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Luciendo casi 1500 metros de altura y plantada en el alma misma del Parque Natural de Ponga encontramos peña Subes: una montaña icono en estos lares que, cuando se conquista, permite mirar hacia otros iconos montañosos desde un asiento privilegiadamente ubicado.
Pero lo mejor de la Peña Subes no son sólo su asiento geográfico o sus vistas, que abarcan a los Picos de Europa, la sierra y valles del Sueve y todos los alrededores de Redes; el camino para llegar a esta montaña también la hace especial porque atraviesa barrancos, bosques, canales y territorios intrincados por lo profundo de esta preciosa y cautivadora Reserva de la Biosfera que es Ponga.
Tipo de ruta: Circular
Dificultad: Moderada
Distancia: 10 km
Tiempo aproximado: 4-5 horas
Altitud máxima: 1487m (aprox)
Desnivel aproximado: 1000m
La circular que aquí se describe parte de la zona del barranco de Viboli, ascendiendo a las alturas del Subes a través de un túnel de bosque que culmina en pétrea canal, en más bosque, en laderas empinadísimas y en una arista alargada a la que llamaremos cumbre que –si se sigue- llega hasta el Sen de los Mulos. Para regresar, el rodeo pasa por pisar praderas, siguiendo un camino descendente que va abriéndose paso entre vegetación y paisajes inolvidables.
La conclusión tras la ruta es que este territorio, de tan vivo, emociona por todos sus flancos. Y que caminar por él no es sólo un placer sino un lujo, exento de precio, que debería recomendarse como terapia siempre que las rutinas y los excesos de asfalto y de ruido invadan el cerebro.
Un cruce en la carretera (concretamente, el que señala la bifurcación para ir hacia Casielles o hacia Viboli) es el punto de partida de esta preciosa excursión a Peña Subes, uno de las más cotizadas atalayas montunas que se encuentran en Ponga. En el mismo cruce se deja el coche estacionado, para comenzar andando en dirección a Viboli.
No es una carretera cualquiera: estos primeros pasos ya son toda una experiencia, avanzando por un encajonado camino de asfalto que discurre entre paredes verticales, aromas húmedos y tupidos bosques autóctonos.
Al cabo de aproximadamente dos kilómetros, nada más cruzar un puente y antes de llegar a Viboli, se deja ya la pequeña y singular carretera para coger ahora un desvío que sale a mano izquierda: lo llaman la Llomba de los Rebollos y es un estrecho camino seseante en el que impera la presencia de vetustos robles y que se adentra, subiendo sin remilgos, por las tripas de un espeso y salvaje bosque en el que los aromas del musgo y la tierra se enredan con mil tonos de verde y ocres.
El pequeño sendero va ganando altura por un entorno que impresiona, de forma cómoda pero sin descanso, como impaciente por mostrar lo que guarda al final de su trazado y como si no fuera consciente de que la belleza apretujada y exuberante por la que se transita es todo un tesoro. Hasta que, casi en el medio de un claro boscoso e indicado con una marca de pintura roja, un desvío invita a abandonar la pista forestal para girar a la izquierda por un sendero que irá aupándonos a la canal de Bodiellu
Lentamente, los enormes robles presumidos van quedando atrás, abriendo la puerta a un terreno en el que la vegetación baja adorna por doquier los lados del camino, del que nunca se pierde la traza y que llega, enseguida, a una pequeña y corta canal, empinadísima, que vuelve a poner de relieve que en el Parque Natural de Ponga cada paso conduce a un paisaje más impresionante que el anterior.
Con los murmullos del bosque aun colgando de los oídos y el alma, se enfila la canal de Bodiellu, abierta valiente hacia arriba entre portentosos bloques calizos verticales salpicados de floresta agarrada de las fuertes pendientes.
Una vez salvada, los pies pisan ahora un pequeño puerto de altura: el Collau la Parea, ideal para marcar un descanso y asimilar el bello tránsito ganado por un terreno tan salvaje, vegetal y agreste que queda para siempre guardado en el recuerdo de la mirada.
Desde Parea, se abre ahora el paso a la vertiente oriental de la sierra de Miesca, en la que espera un camino relajado y cómodo que va ganando altura de forma lenta, dando un descanso a las rodillas y al aliento antes de volver a enfilar las enormes cuestas que esperan. Todo el ambiente muta a partir de esta zona: casi como cruzar una puerta a una dimensión distinta, aunque fuertemente enganchada y con las mismas esencias que la que acabamos de dejar atrás.
Y así, andando por un terreno nuevo, sin ningún tipo de complicación, esfuerzo extra o tecnicismos, el sendero hallado en Parea nos lleva relativamente rápido a la majada de Miesca, una preciosa campera, un poco con forma de embudo, adornada por una solitaria cabaña.
Al fondo de esta majada, se abre un largo bosque que cubre la ladera y, por su medio, se distingue una lengua abierta: hay que subir por ella. Se trata de la cuesta Ceñal, un empinadísimo paso que nos elevará hasta la collada Ceñal y hasta las bases mismas de la cumbre buscada.
Superada la larga y enfilada cuesta, se pisa la collada Ceñal y toca girar a la derecha, empezando ya a caminar por la arista de la sierra. Peña Subes, ya se intuye muy cercana, aunque aún quedan numerosos pasos e importante desnivel a salvar antes de poder abrazarla.
Durante el avance por las laderas dirección al punto más alto del día las vistas que van quedando a la espalda resultan portentosas: un deslumbrante catálogo de montañas amontonadas, clavadas sobre territorios verdísimos, en las que destaca el cercano pico Niajo.
Paso a paso, siguiendo un sendero que enfila seguro y confiado las alturas ponguetas, la cima va acercándose coqueta hasta dejarse querer: adornada con un buzón de cumbres y luciendo una cresta afilada que se alarga hasta la también cercanísima cumbre del Sen de los Mulos, otra montaña icónica de estos lares a la que se podría llegar (mucha gente lo hace) salvando los estrechos y picudos desniveles de la arista cimera que la une con Subes.
El espectáculo montañoso que espera arriba es de los buenos: el Niajo, el Jario, Peña Ten, Pileñes, el picu Zorru y el Maciedome. Más al oriente, la peña Santa reinando en los Picos, amparada en sus frentes por moles como el Cantu Cabroneru…Y, más cerca, el Pierzu, el Tiatordos o Peña Salón presumiendo de esa esencia montañera tan característica de los territorios ponguetos.
La cima de peña Subes es un placer visual. Un oasis desde el que contemplar, sin obstáculos, la grandiosidad y belleza autóctona que tanto define a esta zona oriental del terruño asturiano. Un sitio, sin duda, para disfrutar hondamente del paisaje montañero y compensar el pequeño gran esfuerzo de salvar mil cuestas para elevarse por ese laberinto botánico y calcáreo que nos trajo hasta aquí
Para el regreso, hay que reandar las huellas dejadas en la ascensión hasta volver a alcanzar la amplia majada de Miesca, en la que toca tomar un nuevo camino y emprender un descenso circular que volverá a llevarnos al cruce en el que todo empezó.
Aún quedan muchos pasos: desde la majada, se emprende camino valle abajo (evitando ahora bordear la sierra) cruzando praderas abiertas y alfombradas hasta alcanzar la zona llamada Les Carreces, desde donde se sigue descendiendo por un terreno plagado de vegetación y con vistas hacia la encorvada carretera que sube a Casielles, que desde aquí parece una enorme serpiente tatuada en la hierba.
Puede que este tramo sea en el que hay que poner más atención: el abundante follaje de matorrales y helechos va jugando a tapar y destapar un camino jitado que termina en la carretera, justo al lado del cruce en el que la excursión comenzó, dando fin de esta forma a una placentera excursión por el paradisiaco Parque Natural de Ponga, una de las más preciadas joyas del territorio asturiano.
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