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L. RAMOS
BULNES.
Lunes, 25 de octubre 2021, 00:55
Con solo ocho años, el cabraliego Jorge González Bada subía por primera vez al Urriellu. Ya entonces, sabía que iba a dedicar su vida a la montaña y así está siendo. Con apenas dieciséis años comenzó a hacerse cargo del refugio de Jou de los ... Cabrones, en el corazón de los Picos de Europa. Es el más alto de Asturias, a 2.034 metros, y uno de los más aislados de todo el país. Y su reino. Ahora, con 24, acaba de cerrar una temporada de récord, no solo por la afluencia de visitantes -«una locura», asevera-, también porque el joven estuvo 142 días seguidos sin bajar de este techo de Picos para servir a los montañeros.
Jorge llegó al pequeño refugio el pasado 28 de mayo acompañado por su pareja y compañera, Naiara Fernández, y por su perrita 'Odey'. Desde entonces, lo más bajo que estuvo fue en la Vega de Urriellu, donde trabaja su tío Sergio González Bada -que fue quien le metió el gusanillo de la montaña en el cuerpo desde niño- y adonde acuden de lunes a viernes a por el pan. Son tres horas de camino con una carga de entre quince y veinte kilos a las espaldas.
El día a día en el refugio, explica el guarda, es bastante monótono, siempre y cuando no haya ningún percance. «Te levantas a las seis de la mañana para preparar los desayunos de las siete y cuando la gente marcha toca limpiar y desinfectar, pero cuando te quieres dar cuenta es la hora de ponerte con las comidas y con las reservas», relata. Lo mismo sucede con las cenas, que debido a las precauciones implementadas con la pandemia se complican. «Antes teníamos turnos de 24 personas, pero ahora los hacemos de ocho, así que puedes estar desde las siete y media de la tarde hasta las diez de la noche dando cenas», indica.
Pero si bien gran parte de su trabajo se asemeja la de quien lleva un establecimiento hostelero o turístico a los pies de Picos, la labor de un refugiero no se limita a eso, ni mucho menos. «Son instalaciones viejas, con más de treinta años, así que suele haber averías y te toca convertirte en fontanero, electricista, carpintero... Lo que haga falta», indica González Bada.
Y queda, por supuesto, la que para él es la peor parte de su oficio, pero que a la vez es una de sus razones de ser: los rescates, en los que ellos son el primer punto de apoyo hasta la llegada de los especialistas. «Es duro ver a la gente pasar apuros o, peor aún, fallecer», asevera. Y reconoce que «aunque no los conozcas ni tengas ningún vínculo con ellos, te afecta».
Es lo que le ocurrió, por ejemplo, el pasado 18 de agosto, cuando tuvo que asistir al rescate de un hombre que se cayó mientras bajaba rapelando el pico Cabrones. Este terminó falleciendo y Jorge tuvo que subir casi hasta la cumbre, a las nueve de la noche, para ayudar a su mujer y a su hija, menor de edad, a llegar hasta el refugio. «Fue muy duro, llegamos a las dos de la mañana y al día siguiente, a funcionar otra vez porque tenía cincuenta personas», relata. Por eso, asevera, «no solo el cuerpo tiene que estar al 100%, también la mente. Si no, no aguantas esto».
Pese a todo, él tiene claro que esta es su vocación y que lo bueno -«ver caras nuevas a diario, poder trabajar en los Picos y disfrutar de sus paisajes»- compensa con creces lo malo. Por ello, quienes suban hasta el Jou de Cabrones seguirán encontrándose con su sonrisa por muchos años más.
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