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Hay montañas que, hasta que no se ascienden, pasan desapercibidas en los horizontes paisajísticos: por su forma, por su ubicación o por ser vecinas de otras con mucha más fama y renombre. Este es el caso del monte que hoy nos ocupa, El Requexón, un pico solitario que se sitúa en una privilegiada y frondosa zona de los confines norteños de Redes.
Tal y como su nombre indica, el Requexón (también llamado Requexón de Valdunes o Porrón de Valdunes) es un lugar apartado, distante respecto a los otros picos con los que comparte territorio. Una montaña que, debido a su forma, parece aburrida y simple desde la lejanía pero en las distancias cortas muestra una orografía vertical y peligrosa (en su vertiente norte) y otra amable, tapizada de verdes (al sur), que se deja querer si se acaricia con pasos suaves.
El camino para llegar hasta él no tiene complicaciones técnicas (más allá de algunas fuertes pendientes) ni peca de excesiva largura. El premio por recorrerlo es una vista de pájaro sin obstáculos cercanos, a más de 1500 metros, sobre territorios que abarcan dos Parques Naturales y decenas de cumbres míticas.
Tipo de ruta: : Ida y vuelta
Distancia: 9,5 kilómetros (aprox.)
Dificultad: Moderada
Tiempo aproximado: 4-5 horas
Altitud máxima: 1573 metros
Desnivel aproximado: 800 metros
Para alcanzar la cota más alta del Requexón de Valdunes primero tenemos que acercarnos hasta el Parque Natural de Redes, concretamente al concejo de Caso y, una vez allí, a la población de Orlé, lugar en el que dejamos estacionado el vehículo y comenzamos a caminar.
Partimos del mismo pueblo, cruzando al otro lado del río por un puente para coger una pista asfaltada muy empinada que atraviesa un bosque abundante. Los castaños y avellanos acompañan el primer tramo de camino, como haciendo de centinelas de las vetustas hayas que esperan un poco más arriba.
El sendero es agradable y, mecido por cantares de los árboles autóctonos, avanza entre murias de piedra y alguna majada durante aproximadamente 2 kilómetros.
Tras abrirse a alguna majada y elevar al caminante sustancialmente, la pista ganadera que nos hacía de sendero termina en una zona de portillas que dan paso al verdor de los pastos de altura, los cuales siguen dirección ascendente hacia nuestro destino cimero.
Encontraremos dos portillas. Son los pasos que conducen hasta Vegalagos y a la Vallina, zonas de pradería alargada ubicadas a más de 1000 metros y regadas de cabañas. Para avanzar, tomamos como referencia la portilla que está más centrada y, a la izquierda de la misma, encontramos un pequeño sendero que sube.
Vamos ahora dirección al collau gallegos, que se alcanza sin complicaciones avanzando por un terreno en el que las hayas y el bosque nunca pierden protagonismo. Desde el citado collado ya podemos contemplar la silueta del Requexón, que muestra su cara amable y aún nos parece una montaña simplona.
Desde aquí, seguimos avanzando sin giros, obstáculos ni dificultades, tendiendo siempre a la zona izquierda de la collada, hasta que alcanzamos la zona conocida como Cotu La Braña, donde los pasos giran lentamente en dirección norte, siempre acompañados del rumor de los hayedos y ya con estupendas vistas de las cimas cercanas.
Toca ganar altura dirección a la cresta montañosa, que ya nos espera como impaciente y en la que emerge, destacando en el paisaje y reinando sobre la profundidad del bosque y los valles bajos, el pico La Senda, vecino cercano de nuestra cumbre del día.
Con la profunda belleza del verdor e intensidad del valle como compañía, el sendero asciende ahora dirección a las crestas, llegando cómodamente al collau la Braña, desde donde ya casi podemos acariciar la pedregosa y verde ladera del Requexón.
Los últimos pasos son muy agradables, rodeando la vertiente norte del pico, que nos muestra ahora –sin tapujos- su peligrosa cara oculta (presumiendo de paredes verticales y murallones abismales sobre territorios verdes y salvajes) y su privilegiada situación geográfica (asomado a decenas de cumbres y paisajes (cercanos y lejanos) que parecen como sacados de las manos, el talento y la imaginación de un pintor impresionista.
La cumbre, destino final de nuestros pasos y estupenda atalaya en la que recargar fuerzas para el regreso, se abre a los cuatro puntos cardinales y observa, desde sus 1573 metros de altitud, míticos destinos de montaña por encima de los 1000 metros, majadas, valles, bosques y colladas, todos ellos tendidos en una panorámica perfecta, ideal para todos aquellos que gustan de buscar y señalar montañas desde horizontes de altura.
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