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Juanjo Arrieta
Juanjo Arrieta presenta su libro «Un montañero feliz»
AVILÉS

«Un montañero feliz»: la experiencia vital y alpinista de Juanjo Arrieta ya tiene forma de libro

Escaladas y aventuras en los Picos de Europa y el macizo de las Ubiñas, pero también por los Andes, los Alpes y el Himalaya, pasando por la selva, el desierto y el hielo: Juanjo Arrieta ha recopilado, por fin, todas sus vivencias montañeras. El resultado es un «cuaderno de bitácora» imprescindible para conocer los orígenes y las motivaciones del alpinismo moderno en Asturias

Martes, 22 de marzo 2022, 10:55

Hay quién se enamora de la montaña y la disfruta, saboreando con gusto la adrenalina, la aventura, el reto y el deporte que supone. Y hay quién, por alguna razón profunda, se convierte en montaña misma, estableciendo con ella un vínculo que va más allá del amor: son personas que, como por arte de magia, quedan atadas al monte (a sus rocas, su presencia, su fuerza y su magnitud) por un hilo grueso, invisible pero muy fuerte. Entonces, la conexión con la montaña es tan profunda, longeva y fértil que resulta complicado saber dónde empieza una ni dónde termina el otro.

Juanjo Arrieta pertenece, sin duda, a este segundo grupo de personas. Y, si tuviera que ser un monte, una peña o una canal, podría ser la cara sur de Peña Santa, una arista en la oeste del Torrecerredo, ese paso estrecho del Corredor del Marqués o, incluso, una cascada en la selva costarricense… pero, también, la niebla, enganchada en algún risco. Y el silencio, tarareando golpes de viento contra la roca, cualquier bosque, prendido de la ladera, una estría de los Picos de Europa o cualquier prado, verde clorofila y con flores amarillas, mirando de frente, con orgullo y amor de hijo, la paz del amanecer desprendiéndose del monte. Arrieta podría ser cualquier trozo de continente dónde hubiera montaña, naturaleza, árboles y paisaje. Y no desentonaría.

Arrieta subiendo la cara este del pico de los Cabrones, en enero de 1981

Por eso, por ser él parte misma de las montañas, por haber sido aperturista histórico de los Picos de Europa y por toda la esencia que fue dejando y recogiendo por caminos, canales y peñas, eran muchos los que le reclamaban que hiciera memoria, recopilando por escrito sus vivencias, anécdotas y recuerdos de vías y vida. Él, un poco acongojado por su carácter tímido, fue posponiendo esta idea hasta que, durante la pandemia, encontró en la escritura una catarsis y terapia perfecta. Y así -párrafo a párrafo y recuerdo a recuerdo, mientras afuera el mundo estaba patas arriba- Arrieta acabó por conformar un libro que, en 233 páginas, repasa escaladas, exploraciones y aventuras bajo un título que define, perfecto, su sentir cuando evoca su vida: «Un montañero feliz».

Portada del libro de Arrieta, editado por Ediciones Cordillera Cantábrica

No ha sido tarea sencilla: en la mochila de recuerdos de Juanjo se acumulan cientos de miles de kilómetros y, dentro de ellos, otras tantas anécdotas, además de importantes lecciones de vida y reflexiones substanciales sobre el montañismo. Y, sin embargo, ha podido condensarlo todo, creando un texto (editado y publicado por Ediciones Cordillera Cantábrica) bello y sincero, que repasa desde su primera salida a la montaña a sus rutas aperturistas en los Picos, pasando por sus viajes alrededor del mundo o su convivencia durante meses con una tribu en Centroamérica.

Arrieta, con los porteadores, durante su expedición al Mrigthuni Peak, en 1980, en el Himalaya

«Yo creo que la montaña es amor por la aventura… es romanticismo puro. Lo que me hace sentir no tiene que ver con adrenalina, sino con la sensación que despierta estar completamente en contacto con la naturaleza, aislado de todo, sin conexión con lo exterior y lo mundano », reflexiona sincero. «A mí me pedían el corazón y el alma estar ahí, escalando, recorriendo montañas… y creo firmemente que, si sabes escucharla y abandonas la vanidad, la montaña enseña lecciones: una poderosa filosofía que ayuda a transitar de otra manera por la vida», asevera, emulando lo distinta que hubiera sido su vida si nunca hubiera conocido el alpinismo o si no se hubiera entregado a las montañas como quién rinde pleitesía a un demiurgo bondadoso: «Hay que dejarse abrazar por la montaña, por la naturaleza, por las sensaciones que despierta… y saber escucharla, abandonando las grandes gestas y el ego: es así como se conoce, se aprende y se disfruta verdaderamente en ella. O, por lo menos, así lo sentí y lo siento yo».

Abriendo la vía directa en la Torre de Santa María, una invernal inaugurada por Arrieta en 1980

No hay duda de que él ha disfrutado. Que encontró una libertad y felicidad absolutas a miles de metros de altura. Se desprende de sus palabras, del orgullo con el que las narra, de las decenas de anécdotas y lugares que encadena mientras habla, con una sinceridad y una cercanía que están también muy presentes en su libro, al que considera (además de otro reto superado) una nueva vía de apertura, para que otros la transiten tras él-como hiciera con tantas de escalada-:

«Hace falta hacer justicia y dejar constancia de la memoria del alpinismo que se llevó a cabo durante los años 60, 70 y 80. Y no me refiero a escribir la parte técnica, esa ya está contada y se la sabe todo el mundo: me refiero a la parte humana, que no quedó recogida en ninguna parte y también tiene enorme importancia. Hay muchos que deberían coger el testigo de este libro y espero que mi experiencia les anime…» cuenta, emulando a compañeros de andanzas (como Gonzalo Suarez Pomeda, entre muchos) o la forma en la que su generación se echaba al monte: «Al no contar con GPS, como ahora, a base de estar en el monte se desarrollaba un sentido de la orientación y una intuición naturales: se activa el GPS que hay dentro y eres capaz, con niebla o con nieve, de saber dónde estás por cosas como la inclinación de la ladera, los sonidos cercanos, los árboles o las piedras que hay en el camino… además, el material que llevábamos (escaso y rudimentario) nos hacía estar mucho más pendiente de las señales que nos daba la montaña, que a veces te grita que debes darte la vuelta y volver cuando estés mejor preparado. En aquella época no íbamos a emular a nadie ni a coronar grandes cimas para presumir o porque tuvieran un nombre, íbamos a disfrutar, a vivir la montaña y a subirla de la manera más natural posible».

Juanjo Arrieta en la cima de Peña Santa de Castilla, en 1979, tras abrir la vía Escalonada

Fue así, a base de moverse por la montaña abrazándola y escuchándola, como Arrieta consiguió abrir 70 escaladas absolutas, muchas invernales y muchas en solitario. Vías que quedaron marcadas para siempre en los Picos de Europa y en el macizo de Ubiña. Además, se atrevió a ir más allá, ascendiendo muchísimos otros picos a lo largo y ancho del mundo, desde el Himalaya al desierto de Atacama, pasando por Bulgaria, Argelia, Colombia, Panamá, Francia o Costa Rica.

Rememorando, se siente afortunado: pudo vivir abrazado a la montaña, formar una familia (con su amada Pili, a quién nombra sin cesar) y viajar persiguiendo anhelos. Y aunque le tocó sufrir (caídas, accidentes, largos tiempos en «barbecho» alejado de los montes…) todo ello, lo bueno y lo malo, conformó un valioso aprendizaje montañero, un tesoro, que ahora está, para siempre, guardado a buen recaudo en un libro, reconvertido en legado.

Juanjo Arrieta en el parque de la Magdalena, en una imagen de archivo de 2017 marieta

Si tuviera que dar un consejo a la nueva generación de alpinistas, «sería, únicamente, que vivan la montaña a su manera. Que la disfruten», sentencia convencido, volviendo a traer a la charla, una y otra vez, la idea de que hay que aprender a escuchar a la montaña, porque habla constantemente.

La lectura de su libro es una buena forma, amena y divertida, de aprender a escuchar a las montañas, porque Juanjo es montaña misma y porque en «Un montañero feliz» nos regala su cuaderno de bitácora: un recorrido geográfico, deportivo, histórico y humano clave para comprender las motivaciones y el desarrollo del alpinismo moderno en Asturias.

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