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Este es un sendero lleno de pequeños tesoros. El primero de ellos, su historia, la misma que le pone el nombre de Samuel Cachero, un vecino muy querido de esta zona que luchó para que las aguas del Guadamía no fueran contaminadas con vertidos y para que este sendero fuera una realidad, un reclamo, un recodo bien cuidado que dejara ver su brillo, bellezas y cadencias a todo el que se acercara hasta él.
Otro tesoro: el privilegio de recorrer (casi) completo el curso de un río, el Guadamía, que nace de una poza redonda y turquesa, como de cristal, surgida de un manantial en medio de praderas tranquilas, a los pies de la Sierra de Cueva Negra. En total, su curso completo desde ese punto dibuja una estría de unos tres kilómetros, con aguas finas, abundantes y limpias que mueren en una playa muy bella, alargada y estrecha.
Más tesoros de este sendero: el bosque. Son los árboles los que ponen el punto de magia exacto, como quien le pone el punto de sal preciso a un manjar delicioso. Y, luego, los «adornos», las joyas etnográficas que se van encontrando y suman belleza al conjunto fluvial: pasarelas de madera, viejas presas, lavaderos, una buena muestra de antiguos molinos y muchos puentes de piedra, casi tan viejos como las orillas mismas, que sirven de ayuda para saltar las aguas inquietas que van marcando la senda.
Hay muchos tesoros más: un pequeño fiordo en la desembocadura final que –en marea baja- puede andarse, sin abandonar la huella del río, hasta tocar la mar. Y luego, acantilados inmensos, horadados por golpes acuáticos hasta ser gigantes coladores. Y bufones rugiendo, escupiendo ruidos de dragón, aire, aguas saladas y arena dispersa por el rugoso terreno…
Tipo de ruta: Circular
Dificultad: Fácil
Distancia aproximada: 8 kilómetros
Tiempo aproximado: 2h30 horas (aprox)
Desnivel aproximado: 50 metros
En fin, que este es un sendero lleno de pequeños tesoros. Tantos, que todos juntos forman una gran fortuna: un recorrido accesible, para todos los públicos, especial e inolvidable, que -en apenas 8 kilómetros -aglutina cantidad de elementos de interés, combinándolos magistralmente para sorprender, enamorar y recargar de energía a todo aquel que lo emprende.
El paseo fluvial por la orilla del Guadamía comienza en la localidad llanisca de Llames de Pría, pueblo al que se accede por la carretera local LLN-17. En la plaza de Llames hay un panel explicativo con detalles de la ruta que hace de guía para empezar la senda: hay que avanzar unos cuantos metros por la carretera hasta encontrar un desvío a la derecha ataviado con la estrella del camino de Santiago.
El camino, marcado en todo momento como PR AS-284, avanza menos de 500 metros hasta encontrarse con el precioso puente medieval de Mía, puerta para entrar a la vega del Guadamía. El río hace de límite entre concejos y, por ello, al cruzar el puente se salta de Llanes a Ribadesella durante un rato. Unos pasos más allá del puente aparecerá la orilla fluvial alargada, guía constante del camino, y el bosque, rodeándola a modo cúpula. Un paisaje que ya no se abandona hasta alcanzar la mar.
Bajo la manta del relente y del bosque, y con la banda sonora acuática repicando sin cesar, rápidamente se alcanza otra zona señera del trayecto: el Molín del Picu. Un antiguo molino de maíz que hoy es una cuidada vivienda. La senda discurre muy cercana a ella, por las fincas que la rodean y sobre el muro de la presa que un día desvío las aguas para utilizar limpiamente su energía antes de devolverlas a su curso.
El río aquí cambia su ritmo, chocando contra un paredón que le da velocidad, y traza un grato y elegante seseo antes de ponerse recto y encontrarse con Puente Arenes, otro vetusto puente. Avanzando un tramo más entre verdes vibrantes, enseguida se alcanza la pasarela de Piedres Amarilles, que cruza de nuevo el cauce para seguir su estela, ansiosa en busca de la mar.
Los restos de un segundo molino, y la traza de su antigua presa, pasan a ser ahora parte de la senda, que discurre por zona cerrada y oscura hasta hallar un viejo puente más: el de la Tosquila, zona preciosa inundada de luz en la que las aguas saltan y juegan en ruidosas y hondas pozas, formando remolinos y un murmullo dilatado palpitante.
Tras el recodo de la Tosquila, viene una pasarela de madera larga que devuelve al caminante al concejo de Llanes y dibuja una senda estrecha, a la altura de las aguas mismas. El olor a mar impera, colgado de las ramas de los árboles. Y el cauce pierde velocidad, vistiendo ahora la orilla de arena fina allá donde antes había musgo y guijarros. La playa está cerca.
En este punto, la senda abandona la orilla, entrando en un brevísimo tramo urbano antes de girar para encontrar la playa. En mareas muy bajas, el sendero fluvial podría seguirse completo, alcanzando la arena e internándose en el fiordo por el que desemboca el Guadamía. Pero, por seguridad y comodidad, se recomienda el pequeño rodeo por asfalto, que enseguida se asoma al paisaje que –todo el rato- buscaba el río: el mar
El ambiente cambia radicalmente, abandonando el ruido alargado del agua dulce para abrazar el son acompasado de las olas rompientes. La playa de Guadamía es un embudo, formado por la entrada de las arenas litorales en el valle labrado por el río. Durante las mareas altas queda reducida a una pequeña porción de arena y el agua marina convierte el lugar en una amplia piscina salada, mientras que en las mareas bajas tiene forma de lengua extendida.
En este punto, la ruta enlaza con una senda costera por la que se puede regresar a Llames de Pría pero, si en lugar de tomar ese camino se gira a la izquierda, se coge el PR AS-57, más conocido como la Ruta de los Bufones de Pría. Esta senda va desde Llames a Cuevas del Mar pero para el plan de hoy no hace falta recorrerla entera sino sólo un tramo: el necesario para admirar el mayor campo de bufones de todo el litoral cantábrico.
En la entrada a los bufones el encargado de dar la bienvenida es el bufón de Los Palenques, una sima muy ruidosa que ha convertido el acantilado en una especie de playa, de tanto vomitar arenas hacia el cielo. Todo el terreno es un colador gigante, apestado de simas bufadoras que expulsan, a gran altura, chorros de agua marina a presión. Conviene, pues, poner precaución en los pasos, evitar los profundos agujeros en días de temporal, no acercarse mucho…
Sin necesidad de andar demasiado, se alcanza enseguida el sector norte del acantilado para pasar muy cerca de La Bramadoria, sima larga y estrecha que brama fuerte y expulsa el agua con impresionante fuerza. Mientras, alrededor, las vistas se adornan de azules, verdes, arena y ocres. Y la silueta tumbada de la sierra del Sueve se dibuja al horizonte, mirando el cantábrico embelesada.
Una senda estrecha de pescadores conduce ahora a otro punto interesante: el pozo de las Grallas. Un enormísimo agujero digno de admirar en el que el mar penetra por recovecos subterráneos y en el que las olas han hecho trabajo de cantería, dibujando un enorme arco con una columna en el medio.
Tras el enorme pozo con aires de catedral, una pequeña pista y un giro a la derecha conducen al área recreativa de Garaña. Desde ahí, por carretera, se regresa fácilmente hasta la plaza de Llames de Pría, poniendo el punto final a este particular y especial recorrido por la Senda de Samuel Cachero y los Bufones de Pría.
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