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MARCO MENÉNDEZ
Lunes, 20 de noviembre 2006, 17:32
Gracia Suárez Botas presentará esta tarde, en el museo Casa Natal de Jovellanos, el primer libro del país que analiza la historia de los hoteles y su evolución. El trabajo de la historiadora gijonesa, basado en la tesis que leyó hace dos años, hace un exhaustivo seguimiento de la singladura de los hoteles del Principado y cuenta con un completo catálogo de los 70 establecimientos más significativos. Aunque sus primeros pasos fueron por el campo de la arqueología y la epigrafía medieval, Gracia Suárez reorientó su rumbo profesional y hoy ejerce como profesora en la Escuela Universitaria de Turismo, por lo que decidió vincular su tesis a lo que hoy es su profesión.
«Existía un vacío historiográfico sobre la historia o la arquitectura de los hoteles. Sí había estudios sobre otros edificios de la sociedad burguesa del siglo XIX, como los cines y los teatros. En España hay una historia del turismo que incluye los hoteles, pero no un trabajo específico», explicó la autora.
Esta publicación aborda la evolución de estos establecimientos desde 1858 hasta 1929. Gracia Suárez resalta que a mediados del XIX se inicia el paso de las ventas y las posadas a las fondas y hoteles, que en un principio eran lo mismo. «Estos últimos, simplemente, eran establecimientos con más comodidades», anota. Una de las conclusiones de este trabajo es que el desarrollo de los hoteles fue parejo a la apertura de carreteras y el comienzo de las diligencias y el tráfico de viajeros: «Están muy relacionadas. Las empresas de diligencias establecen paradas donde ponen establecimientos para que los viajeros pueden descansar».
Ventas y posadas
Hasta ese momento, las ventas y posadas asturianas -y de todo el país- eran de muy mala calidad, pues la gente pudiente solía alojarse en casas de familiares o amigos. Eso cambia a partir de mediados del siglo XIX, cuando aparecen negocios familiares regentados por extranjeros, generalmente de Alemania, Suiza, Francia y Reino Unido.
El trabajo de Suárez Botas desvela que los hoteles «se amoldaban a las condiciones de vida de la época. Así, un mismo hotel tenía habitaciones para todo tipo de fortunas, pues también incluía alojamientos para los sirvientes de los viajeros, generalmente interiores o abuhardilladas. Había mucha variedad de tarifas. Además, también era habitual que estos establecimientos tuvieran un comedor de primera clase y otro de segunda, más pequeño, como el balneario de Las Caldas o el Hotel Victoria, de Llanes».
El estudio que hoy se presenta tiene dos vertientes fundamentales: la arquitectónica y la social. Suárez Botas analiza aspectos como el personal, la capacidad de los locales y la clientela. Una de las cosas llamativas que resultan de este estudio es que «muchas familias vivían en los hoteles. La falta de electrodomésticos hacía que fueran necesarios muchos criados, por lo que a las familias les era más fácil vivir en un hotel», precisa.
La evolución de las instalaciones de estos alojamientos también es analizada por la autora, con una continua innovación y la conquista del confort, como puede ser la incorporación de agua corriente en las habitaciones, el teléfono y la calefacción. En cuanto al mobiliario de los hoteles asturianos, tiene una total influencia francesa e inglesa, llegando incluso a tener una cierta uniformidad.
Esta historia de los hoteles asturianos parte de un catálogo de 70 establecimientos elegidos por Gracia Suárez, «que me sirvieron para desarrollar el cuerpo del libro».
Vivir en sociedad
Entre sus conclusiones resalta que este tipo de alojamientos «aparecieron al tiempo que las diligencias y el desarrollo económico que supusieron. Generalmente, aparecieron siempre encima de un café ya existente y que, de hecho, ya suponía un lugar de reunión de personas. Creo que los hoteles son un fenómeno protagonista de esa época, en un momento en el que la gente empieza a vivir en sociedad, con más contacto. Es un nuevo cambio de mentalidad».
Anécdotas hay muchas en el libro, como la de Casa Morán, en Benia de Onís. En el siglo XIX la propietaria compró una fonda a cada uno de sus hijos en los lugares donde paraba la diligencia que controlaba. Al final, tuvieron hoteles en Llanes, Puente Nuevo, Arenas de Cabrales y Benia, dando lugar a lo que se podría considerar la primera mini-cadena hotelera.
También destaca la autora al Hotel Pelayo, en Cangas de Onís, que su propietario utilizaba también como agencia de viajes, organizando excursiones para sus clientes por los Picos de Europa. El libro llamará la atención de todos aquellos que sientan curiosidad por el mundo de la hotelería y descubrirá aspectos que nada tienen que ver con los alojamientos de hoy en día.
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