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Peña Mea no es un monte cualquiera. Su nombre resuena. Y no hay quien la conozca que no la quiera, la ensalce o la recomiende.
Hay motivos para ello. Es una montaña intensa. Icónica y bella. Un estandarte de los valles mineros con un espolón rocoso que resalta y destaca. Y, además, huele a niebla, a bosques viejos, a briznas de hierba y pastos. A caliza caprichosa. A altura de coloso presumido. A conquista. Y a mirador del centro y del oriente asturianos.
Para alcanzarla existen muchos caminos: unos parten desde Aller y otros desde Laviana. El que aquí se propone es un recorrido circular que utiliza la pequeña aldea lavianesa de Les Campes como punto de partida y llegada, adentrándose por bosques y colladas hasta llegar a la canal de Las Cuevas. Por ella, se alcanza el ojo de Buey, verdadero monumento natural de impresionante y característica forma ovalada que hace de primera cima, acaparando atenciones y dejando al caminante asomarse a las dos vertientes de la montaña.
Luego, toca subir y subir: un trayecto exigente, pindio y alargado, que nos encarama a unas alturas en las que puede verse a la Cordillera y a sus montes acólitos orientales y centrales luciendo libres sus hermosuras.
Tipo de ruta: Circular
Dificultad: Moderada
Distancia: 10 km
Tiempo aproximado: 4 horas
Altitud máxima: 1575m (aprox)
Desnivel aproximado: 800m
Al regreso, la arista norte de Mea hará de escalera inclinada y salvaje para, luego, atravesar un bosque de hayas por el que se desciende rápidamente, alcanzando de nuevo una pista marcada que, partiendo de la collada Doñango y en tan solo un par de kilómetros, vuelve decidida a Les Campes.
Pues eso: que Peña Mea no es una montaña cualquiera. Alcanzarla resulta una conquista que sabe a gloria, que deja buenos posos y que permite caminar, abrazando silencios y naturaleza, por la zona siempre verde, siempre acogedora y siempre con esencias mineras que concurre entre Laviana y Aller.
Se parte desde Laviana. Concretamente, desde Les Campes, una pequeña aldea casi detenida en otro tiempo en la que el murmullo de la tranquilidad y el aroma a hogar imperan en cada esquina empedrada. Aquí se llega por la carretera AS_252 y, una vez estacionados, se comienza a caminar tomando una pista clara y ancha, de grava y piedras, que destaca alargándose por un paisaje de tonos verdosos, ascendiendo sin correr y sin perder nunca su traza clara y marcada.
No hay complicaciones; tan sólo avanzar por buen camino hasta encontrar un discreto cruce ubicado en la espesura: el ramal izquierdo sube a la collada Doñango, una ascensión peliaguda y entornada que se ignora para coger la ruta de la derecha, rumbo a la collada Pelugano.
El sendero se interna ahora por un terreno sombrío y húmedo, techado por copas de árboles: casi un pasillo que enseguida sitúa Peña Mea en la vista del caminante, a mano izquierda, ligeramente atrasada, estirando la cabeza y contemplando el avance por una pista que abandona rápido la zona umbría para empezar a deslizarse a través de largas camperas y terminar en la Collada Pelugano, precioso balcón para otear el paisaje
Desde Pelugano, la marcha prosigue hacia la izquierda, ganando terreno un rato entre camperas hasta que la pista comienza a estrecharse. Es una metamorfosis sutil, en la que el camino va ciñéndose y adaptándose a un terreno que cada vez presenta más forma de laberinto rocoso y acaba por convertirse en empinada canal.
Estamos entrando en Las Cuevas: un tobogán empinado, encajonado y ancho, que hará de escalera hacia el Ojo de Buey, uno de los puntos más bellos e impresionantes del día.
La subida es importante, de esas que obligan a detenerse para mirar y tomar aliento. Pero en su horizonte visual, cada vez más cerca, espera un reclamo importante: un enorme agujero de 20 metros de diámetro, un gran ojo pintado de caliza y de color cielo, un emblema de caprichosa roca que hace de puente con la vertiente allerana de estos montes y que –es imposible que no- impresiona por su calibre, preciosura y forma.
Tras descansar junto al gran ojo de Buey y admirar esta enorme escultura natural esculpida por aguas y aires, la ruta prosigue ascendiendo sin descanso convertida ahora en sendero estrecho y terroso que va dibujando surcos por las laderas.
La subida es pronunciada y juega a ensancharse y constreñirse, avanzando caprichosa en sentido vertical rumbo a las altas paredes donde espera Peña Mea. No queda más que seguirla, pisando sobre los mil pasos anteriores que marcaron la silueta del camino, sin pérdida posible, echándole paciencia a una subida que parece alargarse sin tregua y que termina en la cumbre misma, techo del concejo de Laviana y estrecha balconada con huesos de piedra con mucho que mostrar.
Los Picos de Europa, el pico Torres y el Retriñon, el Corbellosu, Peña Ten… Las Ubiñas, los Fontanes, Peña Rueda, la sierra del Aramo, la Mostayal… El horizonte montañoso a contemplar desde el sombrero de Peña Mea se abre como una postal perfecta y adquiere forma de recompensa mientras se recupera el aliento. Y es en este punto, tras disfrutar del ojo de Buey y salvar las largas y empinadas cuestas que lo siguen, cuando se comprende porqué Peña Mea es un emblema y un monte imprescindible.
Para regresar, se desciende de la cumbre por la cara norteña de Peña Mea. Es una bajada importante, marcada por una alambrada que protege de los precipicios, con vistas hacia Laviana y con un carácter abrupto, húmedo y elegante.
Un sendero en zigzag, veloz e intrincado a trozos, juega a deslizarse por zonas boscosas y se atreve incluso a ganar algunos metros de nuevo antes de cambiar de vertiente y volver a pisar pradera. Luego, avanza lanzado hasta encontrar una solitaria cabaña ubicada en una zona a la que llaman La Boyica
Desde el pequeño puerto de la Boyica se sale por la derecha, cogiendo un camino que avanza prácticamente en llano, adentrándose en un hayedo. Ya dentro del bosque, la bajada coge velocidad, entornándose de manera brusca hasta dar con una portilla metálica que se abre a nueva zona de camperas inclinadas, justo sobre la collada Doñango.
Sólo resta seguir bajando, alcanzando la collada para volver a subir al riel de una ancha y marcada pista por la que –sin pérdida- se alcanza de nuevo la aldea de Les Campes, punto final de esta icónica ruta a una montaña emblema, potente y bella que merece la pena conquistar.
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