Los abonados distinguidos por su antigüedad, ayer, en el Auditorio de Oviedo, donde tuvo lugar la ceremonia. MARIO ROJAS

Real Oviedo

La emoción de toda una vida de azul

Cuatro generaciones de abonados recogieron en el Auditorio una insignia que reconoce sus 50 y 75 años de fidelidad al club de sus amores

MARÍA SUÁREZ

OVIEDO.

Jueves, 23 de marzo 2023, 01:48

El marcador de anís La Asturiana, el simultáneo, la tribuna Sánchez del Río, la tribuna Silvela, las almohadillas de trapo e infinidad de recuerdos de todo tipo que encierran las ya borradas huellas del Buenavista. Borradas en lo físico, porque en lo sentimental, en lo ... que realmente pasa a la historia, siguen vivas en el recuerdo de quienes han dedicado su vida al Real Oviedo.

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Todo eso tienen en común los 118 abonados que fueron reconocidos ayer por su fidelidad a unos colores. Esa que supera los 50 y los 75 años y que ha definido sus vidas. Más de un centenar -108- recibieron in situ las medallas de mano del presidente azul, Martín Peláez, los consejeros Manuel Paredes y Fernando Corral, el responsable de Relaciones Institucionales César Martín y el director general Agustín Lleida. Todos ellos intercambiaron muestras de cariño y admiración con las cuatro generaciones que recogían ayer sus insignias. Un pequeño detalle para quienes entregaron su tiempo, su fe y su dinero sin recibir a cambio más que la ilusión. Aunque eso no fuese poco.

La pandemia impidió la entrega de estos distintivos los últimos tres años, del mismo modo que impidió que algunos de ellos pudieran recibirlos en tiempo. Para quienes ya no estaban también había recuerdo y reconocimiento, y estos fueron recogidos en forma de abrazo y medalla por sus familiares. Entre los galardonados, caras conocidas como Miguel Sanz, conductor del acto y responsable del Área Social, y el exdelegado azul José Manuel Fernández Silva. «Hemos pasado más tiempo ya junto a nuestro club que junto a hijos o cónyuges, y, siendo sinceros, del Real Oviedo nunca nos divorciaríamos ni aunque viviésemos 300 años», bromeaba el propio Sanz Ovies, al inicio de un acto organizado por las áreas de Protocolo y Comunicación.

Como si de un alegato de vida se tratase, el ovetense recordó con sus coetáneos lo duro que fue ver que «nuestro Oviedo se moría» y celebró al mismo tiempo «la buena salud de la que goza ahora». «Seguro que más pronto que tarde nos acaba dando nuevas alegrías», presagió, esperanzado.

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De cinco en cinco y con el brillo de aquellos niños que un día empezaron esta andadura, los premiados y premiadas fueron subiendo al estrado a recibir su medalla, pero, sobre todo, el aplauso. El de sus familias, el de los responsables del club y el de todos los presentes que, con envidia sana y admiración, se rendían a un compromiso inquebrantable más que probado. Como si hiciera falta.

Los gestos, de ternura y de reconocerse, no eran solo con quienes les entregaban la medalla -conocidos por todos-, sino, fundamentalmente, con aquellas caras amigas con las que habían coincidido en Buenavista, en el Tartiere o allá donde tocase. Aquellos junto a los que, en tiempos y épocas de todo tipo, defendieron su escudo, sus colores y su ciudad.

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El aplauso más especial fue reservado para los dueños de las dos insignias de oro y brillantes, aquellas que reconocen sus 75 años de idilio con el conjunto carbayón y que fueron a dar a las manos temblorosas por la emoción de José María Bances y Jesús Méndez.

La anécdota la protagonizó el abonado José María Muñoz, que cumplía sus bodas de oro también y se incorporó algo más tarde, añorando su insignia. Martín Peláez, a punto de iniciar su discurso, paró para que la recibiera y fue el propio Agustín Lleida quien se levantó de su asiento para acompañarle al centro del escenario y dársela.

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Martín se dirigió a los presentes dando buena cuenta de esa envidia sana que produce a quienes por pura matemática no van a llegar a semejante cifra. «Es una noche de muchas emociones, y estoy conmovido por ello, porque lo más importante es homenajear en vida y el cariño y el sentimiento que tienen por este club se contagia. Estamos en deuda con ustedes y esperamos seguir contribuyendo a la historia de este bendito club a su lado», comentó el mexicano, de raíces asturianas, justo antes de entonar el «¡hala Oviedo!».

Tras la foto de familia, las fotos con todos aquellos que son como familia -la familia azul-. Sobre todo con un Carlos Muñoz enormemente demandado y siempre dispuesto a devolver todo ese cariño que la afición azul le procesa. Un cátering organizado por Aldea y numerosas confidencias cerraron un acto que pasará al recuerdo de los que, con más motivo que nunca, son defensores del escudo y guardianes de su memoria.

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