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La excursión que aquí se propone podría resumirse en una sola frase. Por ejemplo, diciendo que salva dos preciosas colladas adornadas de bosque y montes por todos sus flancos y que asciende, vertiginosa, en su tramo final, para alcanzar una larga y estrecha cresta con vistas inmejorables y sensación de alta montaña.
También podría definirse aludiendo a su ubicación: la siempre verde, acogedora y silenciosa Ponga, una tierra que abraza al caminante con un halo como de cuento, poco masificada, regada de inmensos bosques autóctonos y con vistas perfectas desde cualquiera de sus ángulos, incluso si atravesamos una vaguada y nos rodean alturas, verdores y cánticos escondidos de fauna, hayedos y robles.
Además, podemos aludir a sus características: una ruta sencilla, sin excesivos desniveles, con un recorrido bien marcado y sencillo que nos lleva hasta el pie de una enorme roca afilada en su cabeza que sólo conquistaremos dejando aparcado el bastón de apoyo y trepando a modo cabra.
Cualquiera de estas especificaciones es cierta y todas ellas valen para definir la excursión al Recuencu, una montaña muy especial que invita- si el día es claro- a disfrutar desde las alturas de la bella, verdosa y calcárea orografía que recubre esta zona de Asturias y que observa, privilegiada, territorios naturales que se extienden desde Ponga hasta las agujas afiladas de Peña Santa de Castilla y todos los picos acólitos que la flanquean.
Tipo de ruta: : Lineal (Ida y vuelta)
Distancia: 14 kilómetros (aprox.)
Tiempo aproximado: 4-5 horas
Altitud máxima: 1638 metros
Desnivel aproximado: 660 metros
Dificultad: Moderada (Hasta la base del pico, en la collada Les Caldes, es una ruta sencilla. Una trepada de aproximadamente 300 metros -para lo que no es necesario usar cuerdas, sólo manos- la convierte en una ruta ligeramente más complicada
Lugar de inicio y llegada: Les Bedules (Ponga)
Comenzamos a andar desde Les Bedules, famosa y accesible majada pongueta a la que llegamos en coche por una carretera cómoda, llena de curvas, que da acceso a distintos pueblos y pasa por la capital, San Juan de Beleñu, ascendiendo serpenteante con preciosas vistas.
Una vez en les Bedules, empezamos caminata por la pista ganadera que da acceso al bello bosque de Peloñu, dejando atrás una fuente y unas cabañas e internándonos en las profundidades vegetales del lugar.
Tras aproximadamente dos kilómetros de pasos, encontramos una bifurcación y un camino ancho que asciende a mano derecha, abandonando la pista principal. Lo cogemos, para comenzar a subir de manera leve y cómoda entre hayas, acebos y moreras, inhalando placenteramente el olor a tierra húmeda y a otoño que ya baila en estos lares. A lo lejos, el Recuencu juega a aparecer y esconderse entre la niebla, mostrando una de sus caras más verticales y tratando de hacerse el inaccesible. A medida que nos acerquemos, irá derribando esta mascara de pared de piedra abrupta y complicada para mostrarnos el lado por el que se conquista su picuda cima.
Por pista de tierra marcada, ascendemos sin pérdida durante –aproximadamente- otros dos kilómetros, pasando al lado de un par de fuentes y disfrutando del recorrido, que sube de manera suave hasta que el camino terroso de paso a verde pradera, muriendo de forma tranquila al pie de una collada en la que decenas de vacas disfrutan saboreando y rumiando la fresca y brillante hierba que cubre el suelo.
Estamos en la conocida como collada Les Llampes, una extensa pradería en la que aún sobreviven ruinas de cabañas ganaderas y en la que, rápido, encontramos un sendero que la atraviesa, descendiendo ligeramente e internándose entre leves manchas de bosque, salvando un pequeño arroyo y llegando hasta una fuente. Las vistas desde esta zona son maravillosas: con los pequeños pueblos de Ponga adornando el paisaje lejano, al fondo y abajo del valle, y grandes moles rocosas recubiertas de frondosa vegetación arbórea hasta casi sus mismas cimas.
Continuamos nuestro avance, rumbo suroeste y dirección ahora a la collada de les Caldes, enorme y bella, con vistas privilegiadas a picos como el Zorru, el Luengu o el Maciédome a mano izquierda y nuestro objetivo del día, con forma triangular y retorcida, a la derecha de nuestros pasos.
Esta es la collada de la que nace el Recuencu, base para alcanzar su cima y un lugar privilegiado para contemplar sus aires de alta montaña, con sus paredes verticales cayendo sobre los hayedos que lo sostienen y el precioso valle de Ponga, intrincado y dominado por el Pierzu y el Tiatordos, tendido a los pies de estas alturas.
Llega la parte más dura de la ruta: para conquistar la cima, debemos salvar el fuerte desnivel que impone la ladera del Recuencu. El camino, marcado por jitos, asciende estrecho entre matorrales y piedra suelta, dibujando enormes eses que nos acercan sin prisa hasta una zona donde predomina la roca y la pendiente se vuelve intensa.
Una enorme roca, como un jito gigante que dejamos a mano izquierda, hace de puerta de acceso a la parte alta del Recuencu. Toca aparcar los bastones de apoyo (si los llevamos) y avanzar, con precaución, salvando a base de pequeñas trepadas los tramos de roca vertical que visten las laderas altas de esta montaña. El avance trepador tiende siempre a la derecha y da suficientes descansos a través de diminutos balcones marcados por los pasos de los montañeros que, durante décadas y décadas, han querido asomarse a este imponente y estrecho balcón que es nuestra cima de hoy.
Al llegar a la cresta, el Recuencu presume. Tiene motivos para hacerlo: por la derecha se viste de una enorme caída vertical que recuerda sin dudas a una alta montaña. A lo lejos, la Peña Santa de Castilla reina en el macizo del Cornión, recordándonos que hay algo muy especial, casi cambiante cada día y siempre hipnótico, en la silueta afilada de los Picos de Europa.
Siguiendo la cresta, con tendencia a la izquierda y mirando bien nuestros pies para acrecentar las precauciones, sólo restan unos pasos más para coronar la cima, alargada y nada ancha, que cae hacia los valles de Ponga y mira con altivez hacia el Tiatordos y el Pierzu. Más abajo, entre valles, bosque y montañas, pueblos ponguetos como Sobrefoz, Abiegos, Taranes y San Juan de Beleñu parecen diminutos grupos de manchas, instalados en medio del verdor de los valles y las enormes sombras montañosas.
Sólo resta saborear el merecido descanso y las vistas que el Recuencu regala y, cuando estemos colmados, regresar sobre nuestros pasos, bajando la ladera pedregosa, recuperando nuestros bastones, volviendo a atravesar las colladas llenas de vacas y cabañas y cogiendo de nuevo la pista ganadera, que gira a la izquierda en la bifurcación y vuelve a llevarnos hasta Les Bedules en un suave y agradable descenso por zona boscosa.
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