Más allá del resultado deportivo de esta temporada, el oviedismo debe sentirse orgulloso de ver un renacimiento del sentimiento de pertenencia y de identificación con el equipo. Cuando dieron las nueve de la noche, muchas calles de la ciudad se convirtieron en un desierto. Los bares se quedaban pequeños para acoger a los aficionados azules que querían vivir uno de los partidos más trascendentales desde el regreso al fútbol profesional en compañía de otros que, como ellos, no pudieron viajar a Eibar. Para la duda quedará cuántos oviedistas hubiesen viajado si el aforo del estadio hubiese permitido acoger sin limite y no los 350 que vieron el encuentro desde dentro de Ipurua.
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La plaza Pedro Miñor volvió a convertirse en uno de los centros neurálgicos de la capital. Allí se han acostumbrado a acoger las previas de los encuentros cuando el equipo juega en casa y, en esta ocasión especial, también hubo muchos seguidores azules que apostaron por los bares de la zona para vivir el encuentro. Una hora antes de comenzar ya había un ambiente que demostraba que no era un partido cualquiera. Estaba claro que los aledaños del Tartiere iban a ser punto de encuentro, pero Gascona, la Ruta de los Vinos, algunos locales del Rosal, la zona del Fontán y el Oviedo Antiguo también se convirtieron en pequeños estadios que intentaban hacer llegar sus ánimos hasta Ipurúa.
Cada ocasión del Oviedo hacía retumbar los bares y también muchos domicilios donde grupos de amigos se reunieron a ver el partido. Era imposible no estar pendiente del encuentro y hasta los menos apasionados se acabaron contagiando del ambiente que les rodeaba. Son duda, los más sorprendidos era algunos grupos de visitantes foráneos que no terminaban de entender por qué un miércoles, a las nueve de la noche, había tanta gente vestida con los colores de un equipo de fútbol, pero, una vez informados, se unían a los buenos deseos de los hinchas más fieles.
El pitido final dejó el éxtasis de una afición que ahora tiene más motivos que nunca para seguir creyendo en un equipo que, suba o no a Primera, ya se ha ganado un hueco en la historia del club y sobre todo en los corazones de los oviedistas.
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