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Ponga, un lugar que no se cansa de agasajar con magia y belleza. Verde, frondosa, ubicada en una zona privilegiada, con cumbres perfectas y majestuosas y el título bien merecido de Reserva de la Biosfera, a menudo se recorre por las alturas, pasando desapercibidos pequeños caminos y sendas que se internan en sus tripas más recónditas, siempre solitarias y silenciosas pero llenas de posibilidades para andar maravillándose.
Tal es el caso de la ruta que hoy nos ocupa, sencilla pero con carácter suficiente para no dejar indiferente al que la emprenda. Profunda y alejada de las alturas, pero regada-hasta saciar- de toda esa magia y belleza que caracterizan el territorio pongueto.
Además, la senda por la que vamos a circular fue (a principios del s.XX) un antiguo trazado ferroviario por el que circulaba un tren que se internaba en el monte Semeldón, uniendo la majada homónima con Sellañu y sacando madera de sus fértiles y plagados bosques de ribera. Hoy, apenas quedan señales del paso de aquel ferrocarril, que cayó en desuso una década después de inaugurarse pero aun así fue un referente de la explotación forestal, a nivel europeo, durante el tiempo que estuvo en marcha.
Y por si el atractivo del bosque, el frescor, el rumor del río, el silencio absoluto, la no masificación o el caminar por una vieja vía ferroviaria abandonada y devorada por la naturaleza no fueran suficientes, en este recorrido senderista también podemos conocer tres pueblos, empapándonos –si queremos- no sólo de flora y floresta sino también de la etnografía e idiosincrasia tan características y tan atractivas que impregna a localidades como Cazu, Sellañu o Ambigue.
Tipo de ruta: : Circular (también puede hacerse ida y vuelta, regresando desde Semeldón a Sellañu por el mismo camino)
Distancia: 10 kilómetros (aprox.)
Dificultad: Fácil-Moderada
Tiempo: 5 horas (aprox.)
Punto de salida y llegada: Sellañu/Sellaño (Ponga)
Observaciones: Cuando el río va crecido es posible que el tramo de senda que discurre cerca del cauce quede cortado y dificulte o imposibilite el paso.
Comenzamos a andar en Sellañu, pueblo con encanto y medio centenar de habitantes hasta donde se llega en coche por la N-625 desde Cangas de Onís y, luego, por la AS-261 en dirección San Juan de Beleñu. Nuestro paseo comienza cerca del bar, en el cruce que lleva a la localidad de Sevares: se caminan unos pocos metros por carretera y, a mano izquierda, encontramos el inicio (bien señalizado) de la ruta senderista que nos ocupa.
Desde los primeros pasos, avanzamos por terreno boscoso, dejando a mano izquierda amplias praderías, el río y algunas cabañas ganaderas. Tras un trecho cómodo, sin desniveles acusados ni dificultad, encontramos el primero de los puentes que cruzaremos hoy: Pumazaneu, una pasarela de hormigón. Tras ella, el camino sigue a la derecha, subiendo durante un tramo con una pendiente acusada. De todas formas, este tramo ascendente puede atajarse, saltando una portilla de madera para cruzar una pradera y salir, enseguida, al camino original, que – de nuevo- cruza un puente.
En esta zona del tercer puente hay restos de un molino, ya casi desaparecido entre árboles, y también una portilla que tenemos que abrir para seguir camino (importante volver a cerrarla tras nuestro paso). A partir de aquí, los territorios boscosos aumentan y el río, que hasta ahora estaba alejado, pasa a ser compañero de pasos, tarareando sin cesar su canción acuática mientras se avanza bajo la sombra de robles, hayas, castaños, fresnos y avellanos.
Avanzamos, con el río ahora a mano derecha, y tras (aproximadamente) un kilómetro de recorrido una señal nos indica que hay que desviarse a la izquierda, siguiendo el sendero que ahora zigzagea y sube por bosque cerrado, con el río más lejos y ese silencio tupido y sensorial, tan agradable y sanador, que suele darse en los espacios boscosos.
No obstante, el paseo por los entresijos del bosque cerrado termina rápido: una señal nos indica que el sendero continua a mano derecha, invitándonos a bajar por un pequeño camino entornado provisto de una cadena que hace las veces de barandilla para alejar caídas y resbalones.
Y, tras el breve descenso, otro puente. Este es de madera, le llaman el puente de Sota del Cándanu, y cruza un tramo de río que parece salido de cuento, para continuar la caminata en dirección ascendente hacia una zona más abierta y de senda más ancha, punto en el que se encuentran los vestigios más evidentes de aquel convoy ferroviario que extraía madera de las entrañas de este bosque.
En este punto, desaparece la sombra y aparecen cercanas las siluetas de los montes que hacen de muralla al valle que recorremos. Las marcas amarillas y blancas hacen sencillo y confiado el avance y, rápidamente, encontramos la señal que indica la dirección a tomar para subir hasta Ambingue, pequeño núcleo rural que se intuye desde lo profundo del valle y hasta el que escala un camino marcado y pendiente.
Nuestra dirección sigue de frente, camino de la majada de Semeldón. Y así, sin mucho andar, pronto llegamos de nuevo a una portilla cerrada que abre el paso a otra zona estrecha y boscosa en la que predominan los castaños y se encuentran numerosos restos de cuerries, pequeños cercados de piedra circulares que se utilizaban antiguamente para depositar en ellos los excedentes de las castañas, que a la intemperie y cubiertos por las heladas de otoñales e invernales se conservaban mejor y duraban más meses.
Andamos ahora una zona muy cercana al cauce del río, con zonas perfectas para refrescarse en verano, descansar bajo una vetusta sombra arbórea con los pies a remojo o, simplemente, disfrutar con el recorrido y la música que hace el agua deslizándose y precipitándose entre las numerosas piedras que adornan el curso del agua.
El camino ahora se estrecha y, aunque continua bien señalizado, hay tramos en los que se pierde y obliga a sortear enormes argayos que bajan desde el monte al agua, dejando constancia de que el caudal puede ser muy potente en esta zona así como de que no se le puede ganar terreno a la naturaleza, porque ella sola lo recuperará.
De todas formas, el paseo va ganando en espectacularidad a medida que avanza hacia Semeldón y, siempre que no sea época de crecidas, yendo con precaución, el tramo complicado no dura demasiados pasos.
Tras este paseo por la orilla misma del río, encontramos un puente más: una pasarela larga y metálica que cruza a la otra orilla para continuar el sendero. Desde aquí, resta un kilómetro aproximado hasta el punto final de la ruta, distancia que se va salvando, primero, a la vera misma del agua y, luego, en sentido ascendente, volviendo a introducirse de manera profunda en el bosque, hasta alcanzar placenteramente la collada Semeldón, nuestra «cima» del día, con vistas perfectas a todo el valle y una cabaña dormida, muy derruida, como único adorno arquitectónico.
He aquí el punto álgido de nuestra ruta: una majada ideal para contemplar esa belleza y magia ponguetas que acabamos de cruzar por el medio y que ahora se nos muestra, entera, de un vistazo, con forma de valle, verdor y montañas.
El regreso puede emprenderse por el mismo camino, desviándose al bajar hacia Ambingue y hacia Cazu, y desde allí de nuevo a Sellañu, o –simplemente- haciendo el camino a la inversa, volviendo sobre nuestros pasos y cruzando de nuevo las profundidades boscosas de este valle lleno de encantos.
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