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José Manuel Pérez 'Lesmes', a la derecha, y su hijo Xose Pena se hacen un selfi sobre el césped del Carlos Tartiere. PABLO LORENZANA
«No concibo el Oviedo sin mi padre»

Real Oviedo

«No concibo el Oviedo sin mi padre»

Familia. José y Xose son el vivo reflejo de hasta qué punto el amor por los colores hace aún más fuerte el vínculo entre ambos: suman 122 años de socios

Jueves, 30 de marzo 2023, 01:36

José Manuel Pérez 'Lesmes' (Oviedo, 1935) empezó a pagar el recibo en el año 1952 y desde entonces nunca dejó de hacerlo. «Ni siquiera cuando fui a hacer la mili. ¿Borrarme? Eso nunca», recalca, a sabiendas de que costearlo entonces no fuera fácil. Al fútbol iba desde mucho antes y su primer recuerdo coincidió con el regreso de Lángara tras jugar en México, a mediados de los años 40. «Fue contra el Athletic, ganamos 3-0 y al menos dos de aquellos goles los marcó el propio Isidro», recuerda mirando al verde del Tartiere, como si en él pudiese encontrar algún vestigio del añorado Buenavista. Sin embargo, su idilio con el Real Oviedo no pasa solo por ser el abonado número 13 del club, ni siquiera por el hecho de firmar ya 71 otoños de fidelidad. Ese amor por los colores es especial porque al convertirse en padre adquirió una nueva dimensión.

Xose Pena (Oviedo, 1954), su hijo, admiraba a ese padre futbolero, jugador de equipos de barrio y directivo de equipos modestos como el Guillén Lafuerza, pero, sobre todo, disfrutaba de él en aquella pasión conjunta que, sin darse cuenta, iba a cimentar su estrecha relación: el Real Oviedo. Tan inquieto como hiperactivo -a ratos un pequeño tormento para su madre-, peregrinar al campo aún siendo un crío se convirtió en el mejor bálsamo para tanta energía. Estaba llegando a su final la década de los 60 y aquel pequeño daba sus primeros pasos como oviedista ocupando el hueco que quedaba entre el asiento de su padre y un primo suyo.

«Aún me acuerdo de las previas, en bares llenos de puros, copas y cafés. A ese humo se llegaba en El Chabolero, un autobús que subía a la gente que, como nosotros, venía de los barrios. De vuelta a casa, mi padre siempre me llevaba a la Churrería Felisa a comprar churros. Valía para celebrar y también para digerir los disgustos», rememora Xose, como si volviese a esa tierna primera infancia al tiempo que lo verbaliza.

Subieron los precios y de Tribuna pasaron a Preferente, pero se mantuvieron juntos, en el lateral derecho de la portería que miraba al oeste en el Tartiere. «Me ponía de pie, para poder ver entre tanto paisano y aún recuerdo cómo sacaba Sistiaga de puerta, que saltaba hasta la hierba. Ganábamos al Barça de Cruyff y Sotil, nos visitaban equipos raros como el Ontinyent y el Villarreal y, cuando llovía fuerte, el agua pasaba entre nuestras piernas en la balaustrada. Yo me fijaba en las camisetas del Barakaldo o el Sant Andreu y todo lo que sabía entonces de fútbol me lo narraba mi padre», cuenta el propio Xose.

Entonces llegó el 1-2 con el que ascendió el Sporting, en mayo de 1977, y con él las despedidas de Javier 'El Cura', Alán -su ídolo de niño-, Iriarte, Tensi y Vicentón. «Ahí comenzó un periodo negro y, por primera vez, fui consciente de sufrir con el equipo», apunta el ovetense, que cumple este año 51 años como socio. Luego vinieron el descenso a Segunda B y el ascenso de después, con los jugadores esperando a ver qué hacía el Langreo tras ganar al Pegaso «mientras nosotros les abucheábamos». Era la adolescencia de Xose y Jose tuvo que dejarle volar un tiempo, el que pasó sentado junto a sus amigos. «Iba con mi padre, pero me ponía con ellos. Desde los 80 hasta casi el ascenso fue la época en la que más desapego sentí por el equipo, con gente rara y muchos jugadores y entrenadores pasando por allí cada año, pero jamás dejé de ir», explica Xose, que solo guarda buen recuerdo de Romero como técnico en aquella época.

Pasó una década entera y el regreso a Primera en 1988 volvió a sacar la esencia inseparable de ese padre que le ha dado todo a un hijo y ese hijo que, a su vez, solo concibe el fútbol con quien se lo enseñó. «Muchos amigos iban con Chiribiri o Brigadas, pero para mí ir al Tartiere solo adquiría un sentido completo si era para discutir con mi padre. Nos gustaban futbolistas diferentes, y eso sigue siendo así treinta años después: él había sido lateral consistente en su día y a mi me encantaba un Dubovsky que a él le desesperaba», bromea el oviedista.

Eran los años 90 y, como bien apunta el propio Xose, «no fuimos conscientes realmente de lo felices que fuimos entonces». Ver a jugadores como Paulo Bento, Berto, Carlos Muñoz y Cristóbal -del que guarda una camiseta- o asistir con asombro a los ríos de aficionados genoveses que tomaban las calles de Oviedo en la UEFA son algunos de esos fotogramas que no se escapan ya de su retina. «La eliminación en Génova la lloramos juntos a través de un pequeño televisor y las victorias ante Barça, Madrid y Sporting las celebrábamos abrazándonos como un par de locos. A mi padre se le transforma la cara cuando su Oviedo gana y, si la felicidad son pequeñas cosas, compartirlas con tu padre lo es todo», comparte el ovetense, emocionado.

Volver a la categoría de plata solo fue un giro más, aunque por aquel entonces ninguno imaginaba hasta dónde iba a llegar aquel paso atrás. Jose celebró como nadie el gol de Kily al Mosconia, pero si con algo sufrió fue con el hecho de ver a su equipo de su vida contra el equipo de su barrio, el Pumarín. «Fue traumático, era difícil de entender», cuenta su hijo. Pero no le quitaron la cara a ningún partido y afrontaron juntos todas las penurias: desde el disgusto de Arteixo hasta lo surrealista de Caravaca, pasando por los duelos de Tercera.

Y el testarazo de David Fernández en Cádiz llegó, para sanar al oviedismo y volver a Segunda. «Mi padre lloraba como un crío y yo lloraba por verlo llorar a él. Fue una felicidad inmensa», revive emocionado Xose, que ahora también es papá de un nuevo oviedista de solo diez meses, Xurde. «Mi sobrina es socia desde que nació y ahora tiene 15, y mi hijo igual. Entre los cuatro andamos por los 130 años de socios», bromea.

Este sábado el club le entrega a Xose la insignia que conmemora sus bodas de oro oviedistas de la temporada pasada y de nuevo, junto a él en el palco, estará su padre. «No concibo el fútbol sin mi padre y me gustaría que durase eternamente, aunque soy consciente de que cada vez queda menos tiempo. Él dice que aguanta, que está dispuesto a hacerlo hasta ser el socio número 1», bromean con ternura. Y es que es imposible no ver en sus ojos a aquel padre que llevó a su hiperactivo hijo a Buenavista por primera vez, y a aquel hijo que, seis décadas después, no puede estarle más agradecido por tanto amor compartido.

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