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Conectando Asturias con la Meseta, recorriendo una orografía caprichosa pintada de bosques verdes, inmensas praderas, aires bailantes y alturas que miran valles altivos, existe un camino viejo de casi 60 kilómetros de longitud al que llaman El Camín Real de la Mesa.
Su importancia estratégica (que durante largos y largos años lo llenó de huellas, mercancías e historias) y su popularidad (ensombrecida por la fama del Camino de Santiago) fueron mermadas con el transcurrir del tiempo, dejando este paso entre las fronteras astures y leonesas algo apartado de las grandes guías y las recomendaciones senderistas.
No obstante, su belleza se conserva intacta y su trazado (marcado como GR-101) aún se puede recorrer, ofreciendo una alternativa senderista para hacer en etapas que invita a los caminantes a perderse por paisajes bellísimos, sinuosos y húmedos, a través de majadas, sombras montaraces y piedras antiguas.
Eso sí, antes de poner los pies sobre él conviene tener en cuenta que el Camín Real no es una ruta cualquiera. Se trata de un recorrido alargado, nada fácil de andar, que atraviesa zonas de montaña por territorios que abarcan Somiedo, Teverga, Belmonte de Miranda y Grado, partiendo de Torrestío (en León) y ascendiendo al Puerto de la Mesa, punto fronterizo entre tierras leonesas y astures, a más de 1700 metros de altitud.
Para realizarlo completo, lo más conveniente es dividirlo en etapas y tomarse con calma el sendero, clasificado como un Gran Recorrido de dificultad media-alta que – de hacerlo seguido- supone unas 20 horas de movimiento totales por lugares muy apartados y solitarios carentes de infraestructuras (tipo albergue de peregrinos) para cobijarse o comer. Por ello, lo más común es recorrerlo por partes, pudiendo partir de León o de Asturias, para completarlo en tres jornadas de unas 6-7 horas cada una.
De cualquier manera que se acometa, lo que está claro es que el Camín Real tiene algo que engancha. Un halo especial, presente en todos sus rincones y veredas, que parece cosido a otros tiempos y susurra melodías antiguas, giratorias e hipnóticas: como un cantar de leyenda, invisible pero muy intenso, que narra pretéritos, explica el carácter, detalla la historia, desentraña riquezas…
Es así: aquí se concentra mucha magia. Mucha fuerza montuna y mucha emoción de la que no necesita enormes cumbres ni riscos para destacar. Y no es para menos: su historia se remonta a tiempos prerromanos. Y a lo largo de su larga huella yacen los restos de numerosas muestras megalíticas que señalan que, incluso en período Neolítico, este sendero comunicante con la Meseta ya tenía una enorme importancia.
Se sabe que los astures, probablemente montados a lomos de pequeños equinos de corte salvaje, lo recorrían de manera habitual como paso estratégico por la Cordillera. Y que los romanos, que encontraron su estampa y rastros, lo convirtieron en una calzada de piedra que transitaba de forma discreta los montes que separan Lucus Asturum y Asturica Augusta, evitando por él los pasos bajos que arriesgaban a asedios mortales.
También cuentan sus leyendas que el jefe bereber que dirigía a las tropas musulmanas trató de escapar por aquí tras la derrota en la batalla de Covadonga. Y la memoria y las crónicas atestiguan que, durante siglos, fue un camino muy transitado por el que se movían mercancías, personas, ganados y tesoros brillantes extraídos del Cantábrico, de las tripas de la tierra y de minas de oro situadas en la zona de Belmonte de Miranda.
Lo que queda bien claro es que, hasta la mitad del siglo XIX y desde el s.I a. C. , el camín que hoy nos ocupa fue una vía de comunicación y movimiento de enorme importancia. Luego, con la apertura de Pajares (en tiempos de Jovellanos y Campomanes, allá por el s.XVIII) fue quedando relegado al olvido, lo que hizo que en él se instalara un silencio creciente que hoy impera en sus veredas y que sólo es roto por el cantar del aire, los trinos desperdigados y la melodía de cencerros. Y esta es –precisamente- una de sus ventajas actuales, una de las muchas cosas que lo hacen especial: ese carácter solitario, que casa perfecto con su forma de ruta indómita, cargada de singularidades, a través de inmensos parajes verdes.
Las fotos e indicaciones que acompañan a estas líneas se corresponden con una de las etapas del Camín Real. Concretamente, con la primera: la que une Torrestío (en León) y el alto de San Lorenzo (entre Teverga y Somiedo). Un camino de –aproximadamente- 6 horas por las alturas, que cubre 22 kilómetros de terreno encontrándose con brañas regadas de teitos, puertos en los que se adoraba al dios Júpiter, fuentes de aguas sanadoras, cordales alargados y valles profundos.
Se parte de Torrestío, pueblo de alta montaña; el más alto del municipio leonés de San Emiliano. Desde él, plagado de hórreos y con una torre en ruinas que le dio nombre, se dan los primeros pasos de esta primera etapa del Camín Real de la Mesa. No hay lugar a dudas: las señales que marcan el rumbo del GR101 lucen claras.
Siguiendo las indicaciones, este primer tramo se encuentra enseguida con un cruce: hay que tomar la pista que sigue hacia la derecha, la que señala que va rumbo los altos del Puertu La Mesa. Por ella se sube, de forma cómoda y a través del valle de las Partidas, hasta los confines entre León y Asturias, a 1785 metros de altitud: el punto más alto de la ruta planeada y un precioso lugar en el que se encuentra la Fuente de los Güesos, muy reconocida (y visitada) por el valor de sus limpias aguas.
Desde el Puerto La Mesa, se comienza ahora un suave descenso a través de amplios paisajes hasta alcanzar la Braña de la Mesa, que recibe al visitante mostrando un conjunto de corros de piedra bien alineados que la dotan de solera, como si exhalara tradición, personalidad y raigambres.
A partir de la Braña, y sin perder las señales del GR, se avanza hasta Collau del Muru, donde aún pueden verse los restos de un talud construido para intentar frenar el avance de los romanos.
Desde ahí, la ruta continúa bajando ligera y avanza decidida. Las vistas hacia el concejo de Teverga dominan la estampa. La pista de sendero que se sigue es clara y prospera por debajo de un picacho de piedra al que llaman Las Gabitas, siguiendo su curso veloz y empezando a encaramarse en subidas, con giros y alguna revuelta, hasta la bella collada de la Magdalena, ya sobre el valle de Saliencia. En ella, un nuevo cruce: hay que ir a la derecha, en busca del Collau Sedernia.
A partir de este punto, la senda sigue el Cordal de la Mesa, a través de preciosos parajes en los que se identifican restos del vetusto empedrado romano. Enseguida, Peña Prieta (o Peña Negra) domina la estampa, bien reconocible por su tono oscuro.
Poco después de dejar atrás Peña Prieta, el camino cruza por el medio de la Braña de La Corra, un conjunto de teitos tradicionales bellísimos y bien conservados que miran sin prisa ni importancia los parajes circundantes.
Luego, toca subir. Un buen tramo con pendiente que nos coloca en el Collau Xuegu la Bola, justo debajo de las paredes de Peña Michu y último lugar de la ruta desde el que se pueden otear las panorámicas hacia el valle de Saliencia
A partir de aquí, y ya en suave descenso, comienza el tramo final de esta primera etapa del Camín Real de La Mesa: ahora atravesando enormes camperas hasta alcanzar Piedraxueves, un puerto en el que hay localizados restos de lo que fue un altar romano en honor a Júpiter.
Tras superar este punto, dejando atrás las cabañas que ahora lo visten, el sendero muta y vuelve a convertirse en pista, bajando hasta el alto de San Lorenzo y terminando esta primera etapa en la carretera que une Teverga y Somiedo.
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