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En los montes casinos, hay un sendero de aguas heladas, ruidoso e inquieto, que fluye constante desde las alturas del Cuetu Negru, llega hasta el borde mismo de la montaña y se lanza.
Es un salto acuático, un «tabayón» asturiano de sesenta metros que ruge en su caída y aterriza, violento, en un arroyo al que llaman Mongallu. Desde ahí, se desliza, fundiéndose con aguas anteriores y posteriores que viajan tranquilas a través de terrenos boscosos, pasando bajo puentes de madera, arrastrando hojas secas, moliendo sin prisa piedras, esquivando atajos terrosos… hasta encontrarse con las aguas del río Ablanosa, en el que se funden para, así, en comunión helada, ir a encontrar el Nalón un poco más abajo y, con él, viajar hasta el mar…
Quien no conoce el Tabayón de Mongallu se pierde uno de los paisajes más impresionantes y bellos del paisaje asturiano.
Y no es exageración: esta portentosa cascada fue declarada Monumento Natural de Asturias hace ya 20 años, se ubica en los tuétanos mismos de un terreno protegido y para alcanzarla hay que recorrer un camino salpicado de magia a través de la espesura del bosque, a la sombra de hayas, castaños y robles que parecen guardar una conciencia antigua.
Para más bondades, el sendero que discurre hasta el Tabayón está bien marcado, con claras señales plantadas que indican la dirección a seguir, sin posibilidad de pérdida, y también con esa forma de línea ondeante de tierra, imborrable, que suele vestir a las sendas añejas, muy andadas, que –se sabe- conducen a lugares especiales.
Merece la pena conocer el Tabayón de Mongallu: un paraje como salido de un cuento al que se llega tras una excursión sencilla atravesando un trozo del alma vegetal, viva y sabia, del siempre bello Parque Natural de Redes.
Tipo de ruta: Circular
Distancia: 13 kilómetros (aprox)
Tiempo aproximado: 4-5 horas
Dificultad: Fácil
Altura máxima: 1.200m (aprox)
Desnivel aproximado: 700m (aprox)
La dirección es simple: para llegar hasta la cascada conocida como el Tabayón del Mongallu hay que seguir las marcas del PR AS 60, un sendero que parte de la localidad de Tarna (Casu) desde la pequeña carretera que conduce al cementerio.
La ruta puede hacerse lineal o circular, y comienza con un pequeño paseo, de aproximadamente un kilómetro, por un camino asfaltado en su inicio que asciende entre terrenos arbolados y muros de piedra, en subida constante, cómoda y tranquila, dejando atrás prados, un hayedo y el pequeño pueblo casín del que partimos.
Poco a poco, el camino va cubriendo su apariencia de cemento con hojas, tierra, piedras y musgos, fundiéndose con la naturaleza que lo rodea de manera lenta, casi misteriosa, hasta encontrar un cruce que señala dos direcciones: hacia la derecha el Tabayón y a la izquierda el Llanu´l toru, hogar de otros dos vetustos monumentos naturales de este paraje.
Cogiendo el desvío a la izquierda, que asciende sinuoso, el sendero continua bien dibujado, ganando altura, hasta que alcanza un pequeño claro que debemos atravesar para alcanzar su parte más alta. Una vez allí, ponemos los pies sobre una senda angosta , estrecha y desdibujada por tramos, que va internándose en un bosque en el que reinan los robles y un arrullo acogedor, como de nana cariñosa. Con este ambiente, siempre subiendo y tras aproximadamente media hora de camino, el desvío acaba ante dos enormes y antiguos ejemplares de roble albar, separados doscientos metros pero atados por sus raíces, que contemplan y guardan el paisaje de esta zona desde hace mucho más que un siglo.
Muy cerca de ellos, un cartel en homenaje a estos dos impresionantes seres vivos reza lo siguiente: «Centenarios robles albares, heridos por mil rayos, vigilan el seno de los hayedos del Llanu´l Toru, contribuyendo con sus retorcidos troncos al enriquecimiento de los complicados equilibrios del sistema forestal».
Desde la pequeña collada hábitat de estos robles, volvemos atrás sobre nuestros pasos hasta salir de nuevo a la encrucijada de Terreros: ahora sí, tomamos el camino de la derecha, que como bien indica su cartel se dirige, ya sin pausas, hacia el ruido inconfundible que genera – a lo lejos y aun sin dejarse ver- el Tabayón.
Pisamos ahora la zona del Monte Saperu, adornada de profundos bosques. Un tramo más adelante, encontramos una fuente y puentes de madera que cruzan el arroyo de la Requexada, mientras el sendero continúa bajo la penumbra boscosa, avanzando sin dificultades, grandes desniveles ni posibilidad de pérdida.
Tras un tramo de recorrido, la pista que seguíamos se acaba delante de una fuente y la ruta continua por la parte baja de la ladera, haciendo camino discreta hasta que alcanza un punto en el que el bosque se abre, repentino, para mostrar orgulloso las cumbres cercanas: el Cantu´l Osu y el Cuitu Negru saludan desde su púlpito. Sólo resta un tramo más de avance, en ligero descenso, y enseguida vamos a parar a La Campona, una explanada desde la que ya contemplamos, a lo lejos, el espectáculo de la cascada que vamos buscando.
Desde aquí, resta un trecho corto de excursión, que discurre por un sendero pedregoso y empinado, una estría que sisea y avanza en cuesta esquivando los desniveles naturales del terreno, saltando por peñascos para esquivar las aguas heladas del arroyo, estirándose como un chicle y acercando lenta, y hermosa, la silueta del Tabayón, siempre a la vista y cada vez más gigante, plantada en medio de un singular bosque vertical nacido de la caliza misma de la que manan sus aguas transparentes y heladas.
Resulta imposible permanecer indiferente ante el espectáculo del Tabayón, que nos recibe pintado de blancos, musgos brillantes, caliza y verdes tenues, colgando del aire de diciembre gotas que semejan pequeños caleidoscopios con arcoíris en sus adentros. Y a pesar de que el caudal de agua que se desboca desde las alturas no es fuerte, el concierto acuático ensombrece todos los demás ruidos del bosque, transportando al recién llegado a un universo acuático, poderoso y limpio, que tiñe de belleza húmeda y cambiante todo lo que rodea el sitio.
Tras el merecido descanso y las mágicas contemplaciones a los pies de este monumento de piedra y agua, partimos de nuevo para regresar a Tarna, volviendo sobre nuestros pasos hasta la Campona para, desde allí, tomar un sendero señalizado distinto al que nos trajo que nos permitirá andar otros caminos y contemplar el circuito boscoso que rodea al Tabayón.
Siguiendo el curso de esa senda, nos introducimos en el valle, bañado por las aguas que hace un rato se precipitaban de la enorme cascada. Poco a poco, el camino se ensancha y comienza a atravesar nuevos tramos de bosque y colladas hasta que, repentino, en medio de un claro, encuentra una majada y gira brusco a la izquierda para seguir avanzando mientras otea el Cantu´l Osu.
Luego, cruzaremos el Nalón por un puente de piedra para subir unos metros por la ladera y aparecer en la carretera del puerto de Tarna, en la que damos muy pocos pasos y cogemos otro sendero que se abre a la derecha y sube, flanqueado por el río y la carretera. Y así, por un cómodo camino entre fincas, llegamos de nuevo a Tarna, al punto exacto donde habíamos comenzado la ruta.
En los oídos, resuena aún el concierto de las aguas del Mongallu, estrepitosas y dulces. Y en la retina, grabada para siempre, llevamos prendida la imagen viva del Tabayón, bramando en medio del bosque y luciendo su hermosura invernal de hielo, verticalidad y agua.
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