Real Oviedo
«¿El Athletic? Yo lo primero soy del Oviedo»Real Oviedo
«¿El Athletic? Yo lo primero soy del Oviedo»A principios de los 60 un ojeador al servicio del Real Oviedo, Fernando Llorente, llamó a la puerta de Julián Icazuriaga (Gernika, 1939). Era centrocampista, de los que no le quemaba el balón y tenía buen desplazamiento con ambas piernas, apenas superaba la veintena ... y aquella llamada iba a cambiarle la vida. Quien le había echado el ojo en el Sestao de Segunda había sido portero azul dos décadas antes, y el nuevo fichaje, que fue cedido al Burgos para acabar el servicio militar, iba a acabar por convertirse en un oviedista -y casi ovetense- más. Acabó la mili y aterrizó con su maleta en la Pensión de Ángeles, en Alonso de Quintanilla. Aunque ese iba a ser su hogar, y aquella noble mujer casi como una madre, era solo la primera parada de un viaje mucho más largo: aquel Real Oviedo, entrenado por Juan Ochoa, iba a volar ese mismo verano a Nueva York. «Jugamos allí un torneo, y la gente alucinába viendo cómo entrenábamos cada mañana por Central Park, con los chándales. Seguro que se preguntaban ¿estos tíos quiénes son? E imaginame a mí de explicándoles, que pasé de hacer la mili en Burgos a acabar allí. Menudo salto», recuerda, intentando hacer memoria de un viaje que les llevó entonces de Oviedo a Bilbao, de Bilbao a Madrid, y de allí a Amsterdam para acabar finalmente en suelo estadounidense. «Quedamos bien, y eso que iba mucha gente, aquello era muy grande y hacía un calor terrible. Estuvimos casi un mes», repasa con media sonrisa rememorando un periplo en el que los oviedistas se midieron a equipos como Os Beleneses, Panathinaikos o MTK Budapest.
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De dicho torneo, al que viajaron también hombres como Boudón, Marigil, Sánchez Lage o José María, hay constancia por primera vez del Oviedo jugando de rojo, y, aunque no ganaron duelo, solo perdieron dos. «Me estoy enterando ahora de que mi padre estuvo en Nueva York», bromea sorprendido Julen, que acompaña con cariño a su padre mientras este mira con nostalgia y brillo en los ojos las fotos antiguas que reposan sobre la mesa. A la capital asturiana vinculó toda su vida durante siete temporadas, las mismas en las que jugó 169 partidos y marcó 18 goles. «Casi nada, ¿eh?», le dice a Julen, mientras guiña un ojo.
Y ese vínculo, que no fue de nacer sino de pacer, sigue latiendo fuerte por sus venas. «Ve todos los partidos que puede del Oviedo, y los que no, por la radio», apostilla su hijo. Y es que Julián, sentado en una terraza de su Gernika natal en la que todo el mundo se para a saludarle, no duda. «¿El Athletic? Yo lo primero soy del Oviedo, y luego del Athletic. Fueron siete años muy importantes de mi vida y de los que nunca pude ni quise desvincularme», insiste el vizcaíno, que pregunta por Ziganda y Cervera, celebra haber ganado a Las Palmas y se interasa por la afición. Esa que, en el antiguo Tartiere, no pocas veces le pitó. «Yo creo que la gente iba más antes que ahora al campo, y eso me apena, pero cómo animan esos de detrás de la portería. Emociona verlo», añade, en referencia al Fondo Norte.
En Oviedo no lo tuvo fácil y es que, como él mismo bromea, «tenía dos lebreles allí que como para quitarles el puesto». Paquito e Iguaran eran esos lebreles, y fueron, para muchos, uno de los mejores centros del campo de la historia del club carbayón. Se hizo un hueco como interior, y en su primer año jugó 14 partidos en los que marcó 4 goles, con doblete al Elche incluido en un inolvidable 6-1. «Ochoa hizo buen año, tenía muy buen equipo, pero el mejor técnico que tuve allí fue Antúnez, y si a alguien admiré fue a Paquito: era un gran jugador, pero es que luego como persona era buenísimo. A mí me ayudó mucho», confiesa quien jugara contra rivales de la talla de Di Stefano o Kubala.
La siesta, el cine y estudiar eran las actividades que entonces rodeaban la actividad deportiva de un Icazuriaga al que Ángeles protegía cual madre. «Sabía que tenía novia aquí, y no dejaba que llamase ninguna chavala preguntando por mí. Les decía que no estaba», relata con una sonrisa cómplice al tiempo que explica el porqué de aquel buen año en lo deportivo. «Ángeles nos cocinaba haciendo honor a su nombre, ¡cómo los ángeles! Fue una buena época, y quedamos terceros», relata, en referencia a la primera de las tres temporadas que jugó de azul en Primera. Estuvo otras cuatro en Segunda, y cuando no jugaban Toni y Marigil ejercía de capitán. «Después de siete años siendo uno más en la ciudad ya me conocían hasta los ratones. Me apretaban, y al mínimo fallo ya tenías la marabunta encima, pero esa afición que está ahí es también la que te anima», explica al tiempo que reconoce que ahora no puede quitar los ojos de ella, da igual lo lejos que esté. «Veo todos los partidos, y siempre me fijo en esa afición del fondo», reconoce, tan nostálgico como feliz por un pasado oviedista que a sus 83 años sigue teniendo más presente que nunca.
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