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Hay caminos que merece la pena recorrer, por lo menos, una vez en la vida: este es el caso del sendero que hoy nos ocupa, sencillo y de enorme belleza. Y aunque transitarlo no nos acerca a altas cumbres ni requiere esfuerzos de los que despiertan la adrenalina, caminar por él resulta todo un placer contemplativo lleno de matices lumínicos, verdes flúor, humedad agradable, música de aguas tranquilas y pequeñas historias prendidas de piedras que –en su día- fueron parte de la estructura de templos dedicados al aprovechamiento sostenible de los recursos autóctonos.
El trayecto, está lleno de cosas interesantes: una enorme cueva, restos de la etnografía que dio vida a este pequeño recodo boscoso, un río que muere en el Sella y que en su trayectoria tiñe las piedras de rojo, un bosque salvaje cargado de robles, fresnos, avellanos y castaños, un pueblo con una sola casa, incluso, un pequeño alto tras un tramo de carretera que –sin grandes esfuerzos- nos alza a panorámicas que contemplan el cercano mar cantábrico, la imponente sierra del Sueve y la verde hermosura que caracteriza a la zona rural del concejo de Ribadesella.
Nos vamos, pues, a la ruta de los molinos de Cuevas del agua, un recorrido sin más dificultad que la de poner un pie delante de otro, con un trazado sin apenas desniveles, que nos introduce a través de un paseo tranquilo en retazos de la historia del lugar –con forma de ruinas de molinos- y en un bosque tranquilo dominado por la presencia -discreta pero importante- del agua del arroyo Ginestral, junto al cual caminaremos durante la mayor parte del recorrido.
Tipo de ruta: Circular (también se puede hacer ida y vuelta al llegar a Tresmonte)
Distancia: 10 km (aprox.)
Dificultad: Fácil
Tiempo: 4 horas (aprox.)
Otras características: Ruta sencilla, perfecta para hacer con niños. También buena opción para recorrer en BTT
Que la industria molinera fue muy importante en Asturias es un hecho indiscutible. Con la llegada del maíz desde América, los habitantes de las zonas rurales asturianas supieron hacer un aprovechamiento inteligente de recursos como el agua o las enormes camperas, convirtiendo al maíz y al trigo, así como a los edificios molineros, en formas de vida imprescindibles.
Luego, con la modernidad, las decenas de molinos que durante años sembraron prosperidad a las orillas de los ríos se fueron abandonando, arrinconados y solitarios en márgenes fluviales recónditas. El tiempo, inexorable, fue cubriendo ese abandono de musgo, helechos y derrumbes, incluso de un silencio que enmudeció su importancia, dejando solo algunos supervivientes y muchas ruinas sin nombre ni historia.
El sendero que hoy recorremos acogió 9 molinos en un trecho de apenas 4 kilómetros, desde la aldea riosellana de Tresmonte hasta la orilla del Sella. De aquellos edificios prósperos, hoy sólo encontramos esqueletos (salvando una excepción), todos ellos repartidos a lo largo de la línea de agua que marca el arroyo de Ginestral a través de un valle estrecho ubicado en un bosque.
Para comenzar esta agradable ruta tenemos que acercarnos al pueblo riosellano de Cuevas del Agua, una preciosa aldea con varios ejemplares de hórreos y bonitas casas bien cuidadas que cuenta con una peculiaridad que la hace única: a ella sólo se puede acceder atravesando una enorme cueva (la carretera pasa por su centro y puede recorrerse a pie o en coche).
Este será nuestro punto de llegada y partida: una cavidad enorme, llena de estalactitas y estalagmitas, dominada por la oscuridad y el eco, que serpentea bajo la montaña a lo largo de 300 metros.
Desde la entrada de la Cuevona (también conocida como «lengua del diablo) comenzamos a andar siguiendo las señales indicadoras: atravesando el pueblo, dejando la impresionante cavidad a nuestra espalda y dirigiéndonos hacia la orilla del río Sella, que alcanzamos tras cruzar sobre la vía del tren y coger un camino ancho que discurre paralelo a la vía, por su izquierda.
Sin ninguna complicación para el andar, avanzamos por la orilla del Sella y el margen ferroviario, adentrándonos en el valle, dejando las vías del tren atrás y pasando por el medio de un enorme caserío con huertas, gallinas y plantaciones de kiwis.
Tras superar esta zona nos encontraremos con una portilla (importante volver a cerrarla tras cruzarla) y nos metemos, ya de lleno, en una zona boscosa, cerrada, que se va estrechando y gira a la izquierda nada más comenzar, entrando rápidamente en contacto con la riega que desciende desde Tresmonte, ganando un poco de pendiente pero también frescura y magia.
Rápidamente, empezaremos a encontrar indicaciones que nos señalan la presencia de molinos, la mayoría de ellos en ruinas y fundidos con el paisaje circundante tras largos años de abandono. Todos ellos parecen estar envueltos por la nostalgia, esperando ser engullidos por la naturaleza que un día los hacía moverse, y lo que queda en pie en la mayoría de ellos es el arco de medio punto de su parte baja (denominada bóveda o infiernu), por donde salía el agua que posibilitaba su fuerza.
En total, en este recorrido están documentados casi una decena de molinos que llegaron a trabajar al tiempo: algunos gestionados por grupos de vecinos y otros por un molinero, propietario único, que molía el grano de quienes lo solicitaran a cambio de «la maquila», un sistema de pago en trueque ya extinto pero que, sin duda, configuró el carácter de las gentes de ribera.
Casi pegados unos a otros y aprovechando pequeños saltos de agua, vamos encontrando diferentes construcciones molineras: no sólo el edificio principal, si abrimos bien los ojos podremos ver desperdigadas enormes piedras labradas que ya el arroyo está convirtiendo en propias, canales de alimentación para encauzar la todopoderosa agua, restos de puentes de madera que en su día salvaban un caudal más importante e incluso firmas, desgastadas, tatuadas hace un siglo en las piedras altas para dejar una impronta, hoy anónima, de aquellos que alzaron estos ingenios hidráulicos.
El camino entre molinos, bosque, agua y trinos de pájaros serpentea subiendo y bajando, sin suponer grandes desafíos, hasta morir al pie de una carretera que asciende a la derecha. Si decidimos seguirla un pequeño trecho, rápidamente llegaremos a Tresmonte, un pueblo que hoy sólo tiene un habitante y fue lugar de nacimiento de un ilustre de estas tierras: Manuel Fernandez Juncos, emigrante a Puerto Rico que llegó a ser ministro de Educación.
Si continuamos nuestro avance por la carretera, llegaremos por asfalto hasta la zona alta de Moru, donde una pequeña loma montañosa con antenas (a mano derecha) puede hacer de estupendo mirador al mar, a las sierras circundantes e, incluso, a los Picos de Europa.
Para regresar, tenemos dos opciones: descender desde Moru por la carretera hasta llegar de nuevo a la Cuevona de Cuevas del Agua o dar media vuelta, haciendo el recorrido a la vera del arroyo de Tresmonte en sentido inverso.
Sea cual sea la opción elegida, nuestros pasos concluyen de nuevo al pie de la enorme cueva desde la que partimos, que bien merece un paseo por sus entrañas antes de la partida.
mUna excursión tranquila, llena de historia, etnografía y naturaleza, ideal para hacer con niños, para días de calor o para jornadas de esas en las que apetece caminar y aislarse del ruido sin llevar a cabo grandes esfuerzos musculares.
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