de forma discreta, hacia los altos más modestos de la sierra de Peñamayor, culminando la ascensión en los amplios pastos conocidos como «Les Praeres» para, desde allí y con vistas a los techos de la sierra, rematar el paseo descendiendo por una empinada carretera asomada a largas vistas.
Y no, en esta ruta no se corona ninguna cumbre. Aunque –si se quiere-poco antes de llegar a les Praeres existe la opción de virar ligeramente los pasos a la derecha para engolarse sobre el pico Varallonga, muy cercano a la majada, ampliando así ligeramente el desnivel acumulado, la distancia recorrida, las panorámicas y el esfuerzo muscular.
De cualquier forma, con cumbre o sin ella, emprender marcha por el resquicio vegetal y acuático de las Foces del Pendón y, después, escalar metros por las laderas hasta conquistar les Praeres ya resulta un plan senderista completo, sin ningún tipo de complicación técnica, plagado de belleza y regalos naturales.
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