Aceleren el tiempo
Jaime Clemente Hevia
Oviedo
Miércoles, 19 de junio 2024, 09:51
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Jaime Clemente Hevia
Oviedo
Miércoles, 19 de junio 2024, 09:51
Voy a dejar a un lado la falta de profesionalidad y de respeto que muestra la supuesta mejor liga del mundo a los dos equipos ... que este domingo se juegan el ascenso. Porque sacar el calendario de la siguiente temporada cuando todavía no se saben de manera definitiva quienes la jugarán, deja la imagen y la gestión de nuestro fútbol a la altura del estiércol. Lugar que no le corresponde a ninguna de la aficiones que mantienen este negocio.
Escribo esta columna al final de un martes que sigue pareciendo lunes y ustedes la leerán un miércoles que seguirá pareciendo martes. Solamente había tenido esta sensación durante el final de mi infancia. Corría el mes de julio en Oviedo y mi familia abandonaba la región para ir a secar a un pueblo de Castilla. Así se lo había sugerido el médico a mis padres para curarme del asma y un pequeño soplo cuando era más pequeño, pero lo que empezó siendo por salud acabo siendo por gusto. Hacer las maletas iniciaba la cuenta atrás para uno de los mejores momentos del verano: el campamento. Y los días previos eran como los de esta semana, infinitos y tensos.
Estuve viajando durante seis años a Castropol para disfrutar de quince días con unos amigos que terminaron siendo familia. Los bosques de la frontera con Galicia se convirtieron en las mejores noches de terror y la Ría del Eo en el gimnasio donde remábamos desde Castropol hasta el Puente de los Santos. Pero si hoy en día miro hacia atrás con una sonrisa, es por el niño que fue feliz en aquel momento. Allí íbamos a la hierba, corríamos detrás de la empacadora para cargar las alpacas en el remolque del tractor y guardarlas en la cuadra, ordeñábamos a las vacas, organizábamos torneos de fútbol contra los monitores, montábamos a caballo y entrenábamos la muñeca en el futbolín. Hasta hubo tiempo para que alguno que otro se enamorara. Fue allí donde me aprendí a amar a la naturaleza y conocí la dureza del campo. Pero de aquella granja escuela nadie quería irse cuando llegaba el último día. Todo el mundo se subía al autobús con la cara llena de lágrimas y la mochila llena de cartas firmadas por sus compañeros.
Algo así me lleva pasando desde que el árbitro pitó el final el domingo. Las manecillas del reloj no andan al mismo ritmo y los pelos se me ponen como escarpias al pensar en todo lo que está en juego. Ojalá, como en aquellos días de verano, la fecha marcada en el calendario termine siendo un día feliz en nuestro recuerdo. Aunque no sé si llegaré vivo al domingo, aceleren el tiempo.
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