DIEGO MEDRANO
Martes, 12 de diciembre 2006, 02:30
Decía el fallecido Bolaño una cosa muy graciosa: «Todos los poetas jóvenes son iguales». Nada más lejos de lo real en lo que refiere al caso Joaquín Pérez Azaústre, muy laureado como poeta (Adonais, Loewes, teles, focos, ebriedades); al mismo tiempo que como novelista no he visto otro igual. JPA combina en una misma estructura varias líneas narrativas: la novela de misterio, la novela metaliteraria, la obra que encaja con la anterior y la supera; la obra que es más norteamericana que española y no tiene un solo cáncer. La diferencia, por ejemplo, entre la metaliteratura de Vila-Matas y la de Pérez-Azaústre es cristalina: mientras que en las obras del primero no suele pasar nada o muy poquita cosa (siempre entre el diario y la novela), en la del segundo pasan demasiadas. La conjunción de varios planos narrativas o historias que se cruzan (lo que le pasa al autor, lo que pasa dentro del libro, lo que ha ocurrido hace mucho o no sabemos cuándo) es un puzzle preciosista, certero, mágico, en este tiempo tonto en el que dar en el blanco ya nada cuenta.
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Sus dos primeras novelas ('América', 'El gran Felton') están estructuradas en torno a la búsqueda de Robert Felton: autor apócrifo de la generación perdida, acechador de Scott Fitzgerald en París. Si en la primera -'América'- recrea aquellos fascinantes años veinte, los divinos tragos, un bosquejo como no ha habido otro igual de la personalidad y obra de Fitzgerald; en la segunda -'El gran Felton'- todo es bohemia, malas resacas, librerías con tertulias, autores desbocados, prosa ebria, luces del desamparo, amores paralelos, y un encargo que es lubricidad máxima: saber qué fue de Robert Felton, amigo de Fitzgerald y Hemingway.
Joaquín es el autor más serio de cuantos hoy en día escribimos en España con menos de 35 años. Su proyecto no puede ser más burbujeante y exquisito: «la redención máxima de la vida en pos de la literatura». Su mirar es el de los grandes magos: mirada un tanto aturdida, sonámbula, sabia, larga. Sus arañazos en la prosa, su dominio de la ficción, sus novelas rompecabezas y tan divertidas, son la de aquellos partidarios de la felicidad. No es que en la España actual nadie escriba como él, es que escribe como Dios, coño.
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